'Pinocho': una fiel adaptación de Mateo Garrone entre el neorrealismo italiano y el cuento de hadas tenebroso

Hay muchas versiones de ‘Pinocho’ de Carlo Collodi en el cine, pero ninguna ha tenido tanta popularidad como la adaptación de Walt Disney de 1940. Una película revolucionaria en el cine de animación que, además, es uno de los clásicos más icónicos de la casa del ratón. Ahora Mateo Garrone hace honor a la visión oscura de los cuentos de hadas que planteó en ‘El cuento de los cuentos’ (Il racconto dei racconti, 2015) con una adaptación ejemplar.

Y es que, si bien la versión Disney es hoy considerada como una de las obras más turbias del cine de animación infantil, el texto de Collodi era suficientemente truculento como para que hoy en día nadie se lo planteara dejar leer a un niño, a menos que se lo leyeran con algunas inflexiones, ya que, al igual que otras muestras de obras infantiles como la alemana ‘Der Struwwelpeter’, resulta impactante ver la facilidad con la que los protagonistas de las historias sufren todo tipo de penurias, con momentos perturbadores.

En esta nueva adaptación, Garrone no solo muestra una reverencia a la crueldad que pervive en el texto, sino que además añade un extra de extrañeza en los diseños de los personajes, que parecen salidos de las obras del Jim Henson más maduro y tortuoso, el de sus obras de los 80 y, sobre todo, la serie ‘El cuentacuentos’. La diferencia es que aquí, además de espectaculares maquillajes de la vieja escuela, hay algunos momentos de uso de una capa digital sobre la cara de Pinocho y otras marionetas que acaban tocando el unheimlich.

Una apuesta europea necesaria

El efecto del concepto del valle inquietante introducido en el campo psicoanalítico por Sigmund Freud en un ensayo de 1919 sobre "Lo siniestro", se mueve aquí entre la falsa humanidad de Pinocho, que muestra unos efectos especiales excelentes, pero no le libran del efecto de repulsión de esos autómatas que parecen humanos pero algo nos dice que no lo son. Esa sensación, de la mano de la compasión por el niño, se combina con el resto de elementos pesumbrosos y macabros para lograr un tono decididamente oscuro.

Lo interesante de este nuevo ‘Pinocho’ es su capacidad para sacar lo emocionante debajo de una fantasía cercana al terror de una forma que seguramente conectará con la nueva versión de Guillermo del Toro, lo que las diferencia es que aquí, la belleza de las imágenes aparece en la simplicidad del relato y las emociones ocultas de personajes, sin más motivaciones que encontrarse y compartir su amor incondicional en un contexto de pobreza que recuerda al retrato de la Italia rural de posguerra.

Como las obras del neorrealismo italiano, se retrata un erial de pobreza y las condiciones sociales del momento a través de la humanidad de los personajes, con una atención siempre puesta en los sentimientos más que en la trama en sí. Cada secuencia de la historia se compone casi como un pasaje autocontenido, con un fuerte peso en el carácter episódico de la obra original, que funcionaba mejor en el formato de serie –muy similar a esta– de ‘Las aventuras de Pinocho’ (Le avventure di Pinocchio, 1972).

Fantasía con respeto por la inteligencia infantil

Sin embargo, el cuidado de la fotografía y la puesta en escena elevan el carácter fantástico de la propuesta, en una colisión de tonos que la acercan al cine de Terry Gilliam, aunque la mano de Garrone se deja ver en sus distintos momentos de honestidad sentimental, logrando crear algunos de pura magia, como la conversión final de Pinocho dentro de un establo lleno de corderos, planteado de una forma tan delicada, y al mismo tiempo naturalista, que logra conmover apelando a las emociones más puras.

Parte de esa pureza viene de la tierna relación entre Geppetto —un Roberto Benigni sorprendente, dándose réplica a sí mismo tras su fallido intento de ‘Pinocho’– y el niño, tan espontánea y real como matizada por la magia, con una ingenuidad propia de un cine infantil de antaño, que contrasta con el tétrico desarrollo de las distintas penurias, más que peripecias, del muñeco de madera viviente. En pocas películas para niños el protagonista es ahorcado, ahogado, y mutilado por el fuego, pero esta además no aparta en ningún momento la cámara.

‘Pinocho’ de Mateo Garrone es un cuento de hadas tan tenebroso como conmovedor, quizá con una narrativa demasiado episódica y fragmentada, pero con una coherencia estética preciosista y pastoral que una puesta en escena con carácter que la diferencia de la media de productos fantásticos europeos, haciéndonos recordar los grandes momentos de Jeunet y Caro, Olivier Dahan e incluso el Jan Švankmajer de ‘El pequeño Otik’ (Little Otik (2000). Un film que desafía la imaginación y valentía de los niños, algo a lo que las pomadas esterilizadas de acción real de Disney han dejado de aspirar a día de hoy.

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