'Los Fabelman': Steven Spielberg se mira al espejo y encuentra la necesidad de contar historias en la película mejor rodada (y más triste) del año

'Los Fabelman': Steven Spielberg se mira al espejo y encuentra la necesidad de contar historias en la película mejor rodada (y más triste) del año

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Fabelmans

¿Recordáis la primera vez que os disteis cuenta de que el cine iba a ser mucho más que un simple entretenimiento en vuestra vida? En mi caso fue en una televisión pequeña en la que un VHS mostraba a Bette Davis, ajada, dando de comer un pájaro muerto a su hermana: '¿Qué fue de Baby Jane?' supuso un antes y un después en mi existencia, igual que para Steven Spielberg lo fue 'El mayor espectáculo del mundo'. Y que el mejor director vivo quiera enseñarnos a los 76 años que no ha perdido la ilusión por la maravilla de las imágenes en movimiento es, francamente, precioso. Aunque por el camino le haya salido una película sobre la depresión y la tristeza en la esperanzada América de los 60.

El cine es un sueño

Nadie mueve la cámara como Steven Spielberg. Ya demostró en 'West side story' que con los años ha ganado en perspicacia y técnica, pero en 'Los Fabelman' se ha superado, utilizando el imaginario del cine (la oscuridad, la fascinación del público, la falsedad de la imagen para, paradójicamente, hacerla más real) para crear planos antológicos, como si homenajear el arte de crear historias fuera la tarea más importante que jamás se le ha encomendado.

Pero, en realidad, 'Los Fabelman' no es "una carta de amor al cine", como tantos han dicho quitándose de encime el comodín de turno de la manera más simplista posible: se trata de un ensayo audiovisual sobre el arte de hacer cine, y cómo la vida siempre se hace más mágica al pasar por el objetivo de una cámara. La dedicación de Spielberg por lo audiovisual no viene solo de un gusto, sino de una necesidad: Sammy sabe que su vida no tiene sentido sin una cámara entre las manos. No porque sea lo único que sabe hacer, sino porque es como respirar: si no hace películas, no está vivo.

Fabelman

Uno de los mejores planos que ejemplifican cómo dedicar la vida al cine de manera inconsciente está al comienzo, cuando un Sammy que cree que quiere trenes de juguete empieza a pensar en planos cinematográficos, poniendo los ojos a la altura del tren y dejando que pase: es ese momento en el que, sin saberlo, se convierte en un creador. Es un pequeño momento que marcará el resto de la cinta: Sammy, un sosias del propio Spielberg, descubre la creación mediante la inspiración y muestra al espectador con ganas de ser él que la única manera de aprender es intentándolo mil veces.

Lo que el ojo no ve

Hacer cine logra calmar la necesidad de crear de Sammy, sí, pero también le da los mayores pesares al descubrir que el objetivo, de manera inexorable, graba todo lo que está a su alcance, incluso lo prohibido. La importancia del encuadre y del fondo de cada plano se abre ante el protagonista de la forma más dolorosa posible. Cuando "la magia" del cine pasa a ser un despiadado hechizo malvado.

Los Fabelman

Sigue habiendo quien califica a Spielberg de cursi o edulcorado, siguiendo una tendencia a no saber leer el lenguaje audiovisual y no queriendo ver que en 'Los Fabelman' rompe por completo con cualquier pretensión mágica para ofrecer una biografía triste y depresiva repleta de personajes rotos que no se arreglan mágicamente al ver una pantalla. Cada sonrisa esconde un dolor, una oportunidad perdida, un futuro inconcluso. El director no ha buscado en su pasado para sacar los momentos más dulces, sino para analizar su relación con el cine, que, al igual que su familia, no importa si le hace feliz o infeliz: simplemente, forma parte intrínseca de él.

La amargura que rebosa el guion no oculta momentos de humor, cariño verdadero y meteduras de pata adolescentes: es en estos pequeños gags de rutina familiar donde puede repasar una infancia marcada por el divorcio de sus padres (que ya exploró en 'E.T.'), su judaísmo y el bullying en el instituto, marcando una conversación metacinematográfica que sirve tanto de diván de psicólogo como de fabuloso marco contextual. Al contrario que en otras autobiografías de directores donde ellos son el centro del mundo ('Fue la mano de dios', 'Casi famosos', 'Bardo'), Spielberg se niega a maquillar con nostalgia los sinsabores de la vida, y el resultado no podría ser más maduro, profesional y propio de él. Reconocible desde el primer hasta el último plano.

Fábel(man) va al oeste

Es normal que los directores que ya peinan canas añoren aquella época en la que el cine era democratizador, un vehículo para narrar todo tipo de historias y el entretenimiento número uno del público. Ahora, ese mismo público da la espalda a las historias que las películas cuentan sobre sí mismas, ya se llamen 'Los Fabelman' o su reverso espídico, 'Babylon', con la excusa de que "el cine queda fascinado por el propio cine, y eso no es interesante". Comprensible, pero errado. Es un poco triste que en el momento que más necesitamos que nos recuerden el poder (no necesariamente positivo) de contar historias, nos cerremos en banda ante la posibilidad de escucharlas de boca de los mejores cuentacuentos del lugar.

Hay a quien le cuesta reconocerlo, quizá debido a su antiguo apodo de "Rey Midas", pero Steven Spielberg es el mejor narrador audiovisual de nuestra era. Lo que hace con la cámara es absolutamente prodigioso: sus encuadres y movimientos, incluyendo el ya famoso chiste visual de su último plano, logran enmascarar sus pocos errores, como que hay algunos personajes con los que no sabe qué hacer (por ejemplo, las hermanas de Sammy). 'Los Fabelman' es una historia de descubrimiento y fascinación, sí, pero también de tristeza, depresión, amores no correspondidos, dolor y besos de Judas.

Pero ante todo, es una historia sobre el poder que puede tener una cámara en nuestras manos o una imagen proyectada en una sala de cine. Un poder no necesariamente positivo, pero sí transformador.  Porque una buena película te cambia, aunque sea de manera imperceptible, te hace pensar, te deja poso, formará parte de ti durante el resto de tus días.

Y 'Los Fabelman' lo logra por todo lo alto siendo al mismo tiempo una de las cintas de corte más clásico (y, todo sea dicho, elegante) que ha pasado por las pantallas en los últimos años, en una conversación del director con su infancia que no podría ser más estimulante, bella y triste. No os dejéis engañar: Steven Spielberg no necesita filmar una carta de amor al cine porque todo él es, en esencia, puro cine.

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