Tras la debacle que fueron la práctica totalidad de las producciones con las que la vertiente cinematográfica de la editorial Dark Horse intentó probar suerte en el séptimo arte, las cabezas pensantes detrás de esperpentos como 'Barb Wire' (id, David Hogan, 1996) o 'Virus' (id, John Bruno, 1999), decidieron que era mejor dejar de despilfarrar el dinero porque sí y dedicarse a menesteres menos innobles que reventarle las neuronas a los incautos que acudíamos al cine a ver sus títulos.
Con la sola excepción a esta decisión que supuso, afortunadamente, la primera entrega de 'Hellboy' (id, Guillermo del Toro, 2004), así se habría quedado la cosa de no haber sido porque cierto realizador mejicano todoterreno decidió que ya era hora de que alguien se pusiera manos a la obra para trasladar a la gran pantalla, de la manera más fidedigna posible, las viñetas en blanco y negro con las que cierto guionista y dibujante antigua estrella de la Marvel y DC, nos había descubierto la vida en una contrastada ciudad del pecado.
'Sin City', el cómic
Había convertido a Daredevil, un personaje por el que nadie en Marvel daba un duro, en uno de los títulos más rentables de la compañía, a la par que uno de los mejores tebeos de superhéroes que se ha escrito jamás. Participó de forma activa en ese proceso de maduración que el noveno arte sufrió a mediados de los ochenta con uno de esos títulos que se consideran puntales a la hora de analizar la historia del cómic: 'El regreso del señor de la noche'.
Rompió esquemas con la portentosa narrativa gráfica de su 'Elektra lives again'. Y todavía con su siguiente paso demostró Frank Miller que aún le quedaba mucho que decir cuando sorprendió a propios y extraños con las primeras entregas de 'Sin City' —que en España aparecieron en las páginas de la añorada 'CIMOC'—. Prescindiendo de todo uso del color, y jugando a cargar las composiciones con tinta negra, Miller trazaba en la que después sería conocida como 'El duro adiós' su primera incursión en un universo que desde entonces sólo ha abandonado para dedicarse a '300' y a ese esperpento llamado 'Holy Terror'.
Comic noir ejemplar, las diferentes historias que componen el caleidoscópico mundo de 'Sin city' son un muestrario de la evolución de un autor que siempre ha gustado de explorar los límites de la página aviñetada, aunque esa exploración le haya llevado a tocar fondo en alguna que otra ocasión como esa horrenda secuela de 'El regreso del señor de la noche' —¿es que nadie tuvo los reaños de decirle a Miller lo mala que era antes de publicarla?— o un par de los títulos de la serie que hoy nos ocupa que deslucen el conjunto de lo que hasta ahora compone 'Sin City'.
Pero los problemas que acusan dichas historias no los vamos a encontrar en las cuatro primeras: con la carta de presentación que supone esa nihilista historia que es la citada 'El duro adiós', que narra los esfuerzos de un mastuerzo llamado Marvin para dar con el asesino de una prostituta que fue cariñosa con él en una ciudad en la que la amabilidad no es precisamente una virtud a cultivar; los otros tres títulos que completan lo mejor que ha dado 'Sin City' son un inmenso ejemplo de como escribir y narrar historias tan negras como la tinta que las dibuja.
Así, resulta difícil decantarse a la hora de poder encumbrar a 'Mataría por ella' por encima de 'La gran masacre' o 'Ese cobarde bastardo', tres relatos que explotan con una fuerza demoledora en la cara del lector tanto si estamos hablando de su explícito sentido de la violencia, como si lo hacemos de su brillante carácter cinematográfico, incidimos en la perfecta definición que Miller hace de todos y cada uno de sus personajes o en el soberbio y puntual uso del color en ese mundo de pocas luces y muchísimas sombras que el autor americano compone en la ciudad del pecado.
Reticencias lógicas, voluntades de hierro
Las experiencias cinematográficas de Frank Miller no habían sido lo que uno calificaría de satisfactorias y tras los lamentables resultados que obtuvieron las dos secuelas de 'Robocop' (id, Paul Verhoeven, 1987), el artista recelaba ante dar la opción a las majors a que se hicieran con los derechos de sus cómics para llevarlos a la gran pantalla. Robert Rodríguez, por su parte, deseaba fervientemente poder filmar 'Sin City' de tal manera que "más que una adaptación fuera una traslación", siguiendo al pie de la letra lo que Miller había dictado en sus cinematográficas viñetas.
