'La calle del terror': cómo la trilogía de Netflix subvierte los códigos del terror juvenil en un evento televisivo sin precedentes

El evento ‘La calle del terror’ (Fear Street, 2021) de Netflix ha concluido con su ‘Parte 3: 1666’, dejando en el catálogo de Netflix un estupendo fresco con diferentes encarnaciones del terror juvenil literario a modo de celebración del espíritu “asustaniños” del estilo R.L. Stine, pero con la mirada puesta en la generación streaming, un verdadero pastiche –en el mejor sentido de la palabra– de asesinos, brujería, fuerzas paranormales, y amores de instituto prohibidos.

Todo lo que presenta ‘La calle del terror’ es algo una y mil veces visto, no pretende crear ningún asesino icónico, influir en el género del terror del futuro o reformular el del pasado, tan solo completar la historia épica de Shadyside y su carga de culpas a través de la relación de dos chicas que deben investigar cómo librarse del terrible influjo de una bruja llamada Sara Fier y sus consecuencias: posesiones, asesinatos de todo tipo y tragedias que marcan la historia del pueblo.

SPOILERS EN TODO EL TEXTO

La directora Leigh Janiak afronta el trabajo como una verdadera oportunidad para volcar todo lo que le gusta del material de partida, y logra una comunión insólita entre el producto dirigido a un público verdaderamente juvenil –que no para adultos con protagonistas adolescentes– con una calificación R, lo que le da libertad para ofrecer muertes gore, sexo sin el puritanismo asociado a estas producciones y además jugar con la idea nostálgica como una oportunidad de exaltación irracional de la estética, la música y los tics culturales de las distintas eras que toca.

La calle del terror en los noventa

La calle del terror parte 1: 1994’ es un divertidísimo inicio de la trilogía que actualiza la famosa colección de libros de R.L. Stine para la era ‘Stranger Things’ (2016-) sin llegar realmente a adaptar ninguno en particular. Más el primer acto de una gran película de seis horas, la historia que plantea es completamente nueva, pero tiene todos los elementos típicos de la literatura young adult del creador de ‘Pesadillas’. La ambientación de los 90 es un poco disimulado ejercicio de nostalgia no culpable, aprovechando su punto de partida para proponer una carta de amor a ‘Scream’ (1996) mejor que la propia serie oficial.

Funciona un poco como un slasher con twist sobrenatural en el que no faltan muertes con bastante gore –muy sorprendente dado el público objetivo– y película de terror cajón desastre, en donde caben maldiciones centenarias, poseídos y experiencias al borde de la muerte que guiñan el ojo a ‘Línea mortal’ (Flatliners, 1990), tras haber pasado por ‘Halloween’ (1978) hasta el cine de John Hughes, con muertes salvajes, como la de la picadora de papel, que parecen inspiradas en la sangrienta ‘Intruso en la noche’ (Intruder, 1989).

En este primer encuentro con la trilogía se muestra, eso sí, un acabado algo televisivo que revela más un concepto de miniserie dividida en tres piezas que de algo que pudiera estrenarse en el cine, algunos desajustes de postproducción y el uso dudoso de la música de Marco Beltrami en ocasiones dejan la impresión de prisas. Pero la directora Leigh Janiak, que ha completado la trilogía completa, entiende los mecanismos del género como diversión despreocupada, con violencia irreverente y el uso de las canciones de la época con intuición e intencionalidad.

Campamento sangriento

Con la segunda entrega de la trilogía ‘Parte 2: 1978’ queda claro que cada una de las películas no son sino la consecución de una misma historia dividida en tres actos que descubren distintos secretos de la maldición de Shadyside y Sunnyside, algo que incide en la idea de que, como dejaba intuir su secuencia de créditos “general”, puede verse todo el evento como una gran película dosificada en píldoras de casi dos horas, una duración que podría hacerse pesada en un producto de estas características, pero que funciona como un tiro, en especial en este segmento ambientado en los 70.

‘1978’ cuenta la historia de la superviviente que conocimos al final de ‘1994’, interpretada por Sadie Sink, desarrollando la historia en el campamento Nightwing –la misma localización de ‘Viernes 13 parte VI’–, el lugar de vacaciones para los jóvenes Shadysiders, donde las actividades al sol pronto se teñirán de sangre cuando uno de los residentes empiece a asesinar a sus compañeros. En una clara reinterpretación juvenil de los slashers de la época dorada del género en campamentos de verano como, obviamente, ‘Viernes 13’ (1980).

Pero Leigh Janiak conoce mejor el género de lo que parece y deja detalles que tienen más que ver con ‘La quema’ (The Burning, 1981) y ‘Campamento Sangriento’ (Sleepaway camp, 1983), ofreciendo un episodio brutal, mucho mejor terminado que ‘1994’, aumentando los litros de sangre y, sorprendentemente, también de sexo, haciendo que el espíritu de final de década huela a borrachera nocturna, chustas a escondidas y sangre. Con un body count aún más generoso – incluido el tabú infanticida– y un ritmo incesante, la historia de la maldición se expande con elementos fantásticos de pura lógica Stine.

Además de asesinos, ahora vemos apariciones, cuevas ocultas y misteriosas masas viscosas en altares satánicos ocultos. Es uno de los pocos regresos al subgénero que realmente ofrece una fiesta sin arrugarse en último momento, como la serie ‘Dead of Summer’ (2016), sin guiños y humor que pretenda estar por encima del material que visita como ‘American Horror Story 1984’ (2019) o ‘The Final Girls’ (2016). Además, de nuevo hay un genial uso de la música de la época con intenciones concretas, haciendo un eco brillante con cierta canción de David Bowie que hacen de este nudo un fantástico refresco de sangría en el que parece que hasta sus creadores solo buscan pasarlo bien.

