A poco que se haya visto Eurovisión en los últimos 70 años se sabe que de apolítico tiene poco
Y dicho y hecho. España ha confirmado que no participará en Eurovisión por primera vez en su historia. No es el único país que rechaza el asistir al Festival Europeo de la canción ya que se han confirmado las bajas de Irlanda, Países Bajos y Eslovenia. ¿La razón? que permitan a Israel participar a pesar de todo el revuelo provocado.
Con toda esta crisis, el mensaje desde la UER ha sido insistente: en Eurovisión participan las emisoras, las cadenas y no los países/gobiernos. Ayer sin ir más lejos lo recalcaba Martin Green, director del concurso, en una carta abierta y en su aparición televisiva entrevistado por la televisión sueca SVT. Algo que, claro, es cierto, pero desdibuja bastante el panorama.
Separación de poderes
Un alegato que, si bien correcto, es igual que si decimos otras obviedades como que en los Juegos Olímpicos compiten Comités olímpicos y federaciones de cada país o en el Mundial de fútbol lo hacen las distintas federaciones nacionales de fútbol. Un argumento que podemos llegar a entender en su superficie pero que, como digo, diluye el concepto de representación de algo más grande que implica.
Es más, el argumento de Martin Green podría comprarse si estuviésemos hablando de un conglomerado de empresas que fuesen privadas y no públicas en su mayoría. El mapa es algo complejo en este sentido —la RTL, por ejemplo, es de propiedad privada, otras son más comerciales que otras, etc.— pero es innegable que se termina representando a un país, por muy independiente que seas respecto al gobierno de turno.
Sí, es verdad que podemos hacer el ejercicio de separación entre cadena pública estatal y estado. De hecho, si hablamos de Israel, ahí lleva habiendo desde hace años una suerte de guerra abierta entre el gobierno de Netanyahu y la KAN desde hace tiempo: luchas presupuestarias, presiones, amenaza de privatización e incluso con el ministro de comunicaciones Shlomo Karhi expresando su deseo de chapar la televisión.
Geopolítica pop, rock, folk y dance
La realidad es que cuando el artista sale al escenario no sale con el estandarte de RTVE, sino con la bandera nacional y el concurso no fue creado para celebrar el buen gusto de las televisiones de otras partes de Europa (y como vemos Oriente Medio) sino la diversidad de culturas y naciones en el continente. Es, sin darle más vueltas, un escaparate.
Y algunos escaparates son más folclóricos, otros más reivindicativos y, como ha tocado estos años con Israel, con cierta propaganda velada y disimulada. Recordemos el caso de October Rain de Eden Golan, cuya letra tuvo que ser revisada por contener declaraciones políticas. Un tema que provocó tensiones entre la UER e Israel e incluso posicionó a organismos gubernamentales del país hebreo.
Sinceramente, creo que hay que ser ingenuo para pensar que Eurovisión es un concurso apolítico cuando es toda una muestra de geopolítica a través del espectáculo. Algo que salta a la vista y que es tan obvio que incluso el espectador más pequeño de la casa se da cuenta de ello. Y lo escribe alguien que lleva viendo Eurovisión desde que tenía seis años.
Pero es que tenemos el ejemplo clarísimo con la expulsión de Rusia hace tan solo tres años. Algo que siguió a la expulsión de Bielorrusia en 2021 al considerar que el tema con el que participaba incumplía las normas de eligibilidad, es decir, lo consideraban demasiado propagandístico.
La diferencia aquí es que Israel cae bien y los otros no. No solo cae bien sino que el mayor patrocinador de Eurovisión es israelí: Moroccanoil, que si bien tiene su sede en Nueva York tiene su mayor fábrica a pocas horas de Jerusalén.
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