Es lógico entrar con curiosidad y cierto escepticismo a ‘El caso Asunta’ tras leer sobre ella que se parece a un culebrón de sobremesa lleno de morbo y amarillismo barato, pero la sorpresa es encontrarse con un preciso estudio de una instrucción muy compleja, que afronta con perspectiva caleidoscópica un pre-proceso judicial extremadamente complicado y lleno de ángulos muertos, nunca dando nada por hecho ni aseverando conclusiones a través de escenas malintencionadas.
Con poco del efectismo esperable, la llamada "mirada grotesca" al personaje de Rosario no se diferencia a lo que vemos en documentales del caso, con una Candela Peña tan pronto acusada de sobreactuación como alabada por su inmersión en la personalidad extrema de la madre de la niña china adoptada que apareció asesinada. Muchos de esos prejuicios aparecen con el habitual desprecio a los acentos por las zonas más ombliguistas de la península, pero aquí lo importante es que la desesperación de las expresiones esconde una personalidad al límite que también importa en el desarrollo del caso.
No solo eso, sino que en su enfoque a Charo, ‘El caso Asunta’ se atreve a mostrar una compasión subcutánea, estudiando también la peculiar represión matrimonial "amable" del marido y los trastornos mentales que llevaron a una relación de sobreprotección que, de nuevo, esconde muchas claves de la investigación y los muros frente a los que se encuentró. Lo realmente potente es cómo poco a poco rescata las inherentes connotaciones del caso sobre la paternidad y su "necesidad social", atreviéndose a cuestionar su función real, la idealización de la estampa de familia feliz y la adopción como opción o capricho.
A pesar de la falta de móvil y respuestas finales, la miniserie deja sutiles muestras apuntando al tema tabú de la maternidad romantizada en los personajes de María León, en una especie de lección moralista, quizá propuesta como contraste de la búsqueda de la felicidad a través de la reproducción, o incluso el papel de los hijos, la dinámica familiar creada y cómo se invierte la responsabilidad a lo largo del tiempo, ilustrado no por casualidad en los momentos junto a su padre del juez, y esa hermana que no tiene tiempo ni para ir a ver a su progenitor.
Enfoque en la investigación y sus dificultades
Un juez de instrucción parcial clavado por Javier Gutiérrez para resumir las luces y sombras de una investigación con sesgo, representando el eterno juego sucio en las instituciones como la verdadera España negra, la que maneja medios de comunicación y opinión pública interesadamente. Cada escena apunta también su responsabilidad en las filtraciones a prensa, para dibujar la idea del pelotazo y las instituciones manchadas que poco tienen que ver con la verdad, sino de la facilidad con la que se enturbian los procedimientos.
La miniserie es clara para mostrar que no es lo mismo dudar de la culpabilidad o no, que hacer un proceso justo y limpio, exponiendo cómo la instrucción fue zanjada siempre tratando de forzar una tesis inicial, exponiendo cómo se estudian las pruebas conforme una tutela contaminada. Por ello, lejos de demonizar a los “abogados del diablo”, el tratamiento de los defensores de la pareja es justo dentro de los marcos legales, en cuanto el sistema garantista exige una imparcialidad basada en evidencias, que rara vez se dan en casos absorbidos por la opinión publica.
Otro acierto de ‘El Caso Asunta’ respecto a otros true crime como ‘El cuerpo en llamas’ es moverse a contrapelo de la "ficción de prestigio" actual, un panorama de producciones embellecidas y con fotografía cinematográfica, para presentar aquí una puesta en escena cruda, aparentemente tosca, pero que ayuda a que se intercalen orgánicamente las representaciones de vídeos reales que ponen los pelos de punta sin apostillar con una música intrusiva, sino sobria, trágica y tensa en ocasiones, siempre con una mezcla de electrónica y variaciones de distintas piezas de gaita que añaden una personalidad galaica ineludible.
Ficción documental negra y tragicómica
Una opción estética que resulta escalofriante por cómo refleja la realidad del caso, pero que también es respetuosa con su gravedad, funcionando como las grandes docuficciones periodísticas herederas de ‘A sangre fría’ de Richard Brooks, aportando frialdad y distancia a los hechos.Distancia que al mismo tiempo se acorta por el reflejo del costumbrismo y su prisma de lo cotidiano, no solo plasmado por la gran interpretación de Candela Peña, y ojo, Tristán Ulloa, sino de todos los secundarios y esa pareja de Guardias Civiles con quienes te irías a tomar unos churros.
Pero, donde realmente brilla esa cercanía es un guion muy bien escrito, no solo estupendamente documentado en el idioma, acento y expresiones locales, sino plagado de pequeños detalles de conversación creíble, diálogos fluidos que son capaces de incluir un "el fisio me lo pagas tú" en medio de una recreación criminal doméstica del investigador del caso convenciendo a su mujer de madrugada para que lleve un saco con el peso equivalente al cadáver de una niña escaleras abajo para comprobar una teoría. Negro y tragicómico como la vida real.
Ahora, como en todo true crime, hay un elemento morboso y no tiene razón se ser per sé para su existencia, pero ‘El caso Asunta’ no es para nada ese telefilm sensacionalista que han querido vender muchos, sino una minuciosa dramatización en la tradición televisiva española de ‘La huella del crimen’, que se preocupa en mostrar lo que se sabe y aumentar el misterio de lo que no, haciendo todo lo posible por ofrecer un perfil psicológico de los condenados que permita al menos entender las razones de su silencio, sin dar por hechas conclusiones falsas ni juzgar por su cuenta a los acusados.
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