'La visita', el dolor del miedo

'La visita', el dolor del miedo

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'La visita', el dolor del miedo

El miedo a los muertos. El miedo a no morir. El miedo a los extraterrestres. A lo desconocido, en suma. Un tema perfecto para muchos de los relatos de terror que, a los largo de los años, han alimentado la literatura, y sobre todo, el cine. Ése ha sido uno de los elementos más característicos del cine de M. Night Shyamalan, sobre todo en sus primeras películas famosas. En ‘La visita’ (‘The Visit’, 2015) vuelve con fuerza a hablar sobre el miedo, pero sobre uno mucho más real.

Tras haber cedido, por evidentes problemas de falta de confianza del siempre despiadado público, al presupuesto del blockbuster, la vuelta aparente a terrenos más modestos sólo puede aplicarse a la utilización de un presupuesto más reducido, de hecho, el más bajo desde su primera aventura con Bruce Willis. Sin embargo ‘La visita’ es probablemente su film más arriesgado y ambicioso, puesto que dentro de los límites del found footage y el mockumentary establece sentidas reflexiones sobre la creatividad, la autoría, la ficción y la realidad, en un viaje dramático de envergadura hacia el dolor de la separación.

(From here to the end, Spoilers) La premisa de ‘La visita’ es sencilla, simple en apariencia: dos hermanos son invitados por sus abuelos, los padres de su madre, a pasar una semana en su casa, para conocerlos. Hace años se habían distanciado de su hija, que se había marchado del hogar paterno por amor. Una vez allí, Becca y Tyler –sorprendentes Olivia DeJonje y Ed Oxenbould−, mientras la primera realiza un documental sobre su familia, notan que sus abuelos se comportan de una forma muy extraña. Esto último hará que el espectador veterano se haga cábalas de todo tipo en la cabeza hasta el instante de su terrible y coherente giro argumental.

Shyamalan consigue hacer sencillo un film lleno de capas y lecturas, probablemente como nunca en su filmografía que, al igual que su adorado Hitchcock, echa mano del mcguffin argumental para, en el fondo, narrar otra cosa. Y lo hace a través del tan denostado, y con razón, found footage, manejando con suma habilidad todo el poder de su limitación, dando un paso más, al alternar con otros estilos dentro de los márgenes del citado. De hecho, ‘La visita’ avanza narrativamente a través de una progresión dramática que evoluciona desde el mockumentary hasta el found footage.

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La mirada

Becca, sin duda el alter ego del director, está “enfrentada” a su hermano formalmente hablando. Defensora de las formas clásicas en la puesta en escena, mientras que su hermano podría considerarse la representación, con el muy inteligente punto de molestia aplicado sin cargar las tintas, del público joven de hoy día, preocupado por realities y el arte de consumo inmediato. La película juega con ese elemento todo el rato, y lo aplica de forma ingeniosa a la imagen del film, que varía según el momento, alternando las dos miradas.

Porque lo que queda claro, en esta película que necesita de varios visionados para escarbar en sus impresionantes imágenes, es que todo depende de la mirada. Ahí entra el mcguffin citado, en un ejercicio que recuerda un poco, lógicamente, al realizado por Shyamalan en su primer film famoso, logrando que el film se reconstruya, o reinterprete, de otra forma una vez descubierto el “secreto”. Hasta ese instante, el director ha jugado con nuestras mentes, haciéndonos pensar que ‘La visita’ tendría componente sobrenatural. La mirada.

Y de la mirada al miedo. ‘La visita’ deja para su final los instantes más sobrecogedores de gran parte del cine de su director. El miedo de ‘La visita’ es algo muy real, es miedo al abandono, a que no nos quieran. Un miedo muy superior, por auténtico, al de cualquier ficción ideada. Para llegar a él, para dejar constancia de su mirada, nos propone un juego en el que el terror y la comedia se entremezclan armoniosamente –ese cambio de plano a las muecas de Tyler interrumpiendo un discurso sobre el clasicismo por parte de Becca, es brutal−, mostrando que en cine, la imagen lo es todo. Atención a los muy pensados planos de los últimos veinte minutos. Verdad y mentira (ficción) dándose la mano.

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En ocasiones veo fantasmas del pasado

Eso mismo queda patente en la tangencial historia ideada por Tyler mientras van en coche con su abuelo, y que versa sobre el sheriff de la zona, nunca presente cuando se le necesita. Más tarde, cuando la madre de los críos quiere advertir a la policía del lugar, se encuentra con un mensaje de contestador. A veces la ficción puede convertirse en realidad, o simplemente son lo mismo. Otras veces la respuesta es más fácil de lo que parece. Siempre ha estado ahí, como todo lo que rodea a los personajes de los abuelos, interpretados por unos fantásticos, e inquietantes, Peter McRobbie y Deanna Dunagan, cuya motivación más allá de la locura, sin duda los momentos de cordura, es tan triste y dolorosa como la revelación final.

Shyamalan juega todo el rato con su imagen en el propio arte, además de hacer un guiño muy directo, al cierto exitoso film de 1999, curiosamente el año de ‘El sexto sentido’ (‘The Sixth Sense’), que abrió caminos más tarde explorados por directores como Oren Peli, o productores como… exacto, Jason Blum. Además efectúa una crítica muy sutil a la dependencia de las imágenes que tenemos en pleno siglo XXI; e irónicamente hermana los recuerdos a ellas. De ahí el poderoso epílogo, en el que por vez primera suena música original de Paul Cantelon, y el film muestra toda su terrible coherencia.

Si la ausencia de banda sonora, salvo instantes muy contados en los que suena música diegética, ha significado el silencio sobre determinado trauma pasado, la confesión del mismo funcionará a modo de catarsis, en el impresionante momento de la madre hablando a la cámara en el documental de su hija. La actriz Kathryn Hahn da toda una lección de cómo sostener un plano largo, y la liberación sucede con música extradiegética, mientras, a modo de found footage, se nos revela la razón de la descomposición de la familia. La imagen es el recuerdo; el dolor, el miedo real. Y al igual que los fantasmas de aquel famoso film con Bruce Willis, ese recuerdo (fantasma) necesita ser aceptado y liberado.

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