‘Top Gun: Maverick’ es asombrosa: Tom Cruise rescata el espectáculo virtuoso para cines en una secuela supersónica al límite de la gravedad

El dicho “nunca las secuelas fueron buenas” hace tiempo que dejó de ser válido en el cine, pero si se decidiera actualizar, como mínimo, debería de incluirse a la frase “excepto si las hace Tom Cruise”. El actor se ha hecho fuerte en las franquicias y en ‘Top Gun: Maverick’ utiliza el mismo principio que aplica en la saga ‘Misión imposible’: más intenso, más espectacular, más difícil todavía. Y lo consigue. En un momento en el que el cine pende de un hilo.

Uno de los temas prevalentes de ‘Top Gun: Maverick’, es la confrontación de la tecnología frente al ser humano, un clásico que ha ido coloreando los regresos de viejas estrellas del cine de acción desde ‘La Jungla 4’ a ‘Los Mercenarios’, la confrontación de los héroes analógicos en la era digital, y en la nueva secuela se convierte en algo más crepuscular, aceptando cierto destino fatídico de la vieja escuela, pero saliendo a volar para un último baile.

El regreso del hombre-cine

En un momento del primer tramo, el personaje de Ed Harris advierte a Pete Mitchell que los drones acabarán tomando el papel que ocupan los pilotos humanos en algún momento y Cruise contesta que ese momento no ha llegado, casi como una mirada al espectador, en un momento en el que el cine tal y como lo conocíamos vive asomado al precipicio, tranquilizando a los que aún aman vivir emociones frente a una gran pantalla en una sala a oscuras, diciendo que tras un periodo de dos años de incertidumbre, la última garantía del cine a la vieja usanza ha vuelto, al menos mientras él viva.

Y de qué manera. Acostumbrados a cine compuesto en discos duros y software, con ‘Doctor Strange en el multiverso de la locura’ certificando en taquilla un éxito para los superhéroes, los rayos de colores y los diseños de CGI casi de película animada, ‘Top Gun: Maverick’ es un revulsivo de virtuosismo cinematográfico de inmersión, una combinación de tecnología tradicional y recursos visuales modernos que buscan la recreación aérea absoluta. Meternos en un avión de nuevo.

Ya lo hacía de forma impecable Tony Scott en su incontestable clásico moderno ‘Top Gun’ (1986), una película que lograba ser la mayor expresión de la horterada de los 80 y el sabor americano mercantilizado de la era Reagan y al mismo tiempo aplicar una modernidad en su imagen que la hace absolutamente atemporal y perfectamente válida hoy. Este detalle no es ajeno al Cruise productor y el director Joseph Kosinski, que recrean la escena de créditos de la primera con las mismas texturas de forma que revalidan el poder visionario de Scott, a quien se dedica la película al final.

Un blockbuster impresionista para una era delineada

Como si empezar con el Danger Zone de Kenny Loggins no fuera suficiente, la gama de colores y la fotografía se mimetizan de forma asombrosa hasta que nos presentan a Maverick en un hangar igualmente atemporal, pasando a una secuencia a lo 'Elegidos para la gloria', con la intención de atar los cabos entre ambas historias y logrando que haya un universo ‘Top Gun’ en el que todo es épico y brillante, donde los vapores de los motores desenfocan la imagen y el olor a combustible sale de la pantalla. En la marina parece que no pasan los años, y durante dos horas asistimos a lo que es el complemento perfecto de la anterior película.

Porque aunque ‘Top Gun: Maverick’ entra perfectamente en la definición de “recuela” que nos sirve ahora para denominar reboots encubiertos con el reparto original haciendo de facilitadores de una nueva generación —algo que aplica aquí al 100%— esta es más una continuación pura, cuyo protagonista es el mismo y el que lleva los mandos, pero además continúa el tema del duelo por Goose y explora sus consecuencias cuando tenemos al hijo de aquel convertido en un piloto con resentimientos varios acumulados hacia Mitchell.

Si la primera película tenía un subtexto homosexual latente, aquí se transforma en una amistad más tradicional que coloca ahora a Iceman como una figura clave en la carrera de Maverick, recuperando a Val Kilmer en una emocionante escena que vuelve a traspasar la pantalla mezclando realidad y ficción. El tema inevitable de la paternidad frustrada es el pegamento que cohesiona el aspecto emocional de la película, que va tomando forma hasta un tercer acto en donde se resuelve de forma asombrosa, con un Milles Teller en plena sintonía con Cruise.

Batallas a nivel estratosférico

Y ese cemento entre los personajes es lo que funciona a la perfección con las escenas de acción, una actualización de los planteamientos visuales casi documentales de la primera, pero con una combinación de técnicas que amplifican, mejoran y llevan al límite las posibilidades de la cámara en el aire, causando verdadero vértigo desde la butaca. Un viaje de prácticas que lleva la personalidad de Maverick a los cielos, utilizando el humor socarrón de la apuesta imposible como asidero para no caerse.

Cuando llega la misión final, la película absorbe octanos y sube de nivel hasta plasmar un espectáculo pocas veces visto en la pantalla, un equivalente de ‘Mad Max: Fury Road’ en el cine de combates aéreos, con una misión imposible que sube el ritmo cardíaco y se permite hacer un homenaje al clímax de ‘La guerra de las galaxias’ (Star Wars, 1977) con la diferencia de que aquí la fuerza no viene de los midiclorianos sino de la confianza en uno mismo en condiciones absolutamente extremas.

El guion hace una última pirueta en el aire y ofrece un cuarto acto sacado de la chistera que eleva la altitud rompiendo el barómetro, usando el factor humano como llave de la emoción más depurada para dar una conclusión formidable a un blockbuster imprescindible. ‘Top Gun: Maverick’ es todo lo que puedes pedirle a una secuela, que funciona como reflejo especular fiel a la primera, pero también como una historia contenida sobre segundas oportunidades y redención para completar un ciclo que ha merecido mucho, mucho, la pena esperar.

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