J.J. Abrams es el mejor contrabandista de la nostalgia. Comercia con ella desde su ópera prima —la película que empezó a hacer interesante la franquicia sobre Ethan Hunt y sus imposibles misiones—, continuando con su renovación del universo Star Trek —ya puede presumir de ser el único director y guionista que se ha paseado por las dos franquicias galácticas por excelencia—, alcanzando el culmen con ‘Super 8’ (id, 2011), declaración de amor a toda una época, los ochenta mezclados con los cincuenta, y a una forma de hacer cine, la de Steven Spielberg, del que Abrams es su imitador más aventajado, algo que vuelve a poner de manifiesto en ‘Star Wars: El despertar de la fuerza’ (‘Star Wars: The Force Awakens’, 2015).
El reto de Abrams era grande, no por hacer una buena o una mala película, sino para evitar la misma oleada de críticas y palabras bestias que le dedicaron, y aún le dedican a George Lucas todos esos fans descontentos con la segunda trilogía galáctica. En estos tiempos en los que las redes sociales —sobre todo esa arma diabólica llamada Twitter— son centro de atención y difusión para pensamientos en bloque, movidos por una muy peligrosa ideología —“si no estás de acuerdo conmigo, estás contra mí” y demás doctrinas descerebradas—, Abrams, con Lawrence Kasdan acompañándole en el guion, ha sido inteligente y vago a partes iguales, abriendo una nueva etapa en la saga, y presentando también su película menos arriesgada.
Muchas palabras se han vertido sobre este nuevo episodio de la saga que dio comienzo en 1977 —el recuerdo cinematográfico más lejano del que suscribe—, a favor y en contra, unos contra otros. Que si es una fotocopia, que si es puro Star Wars, que si esperar a futuras entregas para juzgarlas como un todo, etc, etc. Y nadie ha caído en la cuenta de que TODOS tienen razón, de que Abrams nos la ha colado de la mejor forma posible. ‘Star Wars: El despertar de la fuerza’ es tan buena como mala, es tan llevadera como falta de emoción, tan cariñosa con la trilogía original como irrespetuosa con lo que buscan algo nuevo —algo que Lucas sí hizo en todos los films que controló—, y tan jodidamente entretenida que uno debería dejarse arrastrar por el torrencial de imágenes hábilmente creadas por el director.
Si Abrams es un imitador de Spielberg, y creo que ese punto está lo suficientemente claro, y aquél es uno de los más perfectos fabuladores que el cine tiene, y la fábula, al menos la cinematográfica, una de las herramientas más necesarias para hurgar en las emociones del espectador —y a partir de ahí alcanzar cierta verdad, como muchos y muchos artistas han hecho—, y la nostalgia es uno de los sentimientos a los que el ser humano parece aferrarse más, con todo lo bueno y malo que eso tiene… ¿dónde está el error en la operación de J.J. Abrams? ¿Alguien puede asegurar que con esta película no ha retornado al espíritu de la primera trilogía reencontrándose con sus queridos personajes? Porque somos conscientes de que desde 1983 han pasado 32 años ¿verdad?
No encuentro ningún problema en la decisión de Abrams y Kasdan de homenajear tan directamente el argumento del film del 77, y ya de paso, al resto de entregas aunque menos. Todo suena a capítulo inicial, de reencuentro, para, a partir de aquí, empezar a tomar los caminos que abren los nuevos personajes de la saga, todos ellos sabiamente incorporados, y lo que es mejor, bastante bien interpretados por las nuevas caras, ya asociadas al universo Star Wars, esto es, Daisy Ridley, John Boyega, Adam Driver y Oscar Isaac, el más veterano de los tres y que imagino tendrá una mayor participación en los dos siguientes episodios —rogamos que el atrevimiento de sugerir una love story con Finn tenga su continuidad—.
