Se ha estrenado 'La trampa', la esperada nueva película de M. Night Shyamalan sobre un asesino encerrado en un concierto de una diva pop, en la que el autor de 'El protegido' se pone a jugar a ser el Brian De Palma más chalado, proponiendo una brillante premisa que mezcla cine de evasiones y suspense clásico para acabar saltando por los aires en su tercer acto, casi hasta parecer un especial de Disney Channel de Hanna Montana.
Durante casi una hora parece que ha vuelto el gran director de vieja escuela, el maestro más clásico y brillante, pero llegado cierto punto del segundo acto no se puede contener y derriba los estupendos cimientos de su thriller con una traca de chifladuras y giros de "todo vale" que parecen ya una caricatura de su propio cine. Lo que podría ser un ejemplar engranaje de tensión perfecto, con un bouquet de estrategia, ritmo pendular y narración contenida en una sola localización acaba desparramado de forma chabacana y facilona.
Tiene entre su planteamientos geográficos algunos detalles que nos recuerdan a algunas de sus películas recientes. Esa mujer del FBI que parece la psiquiatra de 'Múltiple', que acaba haciendo un perfil psicológico a lo Normal Bates durante algunos momentos nos hacen pensar que este asesino también será un futuro villano para David Dunn. Al fin y al cabo, este ya se enfrentó con un hombre de clase obrera que, como Cooper, resulta ser un sádico similar al de 'El protegido', en la que también se dibujaba una persecución al asesino en los alrededores de un estadio.
El nepotismo ilustrado
Si se entra en el juego y se perdona la estupidez general de las ocurrencias encadenadas, también puede ser una experiencia divertida. Sin embargo, la idea promete demasiado con un punto de partida con mucho que ver con la secuencia final de 'El hombre que sabía demasiado' (1956) en el Albert Hall, estirándola y cambiando el género musical, llevando el desarrollo a un espacio cerrado y controlado, también similar al combate de boxeo 'Snake Eyes' (1998) de Brian De Palma.
En esencia, la propuesta de 'La trampa' es una inversión de lo que proponía la extraordinaria 'Grand Piano' (2013), en la que Eugenio Mira orquestaba un guion con engranajes de relojería suiza firmado por Damien Chazelle. Aquella demostraba que se puede hacer un thriller bien pensado, ingenioso e intenso sin renunciar al humor negro y el delirio operístico, pero Shyamalan no está interesado en la precisión del juego de encajes sino en la sorpresa a cualquier precio, lograr lo impensable.
Podría entenderse como una ruptura de las reglas cinematográficas consciente, un ejercicio de provocación de un autor cansado de las estructuras arquetípicas, pero el mayor pecado del director es que su vena paternal en el mundo real acaba infiltrándose dentro de su microcosmos, con lo que el vehículo de nepotismo de 'La trampa' acaba afectando demasiado a la trama.
Por una parte la jukebox de canciones de su hija Saleka acaba remando demasiado en contra del suspense en el concierto. A veces, las canciones se extienden sin motivo, en vez de utilizar ese tiempo para idear o mostrar, se ve al padre haciendo el mismo gesto de diversión con su hija y al final es como la pérdida de tiempo al final de en un partido.
La gran shayamalanada
Josh Harnett está muy divertido como asesino encerrado en la pesadilla de cualquier señor de la generación X, pero también abusa de algunos tics que revela que la dirección de actores no está muy atinada. La estrella aquí es Ariel Donoghue, la joven actriz que hace de la hija, lo mejor del conjunto. Probablemente la mayor traición de Shyamalan no es al espectador sino a sus propios personajes, tras centrarse en la relación padre e hija para olvidar totalmente por el camino ese núcleo emocional y no recuperarlo en pos de una decisión de nepotismo descarado y autocomplaciente.
Incluso con esa dudosa decisión, 'La trampa' convencerá a los fans más indulgentes del director de 'El bosque', pero la torpeza en el guión es tan manifiesta en sus tramos finales que solo puede tomarse como una comedia involuntaria, pese a que los compases iniciales también tengan un humor negro intencionado muy perverso, uno que es compatible con el delirio y la mofa cuando brota el intento de oscurecer su historia y darle un trasfondo familiar en una conclusión que no se vuelve tan loca como podría, en caso de que nos tomemos el descarrilamiento como una gran fiesta del disparate autoconsciente.
En realidad, los despropósitos tan solo muestran a un Shyamalan más preocupado en sus vueltas de tuerca, la sorpresas baratas y los shocks pueriles que en resolverlos con dignidad, lo que hace que 'La trampa' pueda disfrutarse como una comedia atolondrada cómplice con el espectador, pero es imposible no acordarse del sólido inicio de la película y mirar atrás con pena, cuando está pasando esa pobretona escena postcréditos de humor paupérrimo, porque se nos muestra claramente que el autor de dos obras maestras como 'El sexto sentido' y 'Señales' definitivamente ya no va a volver.
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