Juntos

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Los estrategas de marketing, o mejor dicho los divulgadores de dichos profesionales, han sido hábiles a la hora de introducir términos que ahora utilizamos con frecuencia. El de target, abreviatura del target market, es el que usamos ahora para referirnos al público o audiencia al que va dirigida.

Un criterio usado con frecuencia, aunque seguramente no el único, respecto a las películas el del target demográfico: dividiendo a la población en segmentos de edad, se evalúa así qué tipo de películas o propuestas pueden atraer más. Curiosamente, Internet ha roto, al menos parcialmente, este criterio. Esa es la jerga que usan en las revistas industriales, como Deadline o Variety, los expertos que comentan la taquilla semana tras semana.

Los criterios de las grandes plataformas online no son demográficos, sino conductistas, es decir, se basan en el grado de lealtad que tenemos hacia un producto y similares. Este es uno de los criterios que usa, por ejemplo, Amazon para vendernos algo cuando aparecen sugerencias.

Me parece fascinante como, de un modo naturalmente práctico y simple, los criterios oponen, por decirlo llanamente, dos maneras de concebir el cine: como actividad social (de ahí el factor de segmentación por edades) y como subjetividad individual (de ahí al atención a la conducta de un solo individuo).

El cine nació, como bien saben ustedes, como actividad social, evento de feria capaz de atraer millones. Y con gran frecuencia, este criterio ha sido vigorosamente desplazado. La llegada del vídeo fue una premonición mayor al previo desembarco de la televisión pues con el vídeo doméstico se prometía algo que luego la televisión por cable (en Estados Unidos priemro y luego en distintas versiones del concepto, en EUropa) explotaría: la idea de que sea el propio espectador quien escoja lo qeu quiere ver.

Es una idea atractiva, no diré que no. Y con Internet ha llegado, quizás, el hábito definitivo: el de ver películas a cualquier hora, sin dependencia de ningún soporte físico siquiera, es decir, ha roto el concepto de disponibilidad física de mercancía trayendo consigo la inmediatez como valor único (y poderoso).

Todo esto es naturalmente más o menos obvio al espectador más o menos atento a estos cambios tecnológicos. Pero este cambio es quizás un poco más crucial de lo acostumbrado: parece dar al individuo una soberanía última sobre su educación cinéfila. Es, por supuesto, una buena noticia para la cultura.

Pero en la configuración del criterio individual hay un olvido que no se contempla, seguramente porque o resulta todavía demasiado complicado de calcular o porque es poco menos que un supuesto. Y ese supuesto, en el cine, es la compañía. ¿Con quien vamos a ver esa película? ¿Con la persona querida, con los amigos y amigas que hacen compañía en las tardes y noches plácidas o tristes de nuestro descontento, con nadie y solamente con nuestra ansia?

Hay para mi, desde hace ya algún tiempo, una gran diferencia entre ver una película solo, por separado a verla con alguien. La palabra que se usa, en cualquier proposición, es juntos. Juntos, del latín iunctus, es un adjetivo bello pues no solamente, como diáfanamente explica la definición de la RAE, significa "Juntos o cercanos" sino también "que obra o que es juntamente a la vez o al mismo tiempo".

Entiendo perfectamente que la labor de los mercaderes sea distribuir y vender sus entradas de cine o sus productos. Pero siempre que leo, se produce el dilema cada cierto tiempo y en la forma veraniega e inútil de reportajes periodísticos, asuntos relativos a la crisis del cine por el descenso de audiencia o por las recaudaciones solamente en un tipo de películas, no puedo evitar, aún existiendo problemas en los circuitos de comercial, pensar que se habla siempre desde una cierta ingenuidad de lo que fue o de lo que puede seguir siendo el cine.

Porque más allá de cuanto alcance artístico tenga una película o de donde estén esos límites, el cine tiene algo que no ha sido disputado ni siquiera por los videojuegos, otro lenguaje nuevo y también lleno de posibilidades expresivas. Y eso es la sociabilidad. No necesita la condición del evento espectacular, al contrario, seremos nosotros quienes vamos al cine buscando una ración de calor, cercanía, un contraste, tal vez, un frío debate o un montón de carcajadas.

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El cine sirve para la cercanía y para la comunidad; el cine es el espectáculo que mejor ampara las excusas para desarrollar la camaradería, los amores, el descanso, la huida o la confrontación. Por todo esto, por, precisamente, ser una propuesta de estar juntos, creo que todos las profecías, vanas y parcas y tiernas, de dar por olvidado al cine para priorizar las películas serán un fracaso más, ajeno al movimiento simple con el cual las luces se apagan, dejando a las personas, juntas, claro, a la espera de la sinfonía acostumbrada de anuncios y advertencias y hasta cine.

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