Animación | 'El viaje de Arlo', de Peter Sohn

Tras la brillante apertura que supone otra de esas muestras de genialidad encapsulada que son los cortos que siempre preceden a sus producciones, a Pixar sólo le hacía falta un par de asombrosos planos, tres o cuatro acordes de la genial banda sonora compuesta para la ocasión por los hermanos Danna —más de ellos, dentro de unos párrafos— y la muy entrañable presentación de Arlo, el dinosaurio protagonista de su nueva apuesta, para meterse a este redactor en el bolsillo y conseguir, una vez más, que tuviera que agradecerle a John Lasseter que hace veinte años decidiera dotar de voz y alma a unos juguetes.

Paradójicamente, supongo que será chocante el que, aun asumiendo la grandeza que encierran los 100 minutos de 'El viaje de Arlo' ('The Good Dinosaur', Peter Sohn, 2015), me sienta incapaz de afirmar que la cinta sea perfecta. No en los mismos términos que lo hice en su momento hace unos meses, sin ir más lejos, con 'Del revés (Inside Out)' ('Inside Out', Pete Docter y Ronaldo Del Carmen, 2015) por cuanto algún problema de ritmo hay en el tramo intermedio de la proyección que evita dicha calificación. Así que no, perfecta no es. No en su totalidad. Pero, parafraseando al milagroso Max, si bien no es perfecta en su totalidad sí lo es en su mayoría...que no es poco.

Cúspide técnica

Diferenciando desde el primer momento todo lo que atañe a los personajes con aquellos esfuerzos que se encaminan a "dibujar" esa hipotética Tierra de hace millones de años, 'El viaje de Arlo' es un triunfo absoluto en lo que se refiere al segundo término. Nunca antes una cinta de animación ha llegado a rayar en conseguir acercarse tanto a la realidad como lo hace la segunda apuesta de Pixar de este 2015 que toca a su fin: el agua —la primera vez que aparece el elemento es inevitable pestañear varias veces para intentar dilucidar si es real o no—, la vegetación, las montañas, las rocas, las nubes...todo en el marco en el que discurren las aventuras de Arlo grita realismo a pleno pulmón.

Conscientes de ello, y aún más de que si dicho realismo hubiera sido traspasado a sus personajes con lo que habrían tenido que lidiar hubiera sido con un animal del estilo de aquellos con los que trató Zemeckis con desiguales resultados, los responsables detrás de 'El viaje de Arlo' huyen de pretender plasmar a los dinosaurios que aparecen en la cinta con el mismo tratamiento que vimos, por ejemplo, en la muy olvidable 'Dinosaurio' ('Dinosaur', Eric Leighton y Ralph Zondag, 2000), caricaturizando al máximo a los apatosauros, tiranosaurios, velociraptores o pterodáctilos que aparecen a lo largo del metraje así como a Spot, el niño humano que desencadenante del viaje.

Al hacerlo, Peter Sohn y su equipo logran desmontar de un plumazo cualquier prejuicio de un espectador que no tiene otra que caer rendido ante el entrañable talante del que hacen gala la familia de Arlo, el protagonista y, de nuevo, ese niño salvaje que no sabe hablar y que expresa con sus gruñidos y su amplio registro de emociones faciales tanto o más de lo que sus "compañeros de reparto" consiguen mediante el uso de la voz; un hecho éste que, no cabe duda, viene a hablar con rotundidad de las inmensas y asombrosas capacidades que ha alcanzado Pixar a la hora de insuflar vida a un dibujo animado.

'El viaje de Arlo', desliz intermedio, apoteosis final

Aunque su pátina visual sea impecable, si 'El viaje de Arlo' no es perfecta es, de una parte, porque, seamos francos, la esencia de su historia ya nos la han contado en incontables ocasiones en sendas producciones cinematográficas, hayan venido éstas protagonizadas por dinosaurios —¿alguien ha dicho 'En busca del valle encantado' ('The Land Before Time', Don Bluth, 1988)—, por mamíferos sobre cuatro patas o, incluso, sobre dos: tirando aquí y allá de referencias, el hilvanado del libreto de Meg LeFauve basado en una historia escrita a diez manos por el director y cuatro colaboradores más suma, además, un somero bajón de ritmo en su segundo acto.

Pero claro, al venir éste arropado en un brillante homenaje al western —en el que los Rex se convierten en cowboys y los velociraptores en cuatreros— que los Danna subrayan de forma fantástica desde una partitura variada con un motivo principal asociado a Arlo de esos que sales tarareando del cine, se le perdona a la aparición de los tiranosaurios el que sean los artífices indirectos de un tramo intermedio algo más "pesado" que, no obstante, da paso al asombroso y emotivo final que cierra tan maravillosa producción.

Un final que no por ser previsible pierde efectividad, que llega con fuerza al corazón del espectador y que nos deja con una sonrisa de felicidad de oreja a oreja. 'El viaje de Arlo' no será perfecta, de acuerdo, pero en opinión del que esto suscribe se queda muy, pero que muy lejos de la decepción de la que hablaba mi compañero Mikel el otro día: llena de lecciones para los más pequeños de la casa y de emociones para los más grandes la cinta es, en consecuencia, vehículo para que Pixar siga insistiendo en la universalidad de un género, el de animación, que gracias a títulos como éste sigue venciendo rangos de edad y miradas de desaprobación de esos que continúan pensando que los dibujitos son "cosa de críos".

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