'Thelma & Louise', trampas y brillantez

'Thelma & Louise', trampas y brillantez
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En la irregular e increiblemente sobrevalorada, al menos para quien esto suscribe, carrera de Ridley Scott, hay sitio para todo, o casi. En determinados cineastas, verdaderamente grandes, como Roman Polanski, esto me parece una virtud, porque se intuye que sus bandazos entre géneros tienen mucho de cinefilia, de amor por el cine. En casos como los de Scott, que alterna entre la acción, con ‘Black Rain’ (id, 1989), el histórico-épico, con ‘1492: La conquista del paraíso’ (‘1492: Conquest of the Paradise’), el bélico, con ‘Black Hawk derribado’ (‘Black Hawk Down’, 2001), o el de romanos, con ‘Gladiator’ (id, 2000), esto responde a un espíritu descaradamente comercial. No creo que se pueda ver de otra forma. Pero hasta directores que han echado a perder su carrera, como él, de vez en cuando sorprenden con elecciones que, si bien no son ninguna maravilla en su resultado final, sí que dan una idea del verdadero talento que se encuentra detrás de la cámara, más allá de poses y de egos. ‘Thelma & Louise’ (id, 1991), es una película extraña dentro de su filmografía, y quizás una de las más sólidas e interesantes.

Algunos dicen que yo odio a Ridley Scott. Odio es una palabra bastante fuerte, me parece. Yo no odio a Ridley Scott, pero no voy a dejar de decir lo que pienso sobre él, y lo alucinante que me parece la veneración que tantos aficionados al cine le profesan, y la violenta reacción del personal cuando se cuestiona gran parte de su obra, entre otras cosas porque es muy cuestionable. Pero hoy no voy a cuestionar una película suya desde el punto de vista de su trabajo en la puesta en escena, que en este caso me parece casi impecable. Se pueden achacar algunas cosas a la famosa ‘Thelma & Louise’, pero por una vez Scott se muestra humilde, preciso y sensato en su labor de dirección, además de emocionante y casi desconocido en su tratamiento de los personajes. Otro tema, muy distinto, es el guión de Callie Khouri, que se alzó con el Oscar a mejor guión original (el único que logró la película de seis nominaciones, entre ellas la primera como director para Scott). Si se lo dieron por afinar con mano maestra una serie interminable de trampas (muchas de las cuales, no hay duda, nos las tragamos no se sabe por qué milagro), desde luego, hay pocos guiones mejores que ese.

Tampoco es para escandalizarse ni nada por el estilo: todas las películas de la historia del cine son tramposas. Entre otras cosas porque toda ficción lo es. La maestría viene del milagro de que no se vean las trampas, por mucho que uno se ponga a mirar con lupa. Aquí Scott despliega el suficiente talento y pericia como para que las trampas, las costuras, que se ven a diez leguas, nos las traguemos con patatas, eso es lo interesante. Como también es interesante que, ya que las únicas posibilidades de lucimiento “visual”, entendiendo “visual” en su acepción más epidérmica, derivan del paisaje natural (las inmensas planicies del sur de Estados Unidos, sesgadas por miles de kilómetros de carretera), Scott se olvida de su habitual retórica de videoclip y, por fin, filma con una serenidad y una profundidad (de campo, psicológica, conceptual) muy de agradecer. Es muy difícil sustraerse de la mítica de una “road movie” tan bien narrada, extrayendo el máximo de llanuras y montañas. Pero esto me lleva a una reflexión que me divierte aplicar a ciertas películas: ¿no será que nos creemos lo que nos cuenta por tratarse del país en que se sitúa la historia, y por heredar la mística de los grandes géneros norteamericanos?

¿Relato feminista?

Porque si en lugar de llamarse Thelma o Louise, se llamaran Angelines o Marguerite…¿nos lo creeríamos igual? Yo creo que no. Esa es la (gran) ventaja de cierto cine norteamericano: asumimos en sus ficciones cosas que jamás asumiríamos en el cine italiano, polaco o peruano. Thelma es un ama de casa, casada con un imbécil que la trata como si fuera basura, y Louise es una mujer algo menos ortodoxa, que pasa bastante de su novio y que, sospechamos, fue violada en Texas, aunque eso lo averiguaremos bastante avanzada la historia. Ambas amigas salen un fin de semana a divertirse, con tan mala suerte que la ingenua Thelma resulta violada por un animal en un aparcamiento. Louise, que lleva un arma (otra ventaja del cine norteamericano, allí llevan armas como el que lleva un paquete de cigarrillos…), se vale de ella para salvar a Thelma de una buena paliza, pero pierde los nervios ante la chulería del sujeto y le mata de un tiro. De pronto, el viaje de placer se convierte en una huida, y poco a poco las dos amigas de acomodada vida burguesa se transforman en dos peligrosas fugitivas. Si el lector no ha detectado ya la media docena de trampas que plantea el relato, será incapaz de detectar las muy numerosas que vienen después.