Determinado pues a conseguir como fuera que el dibujante le diera su bendición, el director mejicano decidió rodar una escena de prueba e invitó al artista al rodaje en Austin de la misma. Utilizando como material de partida una historia corta de tres páginas titulada 'El cliente siempre tiene la razón', y contando con el protagonismo de Josh Harnet y Marley Shelton, los tres minutos que el cineasta logró poner en pie, y que luego utilizaría como prólogo de la cinta, fueron más que suficientes no sólo para convencer a Miller de la viabilidad del proyecto, sino para provocar que se subiera a bordo del mismo y terminara acreditado como co-director.
Para esta primera entrega de lo que el autor de 'El mariachi' (id, 1992) ya veía como una potencial saga de películas, cineasta y artista escogen tres de las cuatro primeras historias que comentábamos más arriba, reservándose la cuarta, 'Mataría por ella', para esa secuela que ha tardado nueve años en ver la luz y que se estrenará en Estados Unidos a finales del próximo mes de agosto —de la fecha de estreno en España aún no se sabe nada—. 'Sin City' (id, Robert Rodríguez, Frank Miller y Quentin Tarantino, 2005) queda así compuesta por 'El largo adios', 'La gran masacre' y 'Ese cobarde bastardo'.
'Sin City', una traslación asombrosa
A fin de abaratar costes y, sobre todo, de preservar algo más que la esencia del trabajo de Miller en la gran pantalla —ya hemos dicho que la pretensión del director era que la traslación fuera lo más fiel posible—, Rodríguez decidió de forma temprana que 'Sin City' se iba a aprovechar sobremanera de la tecnología digital para ser filmada en su práctica totalidad sobre pantalla verde como ya habían sido esos fallidos experimentos llamados 'Sky Captain y el mundo del mañana' ('Sky Captain and the World of Tomorrow', Kerry Conran, 2004) o 'Inmortel (Ad vitam)' (id, Enki Bilal, 2004).
Sirviéndose pues de dicha técnica, es incuestionable que 'Sin City' no hubiera sido la misma película de haberse rodado en formas tradicionales, ya que la libertad que otorga a Rodríguez el no tener que contar con limitaciones de decorados —que sólo se utilizan en dos o tres escenas— es la que en última instancia juega en favor de permitir al cineasta traspasar al celuloide las viñetas y páginas dibujadas por Miller, respetando encuadres y los magníficos juegos de luces que dimanan del contraste entre el blanco del papel y el negro de la tinta.
Jugando además, como hace el autor, a salpicar la escena de forma puntual de vivos colores, a lo que podemos asomarnos en 'Sin City' es a un preciso calco visual del fascinante universo ideado por el consagrado artista. Un universo que despliega ante nuestra mirada sin dar respiro, consiguiendo aquí Rodríguez parecer algo que el resto de su filmografía, salvo su a ratos interesante ópera prima, siempre ha puesto en tela de juicio: el que enterrado en la inmensa mediocridad que ha sido su filmografía hasta la fecha, hay un buen director de cine.
Claro está que mucho trabajo viene hecho de la viñeta, pero el solo hecho de que esta sea, probablemente, lo más cerca que una película ha estado jamás de acercarse al lenguaje de la narrativa secuencial, narrarla con el ritmo que se narra, editarla con precisión —mejor el montaje de cines— y conseguir que el elenco de actores sustituya en la memoria del lector a sus contrapartidas aviñetadas es todo un logro que hay que valorar en su justa medida junto al espléndido trabajo de Bruce Willis, la sorpresa que es Mickey Rourke o esos impagables papeles que se dejan en manos Powers Boothe, Michael Madsen, Rutger Hauer o un muy inquietante Elijah Wood.
Con todo lo anterior en consideración, resultan muy comprensibles tanto las enfervorecidas reacciones iniciales que la cinta levantó en el fandom —en las cuales me incluyo, la película me pareció sobresaliente...hace nueve años— como el hecho de que la expectación alrededor de la secuela haya sido bastante elevada en la década que casi ha transcurrido desde el estreno del filme. Un filme que resiste muy bien el paso del tiempo —mucho mejor que algunos coetáneos suyos que hemos visto ya en pasadas semanas del especial— y que, entre otras cosas, daría pie a Frank Miller para mancillar el sagrado nombre de Will Eisner. Pero eso, como suele decirse, es otra historia...
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