'Carol', la perfección

'Carol', la perfección

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'Carol', la perfección

‘Carol’ (íd., Todd Haynes, 2015) está nominada a seis Oscars en la próxima edición de la dorada, y ansiada, estatuilla. Actriz principal —Cate Blanchett—, actriz secundaria —Rooney Mara—, guion adaptado, fotografía, banda sonora y vestuario, todo muy merecido. Sin embargo, ni la película ni la labor del director se han visto recompensados por una película que levantó clamorosas ovaciones en Cannes, y por otro lado, en la pasada entrega de los BAFTA ha sufrido un desprecio impensable.

Para el que suscribe, Haynes ha realizado el mejor trabajo, y por consiguiente la mejor película de todas cuantas aspiran a un Oscar este año. Dejando a un lado los premios, que están en su punto más álgido, y la historia ya ha demostrado sobradamente su nulo valor más allá del populismo, lo cierto es que ‘Carol’ es una de esas atemporales obras, que están por encima del bien y del mal, o, por decirlo más suavemente, por encima de cualquier galardón convertido en objeto de adorno.

En ella su director deja claro su amor por el cine clásico, pero no nos encontramos ante una de esas operaciones que intentan calcar el pasado para hurgar en la nostalgia de cierto sector cinéfilo. ‘Carol’ es toda una declaración de amor a un cine de otra época pero desde una perspectiva totalmente moderna, sobre todo en el factor más importante de toda obra cinematográfica: la forma. Haynes se revela aquí, entre otras cosas, como un genio absoluto del uso del punto de vista.

Minuciosa

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Además ha cuidado su obra hasta el más último detalle, ya sea en el uso del vestuario o la dirección artística, que nos sitúa a principios de los años cincuenta en los Estados Unidos —un poco antes de la época del film con el que Haynes realizó una operación similar, ‘Lejos del cielo’ (‘Far From Heaven’, 2002)—. Incluso se permitió el lujo —termina saliendo más caro— de bajar la calidad de 35 milímetros a 16, para recuperar la granulación típica de los films de aquella época. Dicha operación la habían realizado con anterioridad en la miniserie de televisión ‘Mildred Pierde’ (2011), con el mismo equipo técnico que ‘Carol’.

Uno de los temas de la citada ‘Lejos del cielo’ es la homosexualidad, tan difícil de mostrar en los films clásicos, debido a la siempre molesta, y dictatorial, censura —claro que eso hizo agudizar el ingenio de muchos directores y guionistas, tirando de la sutileza—, y se basa en la novela ‘El precio de la sal’, escrita por Patricia Highsmith. Era su segunda obra, tras la que inspiró ‘Extraños en un tren’ (‘Strangers on a Train’, Alfred Hitchcock, 1951), y fue rechazada porque no condenaba el lesbianismo. Fue publicada con seudónimo. Phillis Nagy, que conoció a Highsmith, realiza su primer libreto para el cine, todo un prodigio del detalle.

(From here to the end, Spoilers) La primera secuencia de ‘Carol’ no deja lugar a dudas de la enorme elegancia de Haynes, y el significado de la puesta en escena. La cámara parte de la reja de una alcantarilla, para efectuar un largo, e intenso travelling descriptivo, que sigue a un personaje que entra en un restaurante, en el que se encuentran los dos personajes centrales del relato, Therese y Carol, esto es, Rooney Mara y Cate Blanchett. Eso como si su historia saliera a ser contada, desde la oscuridad y el fango al que se relegan las historias de amor homosexuales, producto de una sociedad encerrada por sus propios límites morales.

Una historia de amor

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‘Carol’ transcurre en flashback, haciendo Haynes un sentido homenaje al film que ha tenido en cuenta para filmar su película, ‘Breve encuentro’ (‘Brief Encounter’, David Lean, 1945) —otros han sido ‘Rebeca’ (‘Rebecca’, Alfred Hitchcock, 1940), ‘La extraña pasajera’ (‘Now, Voyager’, Irving Rapper, 1942) y ‘Carta de una desconocida’ (‘Letter From an Uknown Woman’, Max Ophüls, 1948)—, de la que toma prestada su estructura narrativa, y la secuencia de la mano en el hombro, el homenaje más directo a la obra maestra de Lean.

A partir de ahí seremos testigos de cómo Therese y Carol se conocen —de la misma forma que le ocurrió a Highsmith, recogido en el libro, que posee elementos autobiográficos—, de cómo se enamoran —en una época en la que dicho comportamiento era tildado casi de peligroso—, y de cómo deben ceder a unas muy estrictas normas sociales, siempre dispuestas a juzgarlas y condenarlas. No creo que hayan cambiado mucho las cosas desde entonces, si no, está claro que ‘Carol’ se llevaría más premios.