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A pesar de su crimen, precisamente por la extrema abyección del violador, justificamos moralmente, como espectadores, el asesinato de Louise. Nos ponemos del lado de Thelma porque, seguramente, también fue obligada a casarse con el mentecato de su marido a punta de pistola. A partir de ahí, la manipulación moral de la historia es incontestable. Ambas fugitivas lucharán por llegar a México, mientras los hombres, esos hijos de puta, luchan por impedírselo. Eso sí, para que no acusen a la guionista Khouri de tendenciosa o sectaria, se saca a dos hombres “buenos”, aunque incapaces, de la manga. Se trata del policía que las persigue, el compasivo pero cínico Hal (Harvey Keitel), y del novio ya mencionado de Louise, el primario pero encantador Jimmy (Michael Madsen). Ese policía será el único que, de alguna forma, entiende la lucha moral (moralismo por todos lados, sin duda) de Louise, mientras que el novio será el único que les ayude económicamente. De poco servirá, porque el policía, a la hora de verdad, se verá atado de pies y manos, y Thelma se acostará con un irresistible ladrón (un flojo Brad Pitt), un tío bueno (casualidades de la vida) con el que se volverá a sentir mujer, pero que pondrá a las fugitivas en un serio aprieto.

De hecho, cada acto de delincuencia de la pareja (el robo, el destrozo del camión cisterna, el ataque contra el policía…) será consecuencia de un acto de machismo, de desconsideración, de ataque verbal o de abuso por parte de los hombres, esa panda de cerdos. Jamás dos mártires fueron tan justificadas. Más que un relato feminista, asemeja un martirologio. No creo que fuera necesaria tanta justificación, tanto moralismo y tanta manipulación. Ese mismo año, Clarice Starling sí protagonizaba, bajo mi punto de vista, un auténtico relato feminista, preservando su condición de mujer, sin hacer tan evidente una venganza contra los hombres. Lo bueno es que Scott filma con la lección de ‘Bonnie & Clyde’ (id, Arthur Penn, 1967), de ‘Easy Rider’ (id., Dennis Hopper, 1969) o de ‘Malas tierras’ (‘Badlands’, Terrence Malick, 1973) bien aprendida. Es decir primando la emoción y la sensación de libertad y de viaje en su puesta en escena, casi de western, encuadrando el coche de Louise (un precioso Thunderbird del 66) como si de un mágico corcel de cuento se tratase, deteniéndose en la amplitud y en la luz del paraje, otorgando todo protagonismo a sus dos actrices.

Y es que Susan Sarandon y Geena Davis están formidables, las dos en sus respectivos, y casi antagónicos, roles, dirigidas con mano maestra por Scott. Sarandon es una de las mejores actrices de su generación, y Davis creo que nunca estuvo mejor que aquí. Ambas sostienen la película, le dan emoción y verdad, sin la menor caída de tensión, con una convicción absoluta. Hasta el improbable y muy poco creíble final, que a punto está ya de erigirse en trampa suprema y de hacer desmoronarse el relato de manera definitiva, se sostiene por ellas dos (y por Keitel, en contrapunto) y sólo por ellas dos, que llenan cada resquicio de la pantalla con una energía casi luminosa. El fallecido director de fotografía (a la temprana edad de 53 años) Adrian Biddle se centra en sus rostros, sin idealizarlos, y perdonamos las habituales (y ya un tanto desfasadas) decisiones de Scott de abusar de los filtros, de los humos y de toda la parafernalia técnica heredada de la publicidad. Entre Biddle y Scott componen una secuencia limpia, directa, sobria, verosímil, para una historia que no lo es en absoluto.

Conclusión e imagen favorita

Estiimable película, con un guión muy inteligente (pese a su tono tendencioso) y una dirección de Scott emocionante y exacta. Lástima que este camino no lo siguiera Scott por más películas, reincidiendo luego en su pomposo estilo, consistente en exagerar los elementos del relato para darles la apariencia de categoría (algo que hacen otros cineastas, desde Kubrick hasta Nolan, como si de una escuela se tratase). Pero por una vez realizó un trabajo intachable. Mi imagen favorita es la de Jimmy, un gran Michael Madsen, charlando con su novia en el motel, intentando comprenderla, sabiendo que quizá no vuelva a verla nunca más. Scott muy afinado en su dirección de actores.

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