Hay muchos capítulos en nuestra vida que nos gustaría olvidar, omitir o simplemente transformar para que puedan resultar más llevaderos. Al echar la vista atrás en pocas ocasiones podemos sentirnos reconfortados por nuestros actos pasados y por ello necesitamos recurrir a falsear o no incidir en ciertos capítulos, algo necesario para poder avanzar en el día a día.
"Hay un tiempo objetivo, pero también uno subjetivo como el que llevas en la cara interior de la muñeca, al lado de donde está el pulso. Y este tiempo personal, que es el auténtico, se mide en relación con la memoria."
Con fragmentos como este, Julian Barnes en su obra 'El sentido de un final' (The Sense of an Ending) nos habla de la memoria y de la subjetividad de la misma, de cómo convivir con nuestro pasado y con los fantasmas que habitan en él.
Nuestro carácter se forja en base a nuestras vivencias y debido a la posibilidad de que muchas de esas experiencias sean dolorosas necesitamos, desde el poso de la edad adulta, transformarlas para poder seguir sobrellevando la vida diaria.
'El sentido de un final': una adaptación a la altura
En una época en la que proliferan las adaptaciones en gran pantalla de obras literarias de Ritesh Batra, director de la delicada ‘The Lunchbox’ y materializador del forzado pero sin duda emotivo reencuentro tras 'Descalzos por el parque' (Barefoot in the Park) de Robert Redford y Jane Fonda en ‘Nosotros en la noche’ (Our Souls at Night) toma esta pieza de Barnes para mostrar en imágenes la manera de evitar una herida refugiándonos en el autoengaño.
Tony Webster (Jim Broadbent) es un hombre jubilado y divorciado que se resigna a una vida solitaria y carente de emociones. Un día descubre que la madre de su novia de la universidad (Charlotte Rampling) ha fallecido y le ha dejado un diario como recuerdo, en la lucha por conseguir ese diario Tony tendrá que bucear en sus recuerdos y en experiencias que él mismo se había obligado a olvidar.
Una retrospectiva o repaso a tu vida en los años de juventud no es un argumento novedoso por ello lo esencial es el enfoque, los temas a tratar y la manera de guiarnos por esa historia, ante una temática manida lo esencial reside en la forma y en la potencia de la historia.
Detalles que marcan la diferencia
El manejo de los tiempos es lo más disfrutable del film, habitamos por las dos épocas en las que se sitúa la obra sin ninguna pérdida ni divagaciones innecesarias en el desarrollo del argumento.
A ese tempo extremadamente cuidado tenemos que sumar la riqueza de los silencios, más reveladores que los propios diálogos y el énfasis en pequeños detalles que nos hacen formar la idea de la psicología del personaje, como ese reloj de muñeca colocado de forma errónea para hacer referencia a ese tiempo personal que se relata en la novela o mostrar el romanticismo y anclaje a una época interior al intentar conservar la correspondencia por carta por parte del protagonista.
Una obra madura con un empaque sentimental importante nos hace reflexionar sobre la juventud y la madurez pero de una manera más sutil y ligera que en la versión literaria, un final predecible en el que resulta poco creíble el repentino cambio de actitud frente a la vida del personaje tras descubrir esos fragmentos de su pasado, intentando descubrir con demasiada rapidez el sentido de un final.
La intención de sumergirnos en ese ambiente de introspección y melancolía se consigue a la perfección gracias a la gran banda sonora de Max Richter y la perfecta elección de canciones como ‘Time has told me’ de Nick Drake letra que encaja como anillo al dedo a la nostalgia imperante en todo el metraje.
"¿Cuántas veces contamos la historia de nuestra vida? ¿Cuántas veces la adaptamos, la embellecemos, introducimos astutos cortes? Y cuanto más se alarga la vida, menos personas nos rodean para rebatir nuestro relato, para recordarnos que nuestra vida no es nuestra, sino sólo la historia que hemos contado de ella. Contado a otros, pero sobre todo a nosotros mismos".
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