'El jardinero fiel', cine imprescindible

'El jardinero fiel', cine imprescindible
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Las obras del novelista y antiguo espía John le Carré (Poole, Inglaterra, 1931) son al cine de espías y de intrigas internacionales, lo que los trabajos literarios de Stephen King al cine de terror sobrenatural. De entre su veintena larga de novelas, sólo me he leído ‘El espía que surgió del frío’ (1963), ‘El honorable colegial’ (1977), la estupenda ‘El sastre de Panamá’ (1996) y la emocionante ‘El jardinero fiel’ (2001). Y de todas las adaptaciones que se han llevado al cine, precisamente la de ‘El jardinero fiel’ (‘The Constant Gardener’, Fernando Meirelles, 2005) creo que es una de las más perfectas, si no la más, y al igual que la novela, la más emocionante y conmovedora de todas ellas. Una película que vuelvo a ver una y otra vez, a pesar de lo atroz de su relato, y siempre que lo hago vuelvo a descubrir algo nuevo, además de las antiguas razones que en su primer visionado me hicieron renegar del ser humano como ser inteligente, al mismo tiempo que me hicieron creer que por ahí anda gente buena y sacrificada, que probablemente termine aniquilada por los poderosos y los arribistas sin escrúpulos.

Meirelles había alcanzado una celebridad casi planetaria con su anterior película, la bestial ‘Ciudad de Dios’ (‘Cidade de Deus’, 2002), con la que había dado un puñetazo encima de la mesa, en plan: “esto es cine negro y cine violento y salvaje, y no las mariconadas que hacen en Hollywood”. El despliegue de talento, compasión y destreza llevado a cabo en esa película excepcional, continúa en ‘El jardinero fiel’, y a la miseria y desesperanza de las favelas brasileñas las sustituye el desastre de los ensayos ilegales de las farmacéuticas todopoderosas en Kenia, y no echamos de menos la luz y la sangre de Brasil, porque obtenemos la luz y la sangre de África. Y así, Meirelles, vuelve a zambullirse sin oxígeno en otro infierno de este mundo del bienestar, al mismo tiempo que nos dibuja uno de los relatos de lucha y amor más inolvidables de los últimos años, pues la trágica historia de la idealista Tessa y del flemático Justin son de las que se quedan grabadas para siempre en la retina, como un amor más allá de la duda y de la muerte, de los defectos enormes de cada cual y de las tinieblas del mundo.

Cuentan que, durante el rodaje en Kenia, las condiciones de los habitantes de los pueblos en los que trabajaban convencieron al equipo de fundar una organización benéfica, llamada Constant Gardener Trust, con la que ayudar de forma altruista a una gente que tanto les dio y que tan poco tienen. Realmente, pocas veces hemos visto en un filme la situación demencial que se vive en muchos países africanos. La película es un homenaje, sobre todo, a un continente devastado por guerras tribales y por la codicia infinita de los países privilegiados, que desde hace doscientos años tienen a ese continente por su patio de recreo particular. Y el rodaje fue bastante complejo, pues los encontronazos con el gobierno keniata fueron numerosos, así como las dificultades de rodar en los entornos naturales requeridos para la historia. Pero era impresdincible hacerlo así, y se agradece muchísimo que la verdadera Kenia aparezca en la película. Lo cierto es que todo en esta película suena a tan verdadero que asusta.

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La energía de Meirelles

No caben muchas dudas: ‘El jardinero fiel’ es una película contestataria. El milagro es que por ello no resulta tendenciosa. Más bien se limita a contar unos hechos, sabiendo perfectamente que el espectador sólo puede reaccionar con pavor e indignación, y con la esperanza de que no sume a esas reacciones la de la resignación. Al brutal acontecimiento desencadenante, le sigue, primero, una profusa y serena indagación en la relación entre Tessa y Justin, así como los primeros detalles de la tenebrosa trama en que ella se había metido. En la segunda parte de la película, Justin emprenderá una investigación que a su vez es un viaje para encontrarse con Tessa, averiguando la aterradora verdad de las farmacéuticas, siendo testigo presencial de una pesadilla sin fin. Meirelles sabe narrar cada cosa como es debido: íntimo y sensible en los momentos más románticos, compulsivo y paranoide en las zonas de puro cine negro. Algunas críticas le acusaron de una puesta en escena y un montaje demasiado sincopados, pero creo que era imprescindible para no contar la misma historia de siempre, y para utilizar la cámara de una forma mucho más expresiva de lo habitual.

A fin de cuentas hablamos de Sida, de ganancias multimillonarias para las clases dirigentes, de pobreza extrema, y de gente sin conciencia, capaz de destruir poblados enteros para sus propios intereses. La locura de un mundo que se viene abajo. Y aún tiene tiempo Meirelles para contarnos la resbaladiza personalidad de Tessa, y su a menudo difícil relación con el en un principio apocado Justin, y para sugerir la infidelidad y las dudas, y para retratar siempre que puede la cultura y el color de Kenia. El papel de Rachel Weisz, bastante secundario, es un verdadero bombón, y esta maravillosa actriz es perfecta para él. No es de extrañar que se llevara el Oscar, porque el carisma y la tragedia de un personaje tan extremo, Weisz lo explotó al máximo. Pero creo que Fiennes se merece aún más elogios, a pesar, o precisamente a causa, de su personaje, que en comparación resulta más anodino, pero que en realidad es mucho más difícil de interpretar. Fiennes es un maestro de su oficio, y su papel pasa por muchas más etapas que el de Tessa: de la indiferencia del inicio, a la resignación y placidez, y de ahí a un dolor contenido e irreparable, y después a una respuesta impredecible.

César Charlone, que ya había llevado a cabo un trabajo fuera de serie en ‘Ciudad de Dios’, vuelve a sacar todo el partido posible a la luz africana, y su proliferación de teleobjetivos y macros, sus imposibles encuadres, su fotografía limpia y emotiva, vueven a situarlel entre los grandes operadores de su generación. Por supuesto ayudado por el impecable diseño de producción de Mark Tildesley. Pero esta película no sería lo que es sin la soberbia música del español Alberto Iglesias, uno de los mejores músicos de cine del mundo habitual de Almodóvar, y cuya música es esencial para comprender las imágenes y para seguir el itinerario casi suicida de Justin en busca del secreto de Tessa. Con él, el viaje a África es ya total, prescindiendo sin embargo de los típicos pasajes de música étnica, y centrándose en una descripción lírica de un estado de ánimo, de una cultura y una tragedia global.

Conclusión y escena favorita

Tremendo e imprescindible filme, de obligado visionado tanto por todos los amantes del cine, como por aquellos que quieran saber, por mucho que se trate de una parábola, de qué forma funciona este mundo. Mi escena favorita es realmente deprimente, pero la película entera lo es. Se trata del momento en que Justin escapa con el Doctor Brandt (el gran Pete Postlethwaite, que ya había maravillado con su trabajo de ‘En el nombre del padre’), subiendo al avión en el último momento, y obligado a abandonar a una niña keniata ante el ataque de los bandidos. No sólo se te encoge el corazón hasta que no queda nada de él, sino que comprendes que el mundo por fin se ha ido al carajo.

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