'Perfect days' es el retorno de un Wim Wenders que ya creíamos olvidado: este elogio nipón de la rutina esconde mucho más de lo que parece | Festival de San Sebastián 2023

Novelas del todo a cien, casetes con rock de los 80 y muchísima limpieza de inodoros en la película elegida para representar a Japón en los Óscar

Durante años, la publicidad ha basado sus eslogans en animar, de diferentes maneras, a destruir la rutina del día a día. Olvídate. Cruje. Destroza. Evade. Lo que sea, pero no vivas una vida normal, por lo que más quieras. Consciente de que el ser humano odia la repetición a la que se ve inevitablemente abocado, el audiovisual se ha fijado casi siempre en todo aquello que se sale del horario de oficina, el camino al trabajo, la cena precocinada, la serie de turno y el besito a una pareja agotada antes de intentar dormir seis horas. Wim Wenders, en su última película, ha decidido hacer todo lo contrario a lo que uno espera: abrazar el día a día y las rutinas más torticeras haciendo ver, al menos de un primer vistazo, que, cambiando la perspectiva, la felicidad puede estar en cualquier sitio.

3 en raya en un lavabo

Hacía seis años que no veíamos a Wenders en la gran pantalla, desde ese horror impropio que fue ‘Inmersión’, pero su retorno ha sido digno de un gran cineasta capaz de reflexionar sobre el mundo que nos rodea y, concrétamente, sobre las piezas que conforman la vida que nadie, nunca, trata de encajar. En el cine, las historias empiezan cuando los protagonistas llegan de trabajar o cuando algo especial les quita de su labor. O, si se muestra un trabajo manual y repetitivo (un obrero de fábrica, por ejemplo), suele ser de una manera castrante y opresora, en ningún caso capaz de esparcir alegría.

Pero en ‘Perfect Days’ se nos muestra a alguien con uno de los trabajos menos cinematográficos y espectaculares posibles (un limpiador de váteres públicos en Tokyo) que consigue sacar una sonrisa al runrún diario mediante pequeños actos con los que consigue hacer el mundo un poquito mejor, a pesar de que muy pocos reparen en su presencia: una partida al tres en raya con un desconocido oculta tras un espejo, una extranjera sorprendida por el (increíble) sistema que se desvela al cerrar el pestillo, una niña perdida que encuentra a su madre, una cinta que da banda sonora a su vida en cuanto entra en la autopista.

La vida de Hirayama se basa en una serie de pequeños rituales majestuosos e imprescindibles a su menguada manera que no dejan lugar a la improvisación: una novela de 100 yenes, una pequeña observación de su librera, comer en el mismo bar de siempre donde le servirán lo mismo de siempre, un vaso de agua “por el esfuerzo de hoy”, despertar con el sonido del barrendero limpiando las calles. Una película normal haría que la vida de nuestro protagonista se trastocara y descubriera lo bello de la vida en cuanto esa rutina se rompiera. Pero ‘Perfect days’ rehúye conscientemente la normalidad.

Tokyo a ritmo de rock

‘Perfect days’ no es una obra para todo el mundo. Hace falta armarse de curiosidad y paciencia para entender la vida de un personaje atípico con una moral propia centrada en la repetición sistemática como camino a la felicidad. Hirayama apenas habla, y cuando lo hace no siempre es para esparcir sabiduría: se retrata como la antítesis a cualquier protagonista cinematográfico habitual, un fantasma que esconde sus secretos entre los márgenes de la película, en líneas de diálogo que quedan desvelados pero, sin mayor insistencia, permanecen flotantes durante el resto del metraje.

Esta es una obra aparentemente repleta de armonía, paz y escenas felices que aplauden lo mundano, pero tras su capa inicial esconde una mucho más difusa y dolorosa sobre un hombre que ha tomado la decisión consciente de evitar el conflicto, aunque para ello tenga que acabar dejando dinero a un compañero consciente de que jamás lo verá de vuelta o viendo a un familiar a quien había perdido la pista hace años. De hecho, el único momento en que entra en furia a lo largo de la película es para preservar su statu quo.

No tengo muy claro que, como otras personas han dicho, sea inspiradora: el protagonista de la película no busca el placer en las pequeñas cosas por mera bondad intrínseca, sino por un obvio trauma del pasado que no llega a especificarse. Wenders no está diciendo “todos deberíamos disfrutar de nuestro trabajo rutinario y amar la rutina”, sino “intentad ser felices como podáis, no hay normas para ello”.

Otra vez, el mismo árbol

La fotografía diaria a un árbol (“su amigo”, como le llama) y su posterior revelado semanal clasificando los resultados como válidos y no válidos pasa del abrazo a la rutina y llega a otro extremo: el de la fuerza de la obsesión, a veces, como mecanicismo para poder seguir adelante. Hirayama -un fabuloso Koji Yakusho que tras conseguir el premio a mejor actor de Cannes merece repetir en todas las galas del año- interpreta a un personaje creado por él mismo que es feliz, reservado y casi monacal como disfraz con el que enfrentarse al mundo y ocultar su pasado a todos los que le rodean, pero especialmente a sí mismo.

Una espectacular banda sonora en cinta de casete (con todos los éxitos de Los 40 Classic), una pasión inusitada por hacer su trabajo a la perfección como le han ordenado (incluso introduciendo creatividad en la limpieza de váteres), un futón guardado en una esquina, un relajante baño de diez minutos, una visita inoportuna que pasa a integrarse en su rutina: ‘Perfect Days’ vive en los detalles de un día a día que cualquier otra película calificaría como un fracaso y una muerte en vida pero que Wenders sabe transformar en esperanza, bondad, sonrisas y un continuo intento de ser feliz con las cartas que nos han tocado. Sean las que sean.

A lo largo del Festival de San Sebastián he hablado con varias personas a las que les recomendaron saltarse ‘Perfect days’. No puedo decir lo mismo: os insto a verla, dejándoos invadir por su espíritu de reiteración consciente y un sentido del humor muy particular, Un aparente elogio de la rutina que no necesita de escenas dramáticas exageradas o de momentos donde dos personajes expliquen -y expliciten- la extraña personalidad de su protagonista para brillar con luz propia en la mejor cinta de Wenders en décadas, si no en toda su trayectoria.

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