'Océanos', poema audiovisual

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“¿Qué es el mar?”

No hay mayor espectáculo posible que el espectáculo de la naturaleza. Y ahora que los signos de que la naturaleza, al menos tal y como la conocemos, puede desaparecer (y seguramente nosotros con ella) son cada vez más fuertes e incontestables, no creo que haya algo más importante que observar y filmar. Me he pasado días viendo y volviendo a ver, una y otra vez, las imágenes del documental ‘Océanos’ (‘Océans’, Jacques Perrin Jacques Cluzaud, 2009), absorto y sobrecogido por lo que han conseguido los directores y el soberbio equipo de cámaras buceadores, sin poder quitarme de la cabeza muchos de sus planos y sonidos. He visto docenas, quizá centenares de documentales marinos, y puedo decir con absoluta certeza que nunca, nadie, había hecho algo como esto. Porque, en cierta forma, se aleja de lo que un documental de estas características suele ofrecer, para adentrarse en una forma de representación y captura de instantes que asombra por su humildad pero también por su audacia formal y por la abrumadora perfección técnica y narrativa de que hace exhibición.

Digo yo que, si alabamos películas de ficción sobre todo por la forma (más que por el contenido, pues en el arte la forma crea el contenido) en que están hechas, si buscamos sobre todo belleza y verdad en el cine, si algunos agradecemos que nos cuenten cosas importantes y valiosas antes que vistosas y tramposas ficciones, entonces el documental es la forma cinematográfica más importante de todas. Ninguna otra forma de cine indaga tanto en las posibilidades formales del cine, ni explora e investiga en las técnicas y en las herramientas necesarias para crear imágenes como se hace en el cinen documental. A veces me pregunto por qué es así, pero es un hecho innegable. En ‘Océanos’ estamos de enhorabuena, porque se emplean los adelantos tecnológicos audiovisuales con un propósito mucho más importante que entretener al personal los fines de semana o dotar a los ejércitos de infinito poder destructivo, y no es otro que el de comprender y aprender a respetar y a amar un mundo que no conocemos más que en una pequeña parte.

Pero en ‘Oceános’ sus creadores se cuidan mucho de entregar un material didáctico con el que ilustrar al respetable. No existe en ella la típica voz del narrador que nos va explicando los comportamientos de las razas, la situación geográfica y los descubrimientos del entorno natural. Muy al contrario, las pocas participaciones del cronista (el propio Jacques Perrin en el audio francés, Pierce Brosnan en el inglés, Pedro Armendáriz Jr. en el español) funcionan a modo de pensamientos del creador, de reflexiones acerca del deterioro de los mares y de la diversidad y belleza de la vida salvaje, como versos que nos sitúen en el estado anímico propicio para acercarnos con mayor vehemencia a unas imágenes que, de por sí, fascinan por su escalofriante belleza, y por la facilidad con la que el espectador escucha la voz que inspiró a los creadores de todas y cada uno de los episodios que lo componen. Nunca antes había yo experimentado la sensación de ser parte de un todo, y de zambullirme y de girar en el aire con los delfines, y de empaparme de la mierda que vertimos en los océanos, y de gozar con la espuma y el bullir del agua que provoca el peso de mi enorme cuerpo revestido de callosidades…

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Estremecimiento

Con el esencial objetivo de, según las propias palabras del director, acercarse a la naturaleza viva de la inmensidad océanica, sin la menor pretensión científica. La búsqueda de una emoción, con la que entablar un diálogo entre el espectador y la fuerza de la naturaleza. La vivacidad de lo salvaje, la expresividad de la energía de vida. Perrin quiso que el espectador experimentara de forma vibrante y sin ambages lo más cercano a una carrera de delfines, el dinamismo que la fauna oceánica imprime a cada día de sus vidas, convertir todo eso en algo cinematográfico. Así, durante dos años se desarrolló una nueva grúa, llamada Thetis, que con su giroestabilizador revolucionó para siempre la filmación de tomas en la superficie del mar. Pero también se inventaron nuevas carcasas para las cámaras submarinas (cámaras digitales de alta definición, mientras que para el exterior se emplearon cámaras de 35 mm.), y una cámara diseñada para atraer a los delfines y que se quedaran mirando directamente al objetivo, y una cámara aérea montada en un mini-helicóptero. En definitiva, una nueva forma de mirar, porque según Perrín una toma nueva sobre un animal es redescubrir a ese animal, y para ello no se escatimaron ni vías de travelling en el lecho marino ni los mejores cámaras del mundo.

Perrin no se priva de llamar poetas a su excelente equipo de buceadores provistos de cámara, porque en verdad lo son. Hay imágenes que conquistan lo inimaginable: la enorme ballena danzando alrededor de su extasiado buceador-cameraman, el tiburón blanco permitiendo que otro buceador nade a su lado sin inmutarse, movimientos increíbles de movimiento siguiendo a peces minúsculos del fondo oceánico, planos velocísimos que participan de la vibrante energía de los delfines en plena caza de alimentos, la colaboración de diversas razas para sobrevivir, reflejos infinitos del sol entre una nube de medusas, las dementes prácticas de pesca con redes gigantes, el nacimiento de un centenar de tortugas marinas, laberintos de piedra y coral, de infinidad de crustáceos avanzando como un ejército mudo y chocando literalmente contra otro ejército de crustáceos en una fiesta marina de millares de individuos, la fuerza del oleaje en una tormenta en alta mar…y así se puede seguir con docenas y docenas de ejemplos. El exquisito gusto, la pericia y el cuidado conque los operadores obtienen esos planos son un ejemplo para admirar, como el testamento de un universo en el límite de la desaparición total, pues Perrin incluye secuencias en la que habla, como no podía ser de otra manera, del deterioro brutal de los océanos.

La película avanza lentamente, deteniéndose con paciencia y amor en detalles que otros documentales específicos pasan por alto, de pronto rompiendo el contínuo rítmico para acelerar a toda velocidad con las razas más rápidas, de pronto regresando a la historia del niño que se pregunta qué son los océanos, en el interior de un escalofriante museo de especies extinguidas, o elevándose centenares de metros para mostrar una tormenta, o situando la cámara en el mástil de un enorme barco luchando contra las olas. No hay límites en ‘Océanos’, que se pregunta hasta dónde puede llegar la ambición desmedida del hombre por comercializar con un legado de millones de años, en un crimen colectivo al que asistimos todos los días. Películas como esta, con una imagen y un protagonismo del sonido que no he visto yo en la mayoría de las realizaciones sobre los océanos, nos transmiten la necesidad de aprender y de evolucionar en nuestra relación con los mares y océanos del mundo. En la protección de la diversidad oceánica, en la investigación de la historia de los mares, radica seguramente el secreto de nuestra propia supervivencia como especie, así que estaría bien que se hicieran muchas más películas como ‘Océanos’, o como ‘Tierra’.

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