(From here to the end, Spoilers) En lo que sí veo un problema —además del piloto automático de John Williams en la banda sonora— es que la mayor parte de las set pieces de acción, incluso la mayor parte de las situaciones, están forzadas. Sí, es una reproducción del esquema original de 1977, pero con una diferencia fundamental, lo que allí funcionaba con coherencia —o en el peor de los casos, estaba muy bien disimulado— y sentido de la narración —con otro ritmo, eso sí—, aquí se echa mano de un factor como la casualidad, por otro lado muy cinematográfico, con innumerables trucos de guion para posicionar a los personajes en el momento justo en el lugar adecuado, negando toda posibilidad de progresión narrativa. Ejemplos: el encuentro del sable luz de Luke Skywalker, y que desencadena toda una serie de acontecimientos, amén de mostrar una escena onírica horrible, con cambio de tono incluido.
De lo viejo a lo nuevo
Como espectador que ha asistido a los estrenos de los films previos, que prácticamente ha crecido con la primera trilogía, sólo puedo decir que me he enfrentado a una sensación con doble filo. Por un lado, feliz de reencontrarme con los viejos personajes, de palpar a ratos el espíritu de los films originales, de sentir la fuerza correr por mis venas mientras disfrutaba de una más que brillante mezcla de efectos digitales y físicos —uno de los mayores aciertos del film—; pero por otro estaba todo el rato por delante del film, sabiendo en cada momento lo que iba a pasar, algo que sólo debe estar destinado a los más que necesarios segundos visionados. Ejemplo: en cuanto Han Solo llama a su hijo, sabemos qué va a pasar, y el momento, aunque bien interpretado, no posee fuerza, valga la redundancia.
Pero sería injusto acribillar la película por ser a ratos, demasiados, predecible y casi una fotocopia de los instantes de la película que lo empezó todo. Abrams se revela, o nos recuerda en su quinta película, que es un buen narrador cuando le pone ganas, como toda la presentación del personaje de Rey —extraordinaria Daisy Ridley— en el que además se nos muestra una alegoría maravillosa: vive de encontrar chatarra en los viejos destructores del Imperio. ¿Acaso Abrams, y con él, todos los fans de la saga, no hacen lo mismo con la película? También en la primera batalla espacial con el caza pilotado por Finn y Poe, momento muy bien filmado sin concesiones al parkinson actual en escenas de acción, algo que Abrams ha solventado hace ya tiempo, aunque esos zooms —que recuerdan a la serie de televisión ‘Galáctica’, el remake— le hacen un flaco favor a la espectacularidad. Ejemplo: la primera persecución del Halcón milenario pierde emoción por ello.
Además, el director logra algo que Lucas no consiguió en la segunda trilogía, introducir un villano lo suficientemente carismático, de esos que le gustaban a Hitchcock cuando decía que una película valía lo que vale su malvado. Los sentimientos con él son encontrados, como alguien de su edad. Creo que Adam Driver logra precisamente esa ambivalencia, que a ratos me parece intencionada, ergo no censurable; por un lado un villano imponente al que sus propios soldados temen in extremis, y por otro —y esto ya tiene que ver con el guión— no parece más que un niño con una rabieta típica de alguien joven, y que, como en este caso, no ha dominado, como sí lo hizo su abuelo, el Lado Oscuro. Es la otra cara de la moneda, no lucha por resistirse al lado oscuro, sino por la luz que le llama fuera de él.
Por eso mismo espero que esta saga salga del lado oscuro de la nostalgia y no se aboque a las exigencias de unos fans que, como bien dice Jordi Costa en una de sus críticas, revelan mucha menos imaginación que el creador de este universo, don George Lucas. Deseo que no haya más estrellas de la muerte —probablemente el aspecto más estúpido del guión, con el mismo punto débil que las otras dos, y la misma forma de destruirla, ¿no han aprendido nada sus constructores?—, ni más repetición de situaciones con el fin de satisfacer la citada nostalgia, capaz de mover montañas, y de amasar más dinero que nadie. Ejemplo: ‘Star Wars: El despertar de la fuerza’.
Ayúdanos Rian Johnson, eres nuestra última esperanza.
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