Cine en el salón: 'Atraco perfecto', definición de clásico

Cine en el salón: 'Atraco perfecto', definición de clásico
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Si atendemos a dos de las varias acepciones de la palabra que vienen recogidas en el diccionario de la Real Academia Española, clásico bien podría ser el período de mayor plenitud de una cultura o civilización y las obras o autores que pertenecen a dicha época o, delimitando aún más lo que interesa de cara a esta entrada, aquello que se tiene por modelo digno de imitación en cualquier arte o ciencia. Colegiréis conmigo en que, si bien ambas definiciones son bastante válidas, no se acercan a lo que un cinéfilo entiende y, sobre todo, siente, como un clásico del séptimo arte.

Clásico para nosotros es aquella película de la que tiempo ha perdimos la cuenta de sus visionados. Es esa producción de la que nunca podríamos cansarnos de hablar con un contertulio que estuviera dispuesto a aguantarnos. Un título que, da igual cuántas veces hayamos disfrutado, siempre termina sorprendiéndonos con un nuevo detalle que se nos había pasado o una lectura que antes no habíamos sido capaces de entresacar. Una película, a fin de cuentas, que ignora el peso y el paso del tiempo y que, décadas después, sigue fresca como el primer día. 'Atraco perfecto' ('The Killing', Stanley Kubrick, 1956) es, obviamente, una de esas películas.

Asombro ante un genio

Atraco perfecto 1

Tercer filme de ese genio del celuloide que fue el responsable de '2001. Una odisea en el espacio' ('2001. A Space Odissey', 1968), y tras los sinsabores que nos siguen dejando hoy sus dos primeras producciones —aunque algo hay en 'El beso del asesino' ('Killer's Kiss', 1955) que siempre me ha llamado la atención—, hablar de 'Atraco perfecto' es hacerlo de una de las muestras más espectaculares que el cine nos ha dejado en ese género negro que tanto se llegó a explorar en el Hollywood de la edad de oro, un género que alcanzaba cotas de genio en esta magistral cinta.

Me cuesta, y me cuesta mucho, calificar a un filme como Obra Maestra de un director en concreto por cuanto hacerlo es referirnos de forma directa a la mejor producción de cuántas se vió envuelto. Considerando la trayectoria de Kubrick y lo mucho que exploraría tras 'Atraco perfecto' —sin ir muy lejos, un año después nos legaría la sublime 'Senderos de gloria' ('Paths of Glory', 1956)—, definirla pues como tal sería desmerecer al resto de superlativos filmes del genio neoyorquino, pero eso no quita para que éste sea una de las muchas cimas que coronó el cineasta a lo largo de su trayectoria.

Una trayectoria que nunca volvería a explorar el noir, algo muy consecuente a tenor de la maestría y el dominio de los resortes del género que Kubrick demostraba aquí con tan sólo 28 años, ya estemos hablando de un guión asombroso, ya hagamos referencia a una dirección que no le va a la zaga. La conjunción de ambas virtudes da como resultado un despliegue de talento narrativo tan acusado que, sino fuera por lo que vendría después, cabría preguntarse si tamaña maestría no era sino un espejismo llamado a desvanecerse toda vez hubieran finalizado los 85 minutos de metraje que componen 'Atraco perfecto'.

'Atraco perfecto', desde las entrañas

Atraco perfecto 2

Sabiendo que no es así, y centrando ya el discurso en la cinta que hoy nos ocupa, es mucho lo que habría que desgranar acerca de esta grandiosa producción. Tanto, que hacerlo de una forma analítica y fría terminaría por no servir al propósito de éste redactor de provocar en aquellos que nunca os hayáis acercado a ella las irrefrenables ansias —y digo bien, ansias, no curiosidad o ganas— de tapar tan descomunal carencia de vuestro currículo cinéfilo. Así pues, y sin saber muy bien si se notará, voy a hablaros de 'Atraco perfecto' desde las tripas y el corazón.

Y es que es desde ambos órganos desde dónde mejor se entiende lo mucho que cautiva del filme de Kubrick: ya desde sus primeros momentos, con esa neutra e impostada voz en off y la estruendosa partitura de Gerald Fried —que con su repetitivo motivo funciona a la perfección para crispar los ánimos del espectador— uno tiene la clara sensación de haber comenzado a ver algo grande. Una sensación que sólo va en aumento cuando Kubrick comienza a decantar los elementos humanos que van a formar parte de la compleja urdimbre que se teje en torno al asalto a la tesorería de un hipódromo.

Encabezado por esa efigie que era Sterling Hayden —nadie mejor que él para dar vida a un ladrón que todo lo tiene pensado hasta el milímetro—, dicho equipo va siendo definido con quirúrgica precisión por un Kubrick guionista al que poco le importa manejar arquetipos cuando, a la hora de plasmarlos a veinticuatro fotogramas por segundo, les ha dotado de tal personalidad que ha conseguido separarlos por completo del caldo primordial del que salieron. Y da igual aquí que estemos hablando de la femme fatale, el marido pusilánime —asombroso Elisha Cook— o el policía corrupto, cuando todos y cada uno de ellos son redefinidos por intercesión del cineasta.

Atraco perfecto 3

Con las piezas de su ajedrez pulidas y colocadas, el tablero que es 'Atraco perfecto' encuentra sus más asombrosos movimientos no en lo que se nos narra, que a fin de cuentas es un golpe como muchos otros se han podido ver en la gran pantalla, sino en cómo se nos narra, y ahí la cinta es un prodigio constante de planificación y montaje, tocando de lleno ambos aspectos esa perfección a la que alude el poco agraciado título español —no me diréis que no es muchísimo mejor ese visceral 'La matanza' a la que alude la traducción literal del original en inglés—.

En perfecta simbiosis con una gloriosa fotografía en blanco y negro que esculpe rostros y figuras con el contraste entre luces y sombras —atención a la escena de la planificación del robo—, y con unos actores que no necesitan ser grandes figuras del Hollywood de aquellos años para asombrar y seguir asombrando una y otra vez, 'Atraco perfecto' se constituye sin mayores aspavientos quizás no como una obra maestra de su máximo responsable, pero sí como un CLÁSICO que es pieza ineludible y fundamental en la definición del séptimo arte. Ahí es nada.

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