Un crisol grindhouse

Parte 3: 1666’ es el capítulo final de la trilogía, volviendo a utilizar el flashback para llevarnos a la época de los puritanos y mostrar el origen de la maldición de Sarah Fier, revelando todos los secretos que cierran el círculo, haciendo de los tres episodios una historia completa sólida y llena de vasos comunicantes. En esta ocasión regresamos a Shadyshide cuando apenas es una colonia en la que empiezan a pasar cosas extrañas, siguiendo la pauta de los relatos clásicos de caza de brujas como ‘El Crisol’ (1996), con la influencia inevitable de ‘La bruja’ (The Witch, 2015) o la serie ‘Salem’ (2014-2017).

Esto ofrece un cambio de pauta muy curioso, con algunos momentos realmente turbios con respecto a las anteriores, con esa inusual escena de una iglesia llena de niños muertos y sin ojos, con la montañita de lo recolectado a plena vista. También es especialmente salvaje el ahorcamiento de la bruja o esa cerca devorando a toda su camada, detalles de otro tipo de terror que sirven para dar textura al núcleo de la historia. El origen de todo es el odio del pueblo a una relación LGTBI+, algo que sigue siendo tristemente relevante en 2021.

Además, hay algunas sorpresas y la historia tiene un twist muy bien entretejido junto al resto de líneas temporales, – resultado todo ser una conspiración de asesinatos rituales a lo largo del tiempo para enriquecer a un pueblo a costa de la sangre del otro, con un sistema sacrificial parecido al de ‘La cabaña en el bosque’ (The Cabin in the Woods, 2012)–, lo que deja una coda menos sangrienta pero que logra cuadrar muy bien la historia con la parte 2 de ‘1994’, mucho más parecida a ‘Stranger Things’, llena de nuevo de trampas para zombies a ritmo de Offspring y The Pixies (¡qué banda sonora!) que le da al final un espíritu de sesión doble entre el terror setentero satánico a lo ‘La garra de satán’ (1971) y una aventura de cazadores de monstruos juveniles.

La cumbre del terror juvenil

Es ideal ver la trilogía como un todo, y probablemente quien se aventure a revisitarla encontrará decenas de detalles que cobran un nuevo sentido. Pistas como el logo de Sunnyvale, con un diablo, ver a Nick con sangre en las manos en ‘1978’ o cuando la serpiente va hacia él sin atacarle, o cuando el mismo personaje, en ‘1994’, asegura a Martin que las latas de spray de pintura son las suyas. Algo que parece una broma, pero que tiene sentido ya que hay pintadas por todo el pueblo con extraños poemas sobre la bruja para que nadie olvide su historia.

Aunque no sea una adaptación concreta, ‘La calle del terror’ añade muchos elementos que la conectan al material original, con ciertos detalles sobre clase –la metáfora de Shadyside y Sunnyvale es un Villabajo y Villarriba de toda la vida– y algunas ocurrencias atrevidas que demuestran por qué el slasher juvenil de los 90 le debe tanto a series literarias como la homónima, captando las claves del género que ayudó a expandir Kevin Williamson, muy influenciado por las dinámicas del terror de instituto de Stine o Lois Duncan.

La decisión de incluir sexo y sangre de calificación R alta, como una capa encima de un material no diferente a un dilema adolescente del canal CW, logra un tono inaudito, en el que la trilogía existe en ese raro punto entre el terror para un público más joven al estilo ‘El club de la medianoche’, pero nunca se viene atrás porque es para un público menor de edad. El asesinato de infantes de 1978 está en off, pero los cadáveres sin ojos en la brutal secuencia de ‘1666’ llega a puntos a los que ni siquiera Jason Voorhes se habría atrevido.

Un evento televisivo sin precedentes

Son detalles que no vemos en cosas como ‘Verdad o reto’ (2018), ‘Feliz día de tu muerte’ (2017), ‘Navidad Sangrienta’ (2019) o la misma ‘Halloween’ (2018) de Blumhouse, que miran al público juvenil de soslayo pero jugando dentro de un cordón sanitario. La grandeza de ‘La calle del terror’ es hacerse pasar por un producto juvenil cuando en realidad es exactamente lo que los padres no quieren que estos vean, el tipo de película para una sesión con amigos en secreto y que les trata como adultos, pero que no se supone que debe convertirse en el estreno de moda del verano en Netflix.

Un caballo de Troya mucho más temerario que ‘Las escalofriantes aventuras de Sabrina’ (2018-2020), que no se muestra tan mojigato y tiene una voluntad destrozona y contagiosa menos ñoña, que se consume como palomitas y que no busca trascender más allá de su condición de evento fuera de lo común en el panorama streaming. Programado primero para estrenarse en salas durante tres meses, la idea de plantearse como un híbrido de cine y serie en tres tandas es divertida en sí misma y permite que una gran historia épica se desarrolle en tres épocas.

‘La calle del terror’ puede verse como terror lleno de clichés, aventura oscura y fantasía nostálgica, incluso como una bonita historia de amor a través de los tiempos, pero sus condiciones de estreno inusual nos recuerdan a los grandes eventos televisivos de antaño de la cadena ABC, uno de los experimentos más estimulantes del cine de género reciente, solo posible gracias a su vía de estreno en plataformas, que más que arrugar el morro frente a ideas suicidas deciden apoyarla y darle el movimiento en redes e incluso usar cartelería, frente a otras que apenas incluyen sus estrenos como números en su catálogo, que a veces exigen toda una investigación para enterarse de su aparición. A veces las cosas que dan que hablar lo hacen no solo porque lo valen sino porque se las trata como merecen.

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