A pesar de que en la novela el punto de vista es siempre el de Therese, en el film éste va variando de forma progresiva, para así ver lo que siente Carol en un momento dado. Haynes ayuda a ello con su portentosa cámara, encerrando siempre a los personajes en encuadres difíciles, a través de cristales, escondidos en portales, y de ellos saliendo al exterior, expuestos a ser descubiertos y con ellos sus sentimientos. Atención al instante en el que Carol pide a Therese que se vaya con ella de vacaciones, el movimiento de cámara, elevándose, es toda una declaración de intenciones.

El clasicismo con la mirada de hoy

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Esa intención por parte del director es lo que hace a ‘Carol’ como un film enormemente moderno, que intenta recuperar un cine de antes pero con la visión de hoy. Una visión que pasa también por incluir una secuencia de alto grado sexual entre los dos personajes centrales, y en cuya ejecución —un prodigio de planificación con la cámara atendiendo al detalle más que al momento en sí— tuvo mucho que ver la enorme confianza entre Blanchett y Haynes, que trabajan juntos por segunda vez, y Mara.

El detalle, que se vuelve indispensable al enfocar al personaje de Carol con la intensidad con la que la observa Therese, para quien sus sentimientos son confusos pues nunca se ha enamorado de una mujer —Carol tiene más experiencia en ello, debido al personaje de una extraordinaria Sarah Paulson—; de ahí que sea muy acertado el que el personaje tenga como hobby la fotografía. Vemos a Carol como la ve Therese, quien ha idealizado a la primera. Pero también vemos a Carol devolver su mirada a Therese.

Una mirada en la que hay más experiencia, más aceptación del mundo en el que viven, siempre preocupado por las apariencias y por las conductas morales correctas. La historia de amor las cambia a ambas; son muy diferentes desde su primer encuentro en una tienda de juguetes al último en el restaurante. Si al inicio del film Therese cree ver a Carol y ello desencadena el flashback, en el último tramo es Carol quien ve a Therese a través de la ventanilla de un coche; más tarde en la mesa en las que las vemos por primera vez le soltará un contundente y sincero “te amo”.

‘Carol’, versión cinematográfica, incide también sobre el peso del paso del tiempo entre dos personas enamoradas y distanciadas. No sólo comprueban que su relación les hizo mejorar como personas en el tiempo que han estado separadas —Carol bajo chantaje de su marido, al amenazarle con separarla de su hija—, sino que ambas parecen fortalecidas. De ahí que ‘Carol’ vaya un paso más allá que las historias de cine en las que se inspira. Y ello se encuentra en los últimos minutos del film, en uno de los mejores finales que una película haya dado en mucho tiempo.

El cierre perfecto

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Haynes podría haber concluido el film con Therese perdiéndose calle abajo tras irse de la anodina fiesta a la que ha sido invitada. No hay música, el plano está fijo y el final no puede ser más descorazonador, un the end habría quedado perfecto. Pero la verdadera perfección viene después, al unir de forma muy armoniosa interpretación y puesta en escena con lo que se quiere narrar. El final es igual que el de la novela, pero con los resortes del cine alcanza niveles mayores que un simple enunciado.

Carol y Therese han sido dos seres encerrados, que se veían a escondidas, juzgados de mala forma por mentes cerradas que disponen cómo debe ser el amor. Casi sin libertad de movimientos —éstos están reservados al primer plano detalle, como si de un tesoro íntimo entre ellas se tratase— Therese decide ir a por Carol, así como suena. En su decidida entrada en el restaurante donde aquélla está reunida, la cámara acompaña a Mara en una especie de baile en el que sólo puede hacer dos cosas, frenar o seguir. Carol le devuelve de nuevo la mirada, y la música de Carter Burwell hurga en nuestro interior.

Haynes corta en el momento adecuado, les ha concedido el mejor instante de sus vidas, aquel en el que todas las cartas se han puesto sobre la mesa. No es necesario que veamos lo que ocurre, porque todos ya lo conocemos, sea bueno o malo, hayan vivido la mejor de las vidas o no, eso sólo les corresponde a ellas. Esa mirada final, con sencillo plano/contraplano y leve movimiento de cámara, que eleva emocionalmente el instante, lo dice absolutamente todo.

Una obra maestra.

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