Muchos años antes de que Michel Hazanavicius y Pablo Berger sorprendiesen a medio mundo con sus exitosas, entre comillas, películas mudas en el siglo XXI, un cineasta como Mel Brooks presentó un film, idéntico en intenciones, y con similitudes con el film de Hazanavicius. ‘La última locura’ (‘Silent Movie’, Mel Brooks, 1976) fue el triple salto mortal sin red de su director tras haber dirigido ‘El jovencito Frankenstein’ (‘Young Frankenstein’, 1974), a día de hoy, aún su mejor película. Un film completamente mudo —salvo una palabra y la banda sonora— que rinde homenaje a la época dorada de un Hollywood silente.
Con el propio Brooks en el papel principal —primera vez en su filmografía— y echando mano de grandes estrellas que colaboraron en la película —cobrando cada una unos 300 dólares por su “cameo”—, el director se sumaba a esa vertiente que, en los años setenta, tomó la nostalgia a tiempos cinematográficos pasados —¿os suena de algo?— como tema a tratar en muchas películas. Directores como Elia Kazan, James Ivory, John Byrum, Peter Bogdanovich, Howard Zieff o John Schelsinger miraron hacia atrás con mayor o menor fortuna. Brooks con ‘La última locura’ —espantoso título español— cae irremediablemente en el segundo grupo, por muy simpáticos y entregados que estén sus “colaboradores”, sobre todo Paul Newman.
Brooks da vida a Mel Funn —los tres personajes principales tiene el mismo nombre que el actor que les interpreta—, un antaño gran director de cine, lleno de éxito y fama, al que el alcohol —uno de los grandes enemigos de los que se dedican al cine— destruyó por completo su carrera y autoestima. Ahora, junto a dos inseparables compañeros —Dom DeLuise, bastante insoportable, y Marty Feldman, un crack muy pocas veces tratado como tal— intentará convencer al dueño de unos estudios al borde de la quiebra de producir una película muda, una auténtica locura de proyecto. El film se llevará a cabo si son capaces de conseguir que importantes estrellas participen en el mismo.
Grandes estrellas, y poco más
De esta forma, y sin demasiadas complicaciones, ‘La última locura’ versa sobre cómo los protagonistas van convenciendo a actores de la talla de Burt Reynolds, Liza Minnelli, Anne Bancroft —esposa en la vida real de Brooks, algo que no entenderemos jamás, o no queremos hacerlo, y que se marca un juego con los ojos que aún a día de hoy sigue sorprendiendo—, James Caan, Paul Newman y un hilarante Marcel Marceau, el famoso mimo, cuya misión en la película es hablar, decir no ante la propuesta de participar en un film mudo. La secuencia de Marceau destaca sobre todas las demás. Puro cine mudo —planificación, montaje…— y por supuesto las habilidades de un mimo único.
Todos los colaboradores se prestan a reírse de sí mismo. Por ejemplo, Burt Reynolds está continuamente mirándose al espejo, para admirarse, y sonriendo. En el caso de nuestro querido Paul Newman, el actor se divierte lo suyo haciendo de sí mismo, tras sufrir un accidente en un coche de carreras —una de las pasiones del actor—, y sentado en una silla de ruedas con una pierna escayolada, será “perseguido” por los protagonistas, cada uno en otra silla de ruedas. Una carrera de sillas en la que se ve que Newman se lo ha pasado en grande, y nada más. Admirable, eso sí, el haberse prestado a la broma, realizando un homenaje a una época en la que el trabajo actoral dependía sobre todo de las expresiones, y en eso Newman era uno de los mejores.
‘La última locura’ prácticamente no posee esqueleto argumental, es muy repetitiva y cuando aparece un muy molesto personaje, a cargo de Bernardette Peters, el film se vuelve bastante aburrido. El humor de Brooks, claro precedente de lo que años más tarde, los hermanos Zucker y Jim Abrahams popularizaron hasta extremos impensables, se ha quedado un poco viejo —no así muestras muy anteriores en el cine—, aunque por supuesto, la película contiene algún que otro gag genial, casi siempre en segundo plano, como todo lo que sucede en esa ciudad que se recorren los protagonistas en busca de sus estrellas. Y poco más. En realidad el favor que le hace al silente es bien flaco. La exageración como leit motiv.
Tras esta especie de descanso, Paul Newman se puso a las órdenes de Robert Altman para dar vida a uno de los más míticos personajes del salvaje oeste.
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