'La princesa prometida', pequeño gran cine imperecedero

'La princesa prometida', pequeño gran cine imperecedero
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“Hola, me llamo Íñigo Montoya. Tú mataste a mi padre. Prepárate a morir”

-Ínigo Montoya (Mandy Patinkin)

Hubo un tiempo en que Rob Reiner nos tenía a todos desconcertados, tanto por su buena fortuna como por un singular talento que parecía capaz de salir airoso de todo tipo de proyectos, por muy dispares y complejos que fueran, y de todos ellos salía con notable alto. Entre 1986 y 1992 dirigió cinco películas que han quedado como el ejemplo de un cine comercial de altísima calidad, y en las que cabía el suspense, la aventura juvenil, el retrato de pareja, el terror, el cuento de hadas, el humor negro…Realmente era un director que se había ganado un respeto y un lugar entre los mejores artesanos de su tiempo. Desgraciadamente se le acabó la buena fortuna, y desde 1994 ha dirigido media docena larga de películas que apenas han despertado el interés del respetable, por mucho que el bueno de Reiner haya intentado regresar a esa época dorada, que cada vez queda más lejos en la memoria.

Sin embargo, bastante antes de que se le terminase la inspiración o el talento o la suerte, Reiner tuvo la suerte de dirigir uno de los mejores guiones de aventuras de los últimos treinta años, escrito por el gran guionista William Goldman (Chicago, 1931), el cual adaptaba su propia novela. ‘La princesa prometida’ (id, 1987) es una magnífica película de comedia, de aventuras, de fantasía, de venganza. Pero sobre todo y ante todo es una celebración del cine, un cuento que podemos ver una y mil veces, y siempre lo pasamos en grande. El título perfecto para ver un día de lluvia, preferiblemente con una buena taza de chocolate caliente, y sin olvidarnos de las imprescindibles sustancias psicotrópicas. ‘La princesa prometida’ jamás tuvo mayor pretensión que la de divertir y dejarnos bien a gusto, y quizá por eso ha pasado a la historia del cine americano.

Resulta dificilísimo, por no decir imposible, encontrar una película de aventuras, incluidas todas las de animación que en los últimos años nos están llegando, y que de alguna forma imitan o parten de algunas de las ideas y chistes de esta película, que llegue al nivel de surrealismo y de subversión narrativa de ‘La princesa prometida’, relato de libertad absoluta. Y que, sin embargo, gocen de un guión tan asombrosamente férreo, construido en apariencia sin costuras, pero que se sospecha elaborado hasta el mínimo detalle, pues en su esqueleto nada sobra y nada falta. Es decir, nos encontramos ante un ejemplo de ascetismo y de austeridad que, a la postre, se revela riquísimo en imaginación, fecundo en personajes llenos de vida y dibujados con precisión, y casi inagotable en ideas, chistes, inventiva y amor por el cine y los cuentos. Filmada en impresionantes paisajes de Inglaterra e Irlanda, hacen faltas más películas de la belleza de esta.

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Espadas, acertijos, resurrecciones

Con ‘La princesa prometida’ el cine parece volver a nacer, rejuvenecido y revitalizado. Tras empezar con el recurso del abuelo que le lee un cuento al nieto, recurso que no se encontraba en la novela, y que la enriquece aún más, pasamos a la pura aventura sin más preámbulos, con la fenomenal persecución en los Acantilados de la Locura, y posterior secuencia de esgrima, secuencia que puede ser, fácilmente, una de las mejores, más divertidas e ingeniosas de esgrima desde que Errol Flynn encarnara a Robin Hood. El hombre de negro se bate en duelo, pero antes un diálogo inolvidable sobre una espada, un padre muerto y una venganza en ciernes. Aquí da la impresión de que hay tiempo, energía y talento para todo. Aún le quedarán dos pruebas al hombre de negro, de astucia y de fuerza, para rescatar a Buttercup, pero claro…nada es lo que parece.

La película posee dos mitades bien diferenciadas: hasta que la princesa es liberada por el hombre de negro es la primera, y la segunda de nuevo el intento de rescate, con un Westley hecho polvo y ayudado en la empresa por los dos antiguos enemigos. Se habla de amor y de venganza en todo momento, pero no hay ni rastro de ñoñería ni de violencia comercial en todo el metraje, pues Reiner obra el milagro de un equilibrio estético muy notable, capaz de cautivar a personas de cualquier edad y, sospecho, de cualquier parte del mundo, ya que este cuento es completamente universal y disfrutable, aunque se esfuerce uno por lo contrario. Vamos, que te obligan a pasártelo a lo grande, quieras o no.

Y para la princesa perfecta, pocas más adecuadas que la bella y magnífica actriz Robin Wright, que hace una pareja muy estimulante con el divertido Cary Elwes (siempre un actor un poco bizco, pero a quién le importa), que va de guaperas aventurero y lo borda. Eso sí, ambos están rodeados de un grupazo de actores y rostros de primer orden: para el inefable y casi inmortal Íñigo Montoya (quizá el personaje más recordado) contaron con el estupendo Mandy Patinkin, que tiene algunas de las mejores frases. Para el gigantón turco Fizzik tuvieron la suerte de que André el Gigante, uno de los luchadores profesionales más famosos de la historia. Y hay más gente estupenda: Chris Sarandon como el odioso príncipe Humperdinck, Fred Savage, Peter Falk, Billy Cristal...

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Magníficamente fotografiada por Adrian Biddle, en su segundo trabajo después del infierno de rodaje de ‘Aliens’ (id, James Cameron, 1986), y con un fabuloso, por decir algo suave, diseño de producción de Norman Garwood, que desgraciadamente se ha prodigado poco, y que contó con la ayuda de Richard Holland y Keith Pain en la dirección artística, todos nos acordamos siempre, al final, del magistral diseño de vestuario de Phyllis Dalton, toda una leyenda de su oficio, con títulos como ‘Lawrence de Arabia’ (id, 1962) y ‘Doctor Zhivago’ (id, 1965), ambas de David Lean, a sus espaldas, y por supuesto de la música de Mark Knopfler, que no se sabe por qué, pero es el acompañamiento ideal a sus imágenes. ‘La princesa prometida’, dentro de cincuenta años, seguirá tan joven, o más, que ahora. Tiempo al tiempo, el más justo de todos los jueces.

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