'Pam & Tommy' es oro puro: la miniserie de Disney+ radiografía los 90 entre carcajadas y lágrimas mientras demuestra lo poco que hemos cambiado

'Pam & Tommy' es oro puro: la miniserie de Disney+ radiografía los 90 entre carcajadas y lágrimas mientras demuestra lo poco que hemos cambiado

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'Pam & Tommy' es oro puro: la miniserie de Disney+ radiografía los 90 entre carcajadas y lágrimas mientras demuestra lo poco que hemos cambiado

Aunque hoy en día parezca casi un pecado mortal, he de reconocer abiertamente que ver series —y esto incluye las temporadas autoconclusivas— me cuesta cada vez más. En una época en la que el bombardeo de estrenos es casi asfixiante, cada vez aprecio más la condensación de una buena historia en 80 o, como mucho, 120 minutos; algo cada vez más complicado de experimentar en una pantalla grande volcada en atraer al gran público a base de excesos.

No obstante, esta pereza inicial puede disiparse rápidamente gracias a una de las grandes ventajas del formato episódico que, de ser aprovechada, puede elevar al Olimpo una producción por muy disparatada que sea su premisa. Esa no es otra que la capacidad de desarrollar los arcos de sus personajes con una mayor amplitud, enriqueciéndolos con infinidad de matices que ayudan a generar vínculos más sólidos con el espectador y, en consecuencia, a potenciar la emoción.

Este es el caso de la excepcional 'Pam & Tommy'; una miniserie de ocho capítulos que, centrándose en el escándalo de la sextape de Pamela Anderson y Tommy Lee convertida en fenómeno viral a mediados de los 90, aprovecha cada uno de sus 340 minutos de duración para trasladarnos un cuarto de siglo atrás en el tiempo mientras moldea con mimo a un puñado de entrañables perdedores en una joya catódica salvaje, divertida, tierna y, por suerte o por desgracia, de rabiosa actualidad en pleno 2022.

Cómo hemos... ¿cambiado?

Por encima de cualquiera de sus muchísimas virtudes narrativas y formales, si hay algo que me ha mantenido pegado a la pantalla boquiabierto y sin casi pestañear durante las cinco horas y media que dura 'Pam & Tommy' —y que me he obligado a dosificar resistiendo a la tentación del maratón—, esa es la vigencia de su contenido y subtextos. Un poso que, más allá del sexo, las drogas y el rock&roll glam metal, deja entrever que más de 25 años no han sido suficientes para materializar un cambio drástico —y a mejor— en ciertos aspectos sociales.

Ha llovido mucho desde que la cinta de marras fue robada, vendida al mejor postor y distribuida online en la era del internet en 28k, hasta que el gran robo y filtración de imágenes íntimas de celebridades almacenadas en la nube, conocido como "The Fappening", puso patas arriba la red en 2014; pero, como cantaba Julio Iglesias, "la vida sigue igual".

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El slut-shaming, el diferente impacto que este tipo de violaciones de la privacidad tienen sobre hombres y mujeres o las reacciones de víctimas y opinión pública a un suceso de estas características no han variado prácticamente en todo este tiempo; y es precisamente esto lo que alimenta el motor emocional del show, impulsado en última instancia por la Pamela Anderson de una sorprendente Lily James.

'Pam & Tommy' arranca centrando el punto de vista en el bueno de Rand, manitas y teólogo aficionado, dedicando la mitad de su metraje a presentar su peculiar universo noventero en plena transición; trasladándonos a la ciudad de Los Angeles de la época a golpe de banda sonora —tremenda selección musical—, de referencias constantes a la cultura pop y de un diseño de producción espectacular mientras se comienza a perfilar al grupo de protagonistas y presuntos antagonistas a través de la mirada del personaje de Seth Rogen.

Sonrisas, lágrimas y cintas de vídeo

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Todo esto se aborda desde ese humor cafre y pasado de vueltas propio del grupo de colegas formado por el propio Rogen, Dave Franco y Evan Goldberg; productores cuyo sello queda reflejado en los múltiples desnudos explícitos —incluyendo penes gigantescos parlantes— que salpican el relato y en la desquiciada representación de la industria del porno preinternet y su apertura a las nuevas tecnologías. Pequeños detalles enriquecidos por la fresca y enérgica dirección de Craig Gillespie, que canaliza el patetismo y refuerza lo que, a priori, parece una lucha de clases entre ricos idiotas y pobres desgraciados.

Pero, una vez superado su ecuador, y cediendo la batuta a realizadoras como Hannah Fidell, Gwyneth Horder-Payton o Lake Bell, quienes se aseguran de mantener la cohesión formal, 'Pam & Tommy' da un giro de 180º que deja en un segundo término el cachondeo irreverente para abrazar los cánones del thriller aderezados con un componente dramático de una fuerza inusitada; llevando la narración más allá de la crónica sobre la evolución del consumo de pornografía y el tratamiento de la vida sexual de los famosos en los medios y a pie de calle.

Este punto de inflexión, que se resiste con éxito a caer en los terrenos del melodrama, transforma por completo la serie y lo que creíamos conocer sobre sus personajes, humanizando a esos seres aparentemente intocables que habitan en mansiones, ocupan asientos traseros de limusinas y son acosados por hordas de paparazzis; particularmente a una Pamela Anderson escondida tras una eterna sonrisa y obligada a complacer a los hombres de su entorno incluso cuando el mundo se está cayendo a pedazos.

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Estas circunstancias canalizan una lectura feminista lúcida y tremendamente actual que huye de subrayados innecesarios en casi todo momento, y que sólo necesita las acciones de sus protagonistas y el enorme talento de sus intérpretes para calar hondo; mención especial para una James camaleónica, y para un Sebastian Stan que se ha ganado el cielo dando vida al polémico batería de los Mötley Crüe.

'Pam & Tommy' es la primera gran bomba televisiva de 2022. Una serie dominada por los contrastes que ofrece un viaje inolvidable en el que hay cabida para las carcajadas más festivas y las lágrimas más amargas, elevando a un nuevo nivel el significado de la palabra empatía y demostrando que, en efecto, hay cosas que no cambian; y eso incluye el hecho de que el elemento que marca la diferencia y hace trascender una producción audiovisual, siempre ha sido —y será— el alma de sus personajes.

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