Estamos acostumbrados a comer hamburguesas. El noventa por ciento de las series y películas que consumimos (y no, no es un verbo puesto al azar) nos sacian, sí, pero no tratan de ir más allá de la receta más obvia y sencilla posible, pero la salsa sabe distinta y ya nos vale para encumbrarla. No merece la pena sacarle pegas a una hamburguesa, porque es consciente de serlo, por muy buena que esté la carne. Sin embargo, 'The Bear' es -y nace con la pretensión de ser- un menú de quince platos realizado por manos expertas, tan sutil como efectivo, tan bello como doloroso. Y, como siempre nos pasa con las cosas manufacturadas con tesón, es más fácil encontrarle sus defectos.
¡Sí, chef!
Al principio de esta temporada de 'The Bear', Carmy pone sobre la mesa las cosas no negociables para este nuevo restaurante, que el equipo toma -con razón- como otra de sus tonterías mientras lidia con el ansia de conseguir una estrella Michelín. Entre ellas, hay una que, no inconscientemente, define el devenir de la serie: cambiar el menú cada día. Esta tanda de episodios podría haber continuado el tono de la segunda temporada, que ya de por sí daba un giro de 180 grados respecto a la primera, pero ha decidido que era el momento de cambiar el menú, aunque eso signifique ganarse la antipatía de gran parte de los espectadores.
The Bear ya ha nacido, y los personajes, que han pasado por traumas y alegrías que les han unido de manera inevitable, no pueden seguir mostrándose ariscos e impertinentes continuamente los unos con los otros. Han aprendido a cocinar, a comportarse, a evolucionar. Han ganado finura, han crecido, se han unido en lo bueno y en lo malo. Ninguno de ellos es el mismo que empezó la serie, y esta no puede mostrarse continuista respecto a las dos anteriores porque la notaríamos forzada, chiclosa, absurda. ¿De qué ha servido tanto refinamiento si siguen comportándose como un puesto de bocadillos cualquiera?
Hasta ahora, el restaurante era el centro de todo lo que ocurría en la trama, de manera angustiosa y acuciante, pero ahora la serie ha decidido, de manera muy inteligente, pivotar. La tercera parte de 'The Bear' es una contraposición constante: trata de inicios y finales, de tristezas y alegrías, de bocadillos y elegancia, de aparentes decisiones seguras centrándose en Carmy, la persona más insegura de todo el elenco y, al mismo tiempo, la que debería comandarles a todos con puño de hierro, como hacen sus chefs más admirados (y odiados). The Bear funciona gracias a él, pero al mismo tiempo no funciona por su culpa. Contrastes imposibles de sobrellevar sin explotar.
¡Oído cocina!
Entiendo perfectamente a todo el mundo que no pueda entrar en esta tercera temporada, que ya comienza con una declaración de intenciones en un primer episodio abstracto que sirve como túnel hacia la psique de un Carmy que, después de destruir su vida en la noche del estreno, se siente responsable de cada cosa que no funcione, porque solo le vale la pura perfección. 'The Bear' recoge lo sembrado en los 18 episodios anteriores para modelar un futuro sin perder su ADN (más allá de los gritos y las tensiones constantes) que será frustrante, triste, repetitivo y desalentador.
En el mejor episodio de la temporada (dirigido, por cierto, por Ayo Edebiri, demostrando que es capaz de todo), Tina subraya que necesita una rutina para seguir adelante. Y la serie no menciona esta frase al azar. Es perfectamente consciente de lo que hace: estos diez episodios pueden resultar estáticos y repetitivos porque la trama no se mueve demasiado ni hay dramáticos acontecimientos que lo cambian todo. No es que los showrunners se hayan vuelto locos: se trata de una rutina constante y consciente a la que acostumbrarnos hasta poder romperla y, con ello, rompernos también a nosotros.
Por mucho que lo intente, Carmy nunca va a conseguir lo que quiere, porque ni siquiera sabe lo que es eso. No es la fama, ni el éxito profesional, ni el amor. Solo quiere dejar de tener ataques de pánico, poder dormir, dejar de pensar en comida, en trabajo, cometer fallos pequeños, no arrastrar a Sydney a su cueva particular de desazón, desastre y dolor. Ser el chef y maestro que siempre soñó que sería, el que David modeló a base de insultos y daño emocional. Está roto por completo y no hay nada que pueda arreglarlo. Ni siquiera importa cuál es el próximo golpe o alegría que Carmy vaya a recibir, porque en su terrorífica batidora emocional va a transformarlo todo en más estrés a su pesar. Él no quiere ser así, pero no puede evitarlo. Porque es el oso. Y un oso siempre está hambriento.
Necesitamos servilletas
No fueron pocos los que insinuaron, antes y durante la emisión de la temporada, que esta nueva tanda de episodios podría ser una especie de soft reboot para la serie. Nada más lejos de la realidad: aunque estos diez capítulos de 'The Bear' podrían tener como base argumental y leitmotiv los nuevos inicios, realmente hace una continua pesca de arrastre para centrarse en otra cosa: los finales. Las consecuencias de la muerte de la madre de Marcus, el cierre de uno de los templos del sabor de todo Estados Unidos, el final del periplo de Tina para encontrar su lugar en el mundo, pronunciar las palabras que nunca se dijeron, llegar a las conclusiones que llevabas meses temiendo.
Por más que se empeñen los Emmy (y algunos críticos estadounidenses), 'The Bear' no es una comedia. A estas alturas todos podemos estar más o menos de acuerdo. De hecho, sus peores momentos en esta tercera tanda de episodios son cuando se centran en los Zak y sus payasadas habituales (ojo al poco afinado cameo sorpresa en el episodio 5 que rompe totalmente el tono de la serie), que suenan casi a una justificación por parte del equipo por estar nominados continuamente en esa categoría. Dejemos de fingir que lo es: se trata de una serie sobre el trauma, la tristeza y la ansiedad, y se niega rotundamente a contarlo desde la sonrisa y la amabilidad.
La hay, por supuesto: la serie capitaneada por Jeremy Allen White (estupendo, como siempre) es también una serie sobre el cuidado y la empatía incluso cuando menos lo merecemos. Y sí, puede que este cambio de rumbo haya descolocado, pero, al igual que el menú de The Bear, necesita cambiar constantemente para sentirse viva, incluyendo algunos tropiezos y malas críticas por el camino.
Y es que, en el fondo, la mejor metáfora de la reacción en la vida real a esta temporada es... ella misma, plagada de decepciones, dudas y algunas alegrías momentáneas. Personalmente, sigo creyendo que es una opción gourmet entre tanta comida rápida. Y, como tal, a veces comete tropiezos al mezclar sabores que no terminan de amalgamar correctamente. Eso sí, cuando vuelvan a abrir las puertas, será inevitable que me ponga de nuevo a la cola para degustar su nueva vuelta de tuerca.
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