Especial Paul Newman: 'La ciudad frente a mí' de Vincent Sherman

‘La ciudad frente a mí’ (‘The Young Philadelphians’, Vincent Sherman, 1959) fue una película muy popular en su época, y, al igual que el anterior film protagonizado por Paul Newman, ‘Un marido en apuros’ (‘Rally ‘Round the Flag, Boys!’, Leo McCarey, 1958), éste, en los primeros años de su carrera se pone a las órdenes de un director proveniente de los años dorados de Hollywood, y que terminó sus días haciendo numerosos trabajos televisivos. Vincent Sherman es uno de esos directores olvidados injustamente.

El film fue muy popular porque adaptaba el best seller de Richard Powell que recogía el nacimiento y posterior vida de alguien que terminó siendo abogado en la conservadora ciudad de Philadelphia, y que recoge varias décadas. Material que hoy día daría para una de esas extensas y densas series de televisión salidas por ejemplo de la HBO. Un melodrama en toda regla, bajo la batuta de un director que trabajó con alguna de las grandes actrices de aquellos años, y controlaba el género.

Habiendo dirigido Sherman a a actrices del calibre como Bette Davis —en los famosos ‘Vieja amistad’ (‘Old Acquaintance’, 1942) y ‘El señor Skeffington’ (‘Mr. Skeffington, 1944)— o Joan Crawford— ‘Los condenados no gritan’ (‘The Damned Don’t Cry’, 1950)—, se nota en la que hoy nos ocupa una mano muy sensible para dirigir sobre todo a las actrices. Aunque Paul Newman es la estrella de la función, un producto casi a su completo servicio, las dos actrices principales se llevan la palma, tal vez por recaer en ellas personajes más complejos.

Las actrices

Así pues Barbara Rush y la desconocida Diane Brewster dan vida a amante y madre del personaje de Newman, ambas con un sentido práctico sobre las cosas más importantes. En una ciudad en la que el apellido es lo más importante, la madre de Tony (Newman) toma una de las decisiones más valientes y difíciles de su vida, darle a su único hijo un apellido que en realidad no merece, pero la imperiosa necesidad de que su hijo alcance lo que ella no tuvo le obliga a esa trampa. Todo el argumento de ‘La ciudad frente a mí’ navega alrededor de esa premisa.

En la película todos los personajes juegan a las apariencias, todos tiene algo de su pasado que esconder, pero tal y como reza Tony en un momento dado en las familias hay determinados secretos que es mejor no saber. No obstante, ese doble juego de apariencias y verdad no está del todo bien aprovechado en una película con algún que otro punto fuerte, pero demasiado amable en sus resoluciones, incluido el inesperado juicio del tramo final, muy del gusto de los espectadores y que actúa como catarsis casi colectiva.

Barbara Rush pasea toda su belleza por la película, jugando también en la liga de conseguir lo que más conviene por encima de los sentimientos, y en un personaje secundario una contenida Alexis Smith en el papel de mujer madura, casada con alguien mucho mayor que ella y que parece haber olvidado los placeres de la vida. Su encuentro es una perfecta muestra de que el film no pone toda la carne el asador con respecto a los planteamientos sobre conseguir la fama y el reconocimiento. Al igual que el resto lo soluciona de la manera más fácil, pero no por ello resulta artificioso o engañoso.

Las apariencias y solidez narrativa

Si algo tiene ‘La ciudad frente a mí’ —título español bastante engañoso— es contundencia en lo que narra, una solidez narrativa muy típica en Sherman —en la tercera imagen con Newman repasando el guión—, que podía con casi cualquier tipo de relato. Es bastante loable además el mantenerlo durante las más de dos horas largas que dura la película, sin que ésta adolezca de bajones de ritmo. Todo un logro en un film por el que se pasean los celos, los enfrentamientos profesionales, las mentiras, las apariencias, el éxito, el fracaso, el amor fraternal y, en apariencia, un asesinato.

Es precisamente en ese punto, en el que incluso la película torna de melodrama a drama judicial, donde la misma pone sobre la práctica el juego de las apariencias sociales, convirtiendo un juicio por asesinato en todo un ejemplo de lo engañosas que pueden resultar las cosas en un principio, si no se sabe prestar la suficiente atención. Un juicio que termina de perfilar el dibujo psicológico de Tony, que pasa de abogado especializado en impuestos a abogado criminalista gracias a sus dotes para la observación.

Robert Vaughn, que da vida al mejor amigo de Tony, fue nominado al Oscar al mejor actor secundario por su interpretación en esta película. Un hombre de familia de buena reputación que le da la espalda por no considerarlo a la altura, y que es acusado de asesinato. Es él quien tiene su correspondiente numerito actoral en lugar de Newman, que esta vez se contiene más que de costumbre. El instante en la cárcel, con Vaughn llorando y no acordándose de lo que pasó, es todo un tour de force para un actor que acababa de empezar y al año siguiente se haría inmortal como uno de los siete magníficos.

Una buena película que no exagera ninguno de sus planteamientos, aunque tampoco se queda corta. Amable en muchas de sus decisiones argumentales y formales —el film no arriesga en su puesta en escena, pero aprovecha al máximo alguno de los recursos televisivos de la época de los que echa mano—, y siempre manteniendo el interés, aunque las cosas quedan al final demasiado bien cerradas, imagino que herencia del libro y que contenta a todo tipo de espectador, al que a pesar de todo no se le toma por imbécil. Eran otro tiempos.

La película contribuiría a consolidar la fama de Paul Newman —el personaje es absolutamente imposible que caiga mal—, quien entraría en su etapa más fructífera como actor.

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