Se estrena en cines el 12 de julio ‘The Bikeriders: La ley del asfalto’, exploración cinematográfica de la vida de un grupo de moteros del Chicago de los años sesenta dirigida por Jeff Nichols, que busca matizar la sintaxis habitual del espíritu de rebelión y el espíritu que definieron la década y más allá, dentro de la subcultura de la motocicleta, la gasolina y los problemas de unos Estados Unidos en plena transformación, que se construye alrededor del fotolibro homónimo de Danny Lyon, ofreciendo una ventana al mundo del Vandals Motorcycle Club.
Conjugada como un mezcla de realidad, Nichols regresa tras su sentida ‘Loving’ con una mirada personal a los cambios sociales de la época, tras triunfar en la 50ª edición del Festival de Cine de Telluride y hacer frente a diversos retos, como el retraso de su estreno debido a la huelga SAG-AFTRA de 2023 o la negativa de 20th Century Movies a quedarse con ella, lo que ha generado una desconfianza en el resultado final que está lejos del notable regreso a la forma del director de la rotunda ‘Take Shelter’.
Un reparto que intimida
La inspiración en el libro de Lyon y sus fotografías en blanco y negro transmite la fascinación de ese nuevo periodismo, que desdibujaba los límites entre no ficción y el relato, con un lienzo crudo y auténtico de la subcultura motera que se hace de carne y hueso de forma muy fidedigna gracias a un reparto formado por Austin Butler, Tom Hardy, Jodie Comer, Damon Herriman, Michael Shannon, Boyd Holbrook y Norman Reedus. Todos parecen recreaciones en movimiento de algunas de las fotos —especialmente de la selección final de los créditos— y dan vida a personajes complejos que giran en torno a Kathy Bauer, interpretada por Comer.
Una joven que actúa como narradora desde que se ve arrastrada a la vida de Benny Cross, miembro de los Vandals interpretado por Butler, y cuyo vertiginoso romance tiene como telón de fondo la transformación del club, que pasa de ser una banda de aficionados a una hostil presencia en las calles que se mimetiza con la propia mafia. De hecho, a ratos su retrato tiene más que ver con los de Scorsese de los bajos fondos que con las miradas glamourosas de los moteros ya presentes en Hollywood.
‘The Bikeriders’ es un reflejo feo distorsionado del idealismo de ‘Easy Ryder’, mucho menos lúdico que el del cine de pandilleros como ‘The Wanderers’ o ‘Días Felices’ y definitivamente menos lírico y mitómano que ‘Rebeldes’ y ‘La ley de la calle’, aunque si con alguno de los referentes previos, más allá de un guiño directo a Brando, tiene algo que ver, es con la vulnerabilidad volátil de los personajes del universo creado por Francis Ford Coppola.
Antigua masculinidad y gasolina
Pero en este caso, la influencia periodística del libro es evidente, ya que hay citas textuales de las entrevistas de Lyon y una meticulosa atención al detalle que, incluso cuando teje su propia narrativa de ficción, se reboza de una textura de realidad que explota de formas inesperadas, y es que la mirada de Nichols, ridiculiza la “masculinidad de cojonazos sobre la mesa” de los moteros y la convierte en una comedia de torpeza y falta de contacto con la realidad.
La mayoría de comportamientos de “tío duro” se revelan como bravuconadas de cabeza hueca y la mitología alrededor de un grupo respetado dentro del underground se cae a pedazos como una impostura de señores casados, aburridos, borrachos e irresponsables que confunden un hobby con demostrar algo a sus compañeros de chupa y parche. Por ello, los acontecimientos históricos son una percha estrecha para hurgar más en el sentimiento de camaradería y gregarismo tribal sin demasiada perspicacia de una comunidad de vecinos con olor a grasa y neumático quemado.
Lyon, que irónicamente está interpretado por el jefe de los Sharks de ‘West Side Story’, se integró en los Chicago Outlaws en 1965 para "intentar registrar y glorificar la vida del motero americano", con una visión personal y afectuosa del estilo de vida y, si bien en ‘The Bikeriders’ hay una fascinación evidente por la estética, la música y el poder del sonido de una Harley —potentísima sugerencia de la mente del personaje de Butler en el momento clave del clímax—, en el fondo es un homenaje al espíritu de esos primeros forajidos “menos virulentos” que los que luego aparecerían acompañados de las armas de fuego, la heroína y el crimen organizado no solo limitado a la venganza personal.
Los límites del idealismo XY
Nichols no nos priva del peligroso encanto de dos filos de la carretera, el sentido de comunidad y la vida al margen de la sociedad, cruzando las líneas entre la verdad y la ficción con una fotografía naturalista de Adam Stone, que capta la crudeza de los momentos más violentos con una verosimilitud alejada de la brillantina épica del blanco y negro nostálgico, aunque en sus escenas nocturnas sí que permite que haya un resplandor nocturno seductor alrededor del grupo de jinetes del acero.
La música de David Wingo subraya el trasfondo emocional de los momentos más dramáticos, mientras alterna con los contrastes de un somier de pop rock a juego con las chupas de cuero, en el que tan pronto encaja perfectamente ‘Come Softly to Me’ como con la cruda ‘Down On The Street’ de The Stooges. El guion cuestiona y hace caricatura de la importancia del liderazgo y la lealtad con una sorna bien aprendida de David Chase, pero guarda un poco de transigencia y honor con sus antihéroes sin futuro.
‘The Bikeriders’ no es tan cruel y mordaz con el germen tribal de los comportamientos aborregados de un grupo de hombres que solo piensan en demostrarse unos a otros lo machotes que son capaces de ser, como fue ‘Lords of Chaos’, pero en su narración de dos personajes obligados a ocultar sus sentimientos se crean momentos visuales que cuentan mucho más que lo que está escrito en el guion, con un Hardy impecable y un Butler encaminado a convertirse en una gran estrella, perfecto como antihéroe solitario, ofuscado al confundir vulnerabilidad con libertad individual.
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