Hace ocho años, Meowth llegó a mi vida. Era un cachorro de gato enano con auténtico terror por todo lo que le rodeaba. Ahora mismo, mientras escribo estas líneas, duerme tranquila en el sofá mientras espera la próxima hora de comer, jugar o recibir su ración de mimos correspondiente. Todas las mañanas me espera al borde de la cama para recibir caricias y ronronear, me sigue allá donde vaya, la adoro. Esta gata es una de las mejores cosas que me han pasado en la vida, y un motivo más para despreciar a todo aquel que toque a un animal para algo que no sea cuidar de él. Porque solo pensar que Meowth podría haber acabado en un laboratorio como el de 'Infiltrada en el búnker' me causa auténtico pavor, impotencia e imparables ganas de llorar. ¿Y a quién no?
Buenas noches, bienvenido al infierno animal
Es difícil ver 'Infiltrada en el búnker', el nuevo documental de Amazon Prime Video sobre la salvaje experimentación con animales, sin apartar la mirada en algún momento o notar cómo los ojos se te llenan de lágrimas. Entre los documentos filmados por Carlota Saorsa con sus gafas espía hay todo tipo de auténticas barbaridades que desafían cualquier lógica ética y humana, desde conejos con la columna vertebral rota arrastrándose por el suelo (al que mantuvieron 48 horas viviendo en una brutal agonía) hasta un montón de ratones muertos apilados en un rincón, perros desangrándose sin atención veterinaria o macacos claramente maltratados para inyectarles dios sabe qué. No es fácil de mirar, no te vas a divertir, vas a sentir nauseas, pero hay que verlo aunque creas que ya sabes de sobra lo que pasa en un lugar como este.
Pero, muy conscientemente, Pablo de la Chica sabe bordear el morbo y no limitarse a listar un catálogo de horrores con los que concienciar al público. Al contrario: 'Infiltrada en el búnker' es la historia de una activista que pudo colarse durante un año y medio en una de las empresas más perniciosas de España, Vivotecnia, y luchó desde dentro, pese a los problemas legales que podría haber tenido (gran parte del documental se centra en su paranoia policial) y los consejos disuasorios de otros animalistas. El resultado es escalofriante incluso para los más cínicos, pero no acaba de ser redondo.
En la propia producción del documental está su penitencia: al no poder mostrar la entrevista a Carlota (nombre ficticio, claro, para no desvelar su verdadera identidad) sin modificar su voz, obligando al público a mirar continuamente una cara difuminada, el director decide que sus partes serán interpretadas por Goize Blanco. La idea es buena, pero el resultado dista mucho de ser perfecto, y como espectadores notamos el artificio en todo momento, más aún cuando interpreta algunas de las situaciones que vivió la activista, hasta el punto de sacarnos de la realidad que impregna el metraje, acercándose en ocasiones a un teatrillo de secundaria. No es culpa de la actriz, que está estupenda, sino de un formato tristemente irregular.
Sangre y alaridos, carne de cañón
Los productores afirman tener horas y horas de material, del que han seleccionado lo más impactante para hacer una película que pudiera ver cualquier tipo de público. La intención es buena, pero lo cierto es que, aunque la narrativa funciona y la escalada de sucesos queda clara para el espectador, las partes interpretadas por actores terminan por ser un mal necesario que sufrir para llegar a las imágenes reales, el verdadero gran tesoro del documental. De hecho, hacen soñar con una versión de pesadilla en la que las pruebas fueran las protagonistas, narradas con voz en off y limitadas a los hechos, sin remarcar o subrayar situaciones que ya de por sí resultan excesivas.
Esto no hace que 'Infiltrada en el búnker' sea, ni mucho menos, un mal documental. Todo lo contrario: es más accesible y sencillo de entender, sin por ello sacrificar los vídeos más crudos y extremos, tan repulsivos como necesarios para concienciar a un público general que posiblemente ha oído hablar del tema o lo ha visto de refilón en las noticias, pero que se ve obligado a enfrentarse durante una hora y media a una realidad terrorífica que ocurre en cuartos sin ventanas, repletos de jaulas, golpes, tristeza, aullidos, sangre y mucha, muchísima muerte.
Por momentos, 'Infiltrada en el búnker' hace obvio el enamoramiento que tiene con su protagonista (algo comprensible, por otro lado) y no puede evitar tener un tono excesivamente televisivo y manipulador, sobre todo en el uso forzado de la música y los planos de Blanco huyendo de una aparente persecución policial. Sin embargo, es fácil obviar sus defectos cuando la denuncia que hace no solo es necesaria, obvia y directa, sino que, además, no tiene un final necesariamente feliz por culpa de algunas autoridades a las que el documental prácticamente exige dar las explicaciones pertinentes.
Tengo que reconocer que, más allá de algunos momentos panfletarios que pierden el tono por completo, 'Infiltrada en el búnker' me ha marcado. Es un documental escabroso, que probablemente a los más animalistas no les vendrá de nuevas (son imágenes que llevan tiempo rondando, al fin y al cabo) pero al público que haga click por curiosidad, movido por el horrendo póster creado por IA (¿eh, Amazon?), le despertará, de manera inevitable, una conciencia social que está durmiente en prácticamente todos nosotros. Porque, al margen de nuestros colores y nuestras ideas, al menos podemos estar de acuerdo en que todo aquel que maltrate o torture a un animal inocente con plena consciencia de lo que hace es un malnacido que solo merece el desprecio de la sociedad. O, al menos, eso espero.
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LoveIsLove
Por estas cosas el veganismo es necesario. Es el boicot más efectivo.
Si estamos en contra de las guerras y el sufrimiento que generan ¿Por qué no también en contra de toda esta aberración de conductas e industrias humanas?
Aviso, no te mueres de veganismo. Es extremadamente fácil y ganas en salud y paz mental.