'28 años después' subvierte cualquier expectativa para demostrar que las secuelas legado pueden ir mucho más allá del refrito nostálgico

'28 años después' subvierte cualquier expectativa para demostrar que las secuelas legado pueden ir mucho más allá del refrito nostálgico

Danny Boyle, Alex Garland y Anthony Dod Mantle han vuelto a hacerlo

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Víctor López G.

Editor

Salvo honrosas excepciones —justo hoy se estrena una de ellas— que llegan con cuentagotas, existen pocos productos más complacientes hacia el público y, en ocasiones, también hacia las propias franquicias de las que forman parte, que unas "secuelas legado" que se han convertido en uno de los grandes pilares del Hollywood contemporáneo y su fijación por las propiedades intelectuales.

Estrenar una continuación de un largometraje de culto cuando, como en el caso que nos ocupa, han pasado más de dos décadas, alimenta una tentación —por no decir necesidad malsana— de ofrecer más de lo mismo por miedo a que los espectadores más nostálgicos puedan tener una reacción negativa hacia la producción. Por suerte, Danny Boyle y Alex Garland ni juegan en esa liga, ni están muy por la labor de empezar a hacerlo a estas alturas.

La revolución de Danny

No cabe duda de que '28 años después', sobre todo teniendo en cuenta la relevancia de la original dentro del subgénero zombi —o infectado— que revolucionó en un ya lejano 2002 y su trilladísima premisa, con una historia de supervivencia paternofilial, era carne de cañón para la enésima adaptación apócrifa de 'La carretera' de Cormac McCarthy con todos los tópicos del subgénero habidos y por haber.

Pero, en lugar de esto, en un mundo en el que ya se ha contado todo mil y una veces, el dúo ha roto con lo establecido para brindarnos una majadería tan intensa como desconcertante que hará que todo aquél que espere una réplica de '28 días después' con cierto poso convencional, se quede a cuadros e inclinándose hacia uno de los dos lados de la balanza de la polarización en la que no parece haber espacio para el término medio.

Y es que la película no hace prisioneros en ninguno de sus aspectos, empezando por una estructura dramática muy arriesgada en estos tiempos de impaciencia y escasa capacidad de atención que opta por una suerte de doble viaje de ida y vuelta apuntalado sobre unos personajes diseñados expresamente para subvertir tópicos y expectativas —soberbia la vuelta de tuerca a la suerte de anti-Kurtz de Ralph Fiennes—.

No obstante, uno de los elementos que más pueden llegar a impactar a los amantes del continuismo sea el tono. '28 años después' camina casi constantemente por el alambre mientras hace malabares y coquetea con una caída mortal que se traduciría en la desconexión instantánea del espectador pero que, milagrosamente, no llega nunca a pesar de sus ocurrencias extremas y de unos niveles enormes de cachondeo interno.

Cachondeo, violencia y gloria audiovisual

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Después de todo, y aquí se encuentra uno de los grandes aciertos del título, parece que la cinta no se tome del todo en serio a sí misma en ningún momento —y ese glorioso anticlímax que parece sacado de una película de la Troma lo confirma—; algo que contrasta con el poso dramático del viaje iniciático de su protagonista y su sentida exploración de la muerte, que culmina en un tercer acto resuelto de un modo casi antagónico al de la brutal setpiece de '28 días después'.

Esto último queda perfectamente reflejado en el equilibro entre espectáculo e intimismo, que reserva una buena porción de metraje para lo estrictamente emocional sin olvidar agasajarnos con una buena dosis de la acción más cafre, desquiciada y violenta que podamos llevarnos a las retinas y que se eleva gracias al punto fuerte de la producción: un tratamiento visual y formal ante el que es imposible no caer rendido.

El director de fotografía Anthony Dod Mantle y Boyle han vuelto a aliarse para crear un cóctel imposible y casi experimental en el que los movimientos de cámara, la suciedad de la imagen y la distintiva cinética y plástica de los tan comentados iPhone —que apelan a nuestra "realidad audiovisual" desde la perspectiva del espectador del mismo modo que lo hizo la Canon XL1 en 200—, moldean una experiencia atronadora.

Y en esa palabra, experiencia, está la clave. Porque '28 años después',  que trasciende a lo narrativo para bombardear sin piedad nuestros sentido, nos recuerda que no hay necesidad de ver más de lo mismo cuando podemos salir del cine con el cerebro confundido y excitado a partes iguales. Una obra radical, libre y gloriosamente desquiciada que invita a celebrar la existencia de artistas sin miedo y prejuicios como Danny Boyle y sus colaboradores.

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