Alfred Hitchcock: 'La ventana indiscreta', el punto de vista

En una filmografía como la de Alfred Hitchcock, en la que abundan las obras maestras, hay cuatro o cinco títulos que incluso trascienden tal expresión. ‘La ventana indiscreta’ (‘Rear Window’, 1954) es desde luego una de ellas, un proyecto con el que el director británico estaba ya entusiasmado durante el rodaje de ‘Crimen perfecto’ (‘Dial M For Murder’, 1954), en cuyos descansos no paraba de hablarle del mismo a Grace Kelly, la actriz que Hitchcock quería para protagonizarlo.

Así pues, Kelly se puso por segunda y penúltima vez a las órdenes del maestro del suspense, y hay que reconocer que en la breve carrera de la actriz no hay ocasión mejor que la presente para ser testigos de su gran belleza. ‘La ventana indiscreta’ es probablemente la película donde la actriz sale más hermosa. Además de eso, el film es una lección de lenguaje y narración cinematográfica, sobre todo teniendo en cuenta su manejo del punto de vista.

La película propone un juego, tan divertido, como enrevesado y lleno de detalles con mala leche, sobre el vouyerismo que todos tenemos dentro —y que es tan fácil de demostrar—, mezclando dicho elemento con lo que supone ser un espectador cinematográfico, todo ello para construir un endiablado y fascinante relato de suspense, que junto a la historia de amor central del film, van enredándose y mezclándose hasta tal punto que bien podríamos hablar de una love story con el suspense como MacGuffin, o viceversa. Todo dependerá evidentemente con el ojo con el que se mire.

John Michael Hayes, que se convertiría en guionista del director en esos años, adapta muy libremente, por petición de Hitchcock, el relato corto de Cornell Woolrich. Es la historia de un fotógrafo que, tras un accidente de trabajo, debe permanecer en su residencia con una pierna escayolada, y en el aburrimiento de su existencia decide espiar a sus vecinos. En todo el universo mostrado a través de dicho vecindario, nuestro sufrido protagonista llegará a la conclusión de que se ha producido un asesinato.

Minucioso detallismo en las imáganes

Como en muchas de sus películas Hitchcock da comienzo con un travelling descriptivo sin necesitar una sola línea de diálogo para que el espectador tenga inmediatamente una buena cantidad de datos. Tras mostrar el patio interior de una serie de viviendas en una gran ciudad —en realidad un microcosmos como reflejo del ser humano en general, con todo tipo de personajes, una bailarina, una mujer solitaria, unos recién casados, un músico, una gimnasta, dos matrimonios adultos, etc—, se mete por la ventana de nuestro protagonista.

Sentado en una silla de ruedas y con una pierna escayolada vemos al lado una cámara de fotos profesional, y acto seguido varios cuadros de fotos arriesgadas de tomar, una de ellas, bastante impactante, en una carrera de coches, mostrando así dos cosas, una la profesión del personaje, y otra el posible accidente que le ha llevado a una silla de ruedas. Al poco entra en escena Grace Kelly con una introducción atípica aún a día de hoy: un enorme primer plano del rostro de la actriz, acercándose a James Stewart, nuestro sufrido fotógrafo.

En nada Hitchcock plantea dos líneas argumentales que prácticamente van de la mano. Por un lado la historia de amor entre Lisa (Kelly) y Jeff (Stewart), a borde del matrimonio para pesar del segundo; y por otro la sospecha por parte de Jeff de que en el edificio de enfrente se ha producido un asesinato, resultado de sus horas espiando a sus vecinos, y que encuentra su unión en una muy divertida Thelma Ritter comentando que todo sería mejor si la gente se preocupase más de lo que pasa en sus propias casa y no en la del prójimo.

Amor y asesinato

En dicha observación está la razón por la que Jeff se dedica a espiar a sus vecinos, huyendo de la responsabilidad de aceptar o no la proposición de matrimonio de Lisa, pensando que ésta, más acomodada a una vida de rico, no será capaz de acostumbrase al modo de vida de Jeff, siempre viajando y metido en peligros. Es en ese punto donde la película trasciende su juego cinéfilo y se transforma en algo más. ‘La ventana indiscreta’ es la victoria de una mujer al conseguir al hombre que ama entrando en su juego.

Lisa, que bajo la aparente fragilidad de una espectacular —o hay otra palabra para definirlo mejor— en todos los aspectos Grace Kelly, es uno de los personajes femeninos más inteligentes de toda la filmografía de Hitchcock. Se arriesgará para conseguir una prueba, corriendo con ello un gran peligro. Y dicha secuencia, en la que Lisa es descubierta por el posible asesino, culmina con un plano que ha pasado ya a la historia.

La secuencia de la alianza, que Lisa se pone en la mano para que Jeff vea desde el otro lado que ha conseguido la prueba que buscan, significa dos cosas, por un lado es una alegoría de hasta dónde es capaz de llegar Lisa por conseguir a Jeff, y la otra produce un enorme impacto en el espectador, pues el asesino —un amenazador Raymond Burr maquillado para la ocasión como el famoso productor David O. Selznick, con quien Hitchcock no se llevó muy bien— descubre a Jeff, prácticamente un alter ego del espectador.

El juego del cine

Hitchcock mantiene el punto de vista de Jeff, y la cámara no sale de la habitación en la que se recupera con una pierna escayolada, una habitación que representa su propio patio de butacas. Sólo en determinados momentos la cámara se acercará lo suficiente, por ejemplo en las tomas subjetivas del gran objetivo fotógrafo de Jeff, y otras como si se acercara a la ventana, nunca lo suficiente para poder ver con perfección. El espectador ve lo que Jeff ve, y sufre con él.

Al igual que en ‘La soga’ (‘Rope’, 1948) y ‘Crimen perfecto’ (‘Dial M For Murder’, 1954), Hitchcock une a personajes y escenario en una comunión admirable. Todo el lugar es un estudio enorme en el que construyeron los apartamentos que sirven al director para mostrar un acertado retrato de las relaciones humanas. Atención al uso de la música de Franz Waxman que, a excepción del inicio, es toda diegética, en este caso proveniente del piso del compositor.

Una obra maestra por la que no ha pasado ni un ápice de tiempo, poderoso juego cinematográfico con un crescendo dramático tan conseguido que sus momentos de tensión —el plano antes comentado o el clímax del relato— funcionan a la perfección siempre. Y un plano final que particularmente me parece glorioso. Lisa cambiando su libro de viajes por una revista de moda cuando Jeff, escayolado de dos piernas, se queda dormido. La verdadera belleza y el poder son femeninos.

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