'La memoria infinita' es el documental más bello del año. La directora de 'El agente topo' firma, Alzheimer mediante, un romance absolutamente arrebatador | Festival de San Sebastián 2023

'La memoria infinita' es el documental más bello del año. La directora de 'El agente topo' firma, Alzheimer mediante, un romance absolutamente arrebatador | Festival de San Sebastián 2023

El amor se alza entre Augusto Góngora y Paulina Urrutia en la tragicomedia más emotiva del año filmada por Maite Alberdi

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Memoria

Nada me da más miedo que olvidar. Que los amigos, los amores, la familia, las noches más divertidas y los llantos más amargos se conviertan en un mero humo borroso tras el que sea imposible distinguir nada. Que la vida se convierta en una nebulosa incognoscible en la que dejar de ser protagonista de mi propio recuerdo. Sé que no estoy solo, claro: este es un miedo compartido por todos, que, cuando exhalemos nuestro último suspiro, queremos hacerlo conscientes de haber vivido. Ahora, ‘La memoria infinita’ indaga en ese terror cotidiano pero tratando de matizar los miedos a base de ternura, caricias y amor en un documental excepcional.

Tú eres Augusto Góngora

El cine ha representado la vejez y el olvido de muchas maneras distintas: con humor en el fabuloso meta-documental ‘Descansa en paz, Dick Johnson’, convertidos en un laberinto de pasados y futuros como en ‘El padre’ o mostrando su lado más humano gracias a la fundacional ‘Arrugas’. Puede parecer, a priori, que ‘La memoria infinita’ no tiene nada que aportar a un tema en el que todos los ángulos parecen ya cubiertos, pero no es así. Lo nuevo de Maite Alberdi viene a aportar realidad y amor incondicional gracias a una pareja inolvidable protagonista ya de algunos de los mejores momentos cinematográficos del año.

La directora de la imprescindible ‘El agente topo’ narra aquí la historia de una pareja de conocidos chilenos, el periodista Augusto Góngora y la actriz Paulina Urrutia ("la Pauli"), que repasan su relación a duras penas entre la fascinación por el descubrimiento constante de la propia vida y la frustración y el miedo del olvido. Alberdi no evade la realidad de la enfermedad y entre los bailes, las caricias, las risas íntimas y los hallazgos de un Góngora arrebatador no deja de incluir los momentos de desconcierto e incluso agresividad que se van agravando a lo largo de los años. Nadie puede acusar a la cinta de dulcificar la enfermedad, desde luego: también se muestra inapelable y tenebrosa, obligándonos a mirarla directamente a la cara.

Infinita

En los primeros segundos de la película, Urrutia despierta a Góngora y le da los primeros datos sobre su vida: quién es él, quién es ella, su relación, su boda, su vida. Y es inevitable no soltar un manojo de lágrimas al notar al antiguo periodista ilusionarse al descubrir (de nuevo, como todos los días) los detalles de su propia existencia. Aprender a reenamorarse por su lado. Entender lo que es el amor eterno por el de su pareja. A partir de aquí, el documental jamás levanta el pie del acelerador, regalándonos continuas escenas conmovedoras (evitando en la medida de lo posible la pornografía sentimental) en las que una mirada cínica no tiene cabida (una que cuestione la ética del proyecto sí, pero eso es otro cantar). Solo la confianza, los recuerdos volátiles y la mera intuición por parte del público al disfrutar con una pareja irrompible que llena de empatía cada plano.

Nunca me olvidaré de ti

En uno de los momentos más descorazonadores de ‘La memoria infinita’, tras una mañana de crisis de identidad, Góngora vuelve a reconocer a su mujer y le promete que no volverá a pasar más, que jamás se olvidará de ella. Ella sonríe de medio lado, de manera amarga, al igual que el público, consciente de que las cartas están marcadas y dadas la vuelta sobre la mesa, un duro detalle que la magnífica narrativa de Alberdi nunca especifica para causar desasosiego. No necesita hacerlo: todos sabemos cuál es el final de esta historia. Y somos conscientes de que no va a haber un giro de guion que lo cambie todo por sorpresa.

La Memoria Infinita

‘La memoria infinita’ obliga a que nos planteemos quiénes somos sin recuerdos, dónde van a parar todas aquellas historias que conforman (y confirman) nuestra personalidad, la vida que ya no puede pasar ante nuestros ojos. Y la respuesta es, como no podía ser de otra manera, indefinida. Góngora puede haber perdido la seguridad en sí mismo, pero tiene retazos y chispas de lo que fue: un hombre amable, amoroso, extrovertido, amigo de sus amigos, culto y obsesionado, en parte, con un legado que creó a lo largo de toda una vida.

Ese legado le sirve a Alberdi como excusa para repasar la historia reciente de Chile, desde la dictadura de Augusto Pinochet hasta los documentos aún clasificados de aquel periodo a los que Góngora dedicó gran parte de sus investigaciones. Para ello se vale de imágenes de archivo que permiten hacer una comparativa entre el antes y el después de la enfermedad, pero también entre lo público y lo privado, la historia y el presente. Incluso en los momentos de sensibilidad extrema que filma la directora se siguen sucediendo los momentos históricos que no pueden escapar a la filmación.

Yo me quedo en casa

En ningún momento trata ‘La memoria infinita’ de ser un documental creado sin preparación. Al contrario, la cámara está colocada de manera estratégica, los personajes “actúan” delante de ella y tan solo algunos momentos, donde un brote obliga a encenderla para dar muestra de los peores momentos de la convivencia, se notan repletos de pura crudeza. Sin embargo, cuando el covid llega en 2020 y obliga a la pareja a permanecer en el interior, privándoles de sus eternos paseos, la realidad -de alguna manera- interpretada frente a la cámara pasa a ser pura, real, dolorosa, y al mismo tiempo un abrazo de confort y cariño.

Sé que no parece una mezcla posible, especialmente tan acostumbrados a películas de extremos (absoluto drama o absoluto amor), pero de alguna manera la tragicomedia vital rodada en directo consigue aunar todos los sentimientos mejor de lo que haría cualquier guion dejando en el espectador una mezcla de calorcito vital, piedad, amor y una profunda sensibilidad. Puede que ‘La memoria infinita’ apenas tenga exteriores, pero eso no significa que no tenga una sensibilidad artística y un sentido del humor únicos. Fui el primero en sorprenderme ante la carcajada inevitable entre el llanto.

Porque al final, ‘La memoria infinita’ se niega, como el propio Góngora (tristemente fallecido, por cierto, antes del estreno del documental), a dejarse definir de una sola manera o con una sola palabra. Es bella, tierna, terrible, intrépida, valiente, enternecedora, lacrimógena, hilarante. Una relación bellísima y real en su peor momento que se niega a permitir que su vida quede arruinada por completo. No mientras se tengan el uno al otro. No mientras ella pueda seguir enseñándole su foto de bodas colgada de la pared y hacer que reconozca a esa otra persona que le mira en el espejo. No mientras quede amor.

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