
Hay muchos tipos de espectadores de cine. Está el cinéfilo, el cinéfago, el “friki” (es como aquí conocemos al “geek”), el ocasional, el snob, e incontables mezclas y variantes (hay cinéfilos frikis y cinéfagos elitistas). Pero hoy me quiero centrar en una nueva especie de aficionado, producto de los tiempos en los que vivimos. Es innegable que Internet ha sido una bendición para los que amamos el séptimo arte, posibilitando el visionado de películas que de otra manera serían imposibles de conseguir; ya sea por el sistema de intercambio de archivos (lo que algunos llaman “robar”) o simplemente porque ahora es de lo más sencillo contactar con una tienda de cualquier país y adquirir productos que no se pueden comprar en nuestro país. En páginas como la de Amazon o YesAsia puede el aficionado encontrar títulos inéditos, o ediciones de sus películas favoritas que nunca llegarán a España.
Internet también tiene sus puntos oscuros, nadie puede negarlo. Y de uno de sus infectos agujeros ha surgido, desgraciadamente, ese nuevo tipo de aficionado al que me he referido. Uno al que ni siquiera le interesa de verdad el cine. Es el fanático. Nunca hasta ahora me había dado cuenta, con tanta claridad, con tanta contundencia, de la existencia de este fenómeno. Por supuesto, los artistas han tenido fans desde hace décadas, incluso siglos si tenemos en consideramos que la palabra proviene del siglo XIX (por el boxeo), y el comportamiento de éstos ha sido siempre alocado, anormal, desproporcionado, incluso peligroso (que se lo digan a John Lenon), fruto no del extraordinario talento de los admirados, sino del éxito de la publicidad, de la necesidad de crear dioses y sacar un dineral, y también de las frustaciones personales o de la vida cotidiana, entre otros factores.
Fanatismo vs. cine
Desde hace unos años, no obstante, se ha ido creando, y reproduciendo en el nido de la vasta red, un tipo de fan diferente, radical, embrutecido, orgulloso y rotundamente irrespetuoso con las opiniones ajenas. Un tipo de fan que no necesita escribir correctamente, porque no sabe o porque le da igual, que no sabe gran cosa sobre cine tampoco, porque no puede o porque le da lo mismo, y que ataca a los que no piensan de la misma manera, que no puede concebir la diversidad de criterio. Lo que admiran estas personas debe ser admirado por el resto de la humanidad. Y si no, ese resto debe callarse. No por casualidad, el marketing viral se está convirtiendo en un arma imprescindible para promocionar nuevas películas, logrando a menudo una expectación mucho mayor que las provocadas por herramientas habituales como un cartel, un tráiler o la portada de una revista popular.
Esto de todos modos no es malo, ni preocupante, al fin y al cabo la falta de educación y de cultura se puede corregir, y no daña ni molesta a nadie que lea el blog (bueno, quizá un poco la vista). El problema es que esta masa de gente, que no sabe, que no tiene criterio, es manipulable y fácilmente impresionable. Así que cuando han visto una película y se sienten fascinados por uno o varios de los protagonistas, y entran en la red, el paso al fanatismo es cuestión de segundos. Con un par de clicks, estos individuos han accedido a webs y foros con infinidad de información y fotos, donde no tiene que esconderse ni sentirse observados, donde pueden liberarse y decir lo que les dé la gana. Y lo que es más importante, donde hay más gente como ellos, con la misma pasión por el mismo producto, que igualmente están deseando compartir sus desbocados sentimientos. El fan encuentra su sitio y se integra en la comunidad. Se siente cómodo y arropado por personas que aplauden sus pensamientos y su gusto. Una vez más, el cine no es lo que importa, sino los ídolos creados por la publicidad. Inevitablemente, esta gente seguirá navegando, buscando más, hasta encontrar otros lugares donde no son tan entusiastas con lo que adora. Y llegamos al encontronazo del fanático con la diversidad de opiniones.
Agresivos, sin personalidad: muertos vivientes del marketing
Podéis entrar en cualquier post relacionado con ‘Harry Potter’, ‘Crepúsculo’ o ‘Sexo en Nueva York’ y leer las absurdas discusiones (los fanáticos pueden llegar a creer que los personajes son sus amigos o sus verdaderos amores). Claro que esto lo vemos casi todos y nos hace gracia y tal. Pero el otro día publicaba mi opinión sobre ‘Kick-Ass’ y… vaya, ¡fanáticos! De pronto estalla una tormenta porque a mí no me gusta la película, porque me parece aburrida, vacía y comercial. Es mi punto de vista. Bueno, pues eso lo leen algunos y saltan como locos al teclado para insultarme. Y no sólo a mí, se ataca a cualquiera que no esté en su grupo de opinión. Si no te ha gustado ‘Kick-Ass’, debes callarte, así de claro. Lo más sorprendente, sin embargo, es que cuando se le borra a uno de estos energúmenos un comentario claramente insultante, lo siguiente que hacen es volver a escribir para hablar de democracia y libertad de expresión. Parece mentira, pero hay quien cree (y no son pocos) que desear la muerte a alguien porque no comparte sus gustos es totalmente lícito. Y que eliminar un comentario en el que se llama enferma a otra persona porque no es de su misma opinión, es un acto de dictadura. Que yo sepa, aquí nadie ha sido fusilado ni encarcelado por defender unas ideas determinadas.
Pero se supone que estamos aquí, en Blogdecine, para leer, escribir y conversar sobre el séptimo arte, para informarnos, divertirnos y dejar nuestra opinión; para conocer gente, incluso, con nuestra misma afición. ¿Qué ganamos imponiendo nuestro criterio? ¿De qué vale que una legión de comentarios le den a uno la razón? ¿No es preferible una diversidad de criterios y opiniones, un debate, con argumentos, ideas e interpretaciones, que den que pensar? Bueno, yo así lo creo. Evidentemente uno no puede estar de buen humor todo el día, y a veces necesitamos desahogarnos. Igualmente, todos tenemos nuestros gustos personales (eso de la objetividad es una gran patraña) que a veces nos pueden llevar a actuar de una manera borde, pero también hay que saber pararse y recapacitar, darse cuenta de dónde se está y que no se puede tomar tan en serio una discusión sobre cine, hay que respetar siempre las opiniones ajenas, y por favor, no enviar más ninjas a la puerta de mi casa. Que me destrozan la casa y no son fáciles de derrotar.