Esta sorprendente y visceral ciencia ficción de guerrilla se puede encontrar aún hoy en alguna sala de cine: 'La paradoja de Antares' nos deja a la nueva gran heroína del género

Esta sorprendente y visceral ciencia ficción de guerrilla se puede encontrar aún hoy en alguna sala de cine: 'La paradoja de Antares' nos deja a la nueva gran heroína del género

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La Paradoja de Antares

Cuando Nacho Vigalondo estrenaba 'Los cronocrímenes', en 2007, saldaba una deuda del cine español con el que hasta entonces había sido su género maldito, rarezas aparte: la ciencia ficción. El cine independiente y de guerrilla parecía dispuesto a arriesgarse con aquello que, hasta entonces, las grandes productoras no se atrevían a abordar, bien por cuestiones de presupuesto o bien por lo difícil que resultaba asegurarse una respuesta por parte de un público disperso y, al menos en apariencia, tan exigente como caprichoso.

Sci-Fi low-cost, made in Spain

Hasta entonces, con el recuerdo de estrepitosos fracasos como 'El caballero del dragón' (1985), nadie daba un duro por la ciencia ficción autóctona. El artero y siempre brillante Vigalondo, como demostró en su siguiente e inferior 'Extraterrestre' (2011), en este caso con un tono más cercano a la comedia popular, no muy alejado al de sus estupendos cortometrajes, apostaba por una ciencia ficción conceptual, que utilizaba los códigos del género para aproximarse a temas humanos y universales, fácilmente identificables y de carácter generacional.

Su segunda película no dejaba de ser, en este sentido, un film catastrofista en miniatura, con reminiscencias a Fernando Colomo (precisamente, el director de 'El caballero del dragón') o José Luis Cuerda, el mismo que unas décadas antes afrontara un ejercicio similar en su mediometraje para televisión 'Total' (1983). Y aunque las cifras en este caso no cuadraron ('Extraterrestre', hoy un título de culto, apenas fue visto en salas por 26.000 espectadores), la semilla estaba plantada y no tardaría en dar sus frutos.

Si bien la irrupción de Vigalondo no desperezó el género de su letargo, sí es cierto que, a partir de entonces comienzan a sucederse tentativas de abordarlo dentro del low-cost, con ambiciones creativas a menudo desmedidas, directamente proporcionales a la precariedad de medios. De desigual interés pero siempre meritoria aportación y portentosa valentía son títulos como 'Rendezvous' (2016) de Guillermo Julián y Román Santiago Pidre, 'HOus3' (2019) de Manolo Munguia y, sobre todo, 'El increíble finde menguante' (2019) de Jon Mikel Caballero.

Dentro de una voluntad igualmente conceptual, metafórica y abstracta, siempre interesada por la llegada de nuevas tecnologías y a veces con un distanciamiento irónico que las acerca todavía más al cine del autor de 'Los cronocrímenes', alternan acercamientos duros, o "hard SF", más cercanos a la ciencia y a la técnica reales, con elementos blandos, hermanados con la fantasía y cercanos al territorio de la alegoría, con frecuencia sociopolítica o llanamente psicológica.

Contacto con tacto

Dentro de esta tradición continuista pero con unas características bien diferenciadas nos llega ahora 'La paradoja de Antares', debut de Luis Tinoco, responsable del aclamado cortometraje 'Caronte' (2017). Tinoco también firma el guion y la fotografía. La película nos cuenta la historia de Alexandra (una magnífica y entregadísima Andrea Trepat), una joven científica encargada de la detección de indicios de vida extraterrestre que recibe una señal procedente de la estrella Antares que tendrá que comprobar y registrar durante una noche inhóspita y hostil.

En un limitado espacio de tiempo, Alexandra tendrá que superar una serie impensable de obstáculos y, en último término, decidir entre atender a su padre moribundo o cumplir con su responsabilidad como científica, respondiendo a su vez a uno de los enigmas más importantes del mundo moderno.

Planteado el dilema, deducimos la paradoja: ¿no es el excesivo celo en la búsqueda de vida extraterrestre una excusa para escapar de nuestras responsabilidades privadas y una forma de alejarnos de las exigencias que imponen? Y, sobre todo, ¿puede ser que, en un momento dado, el denodado empeño por localizar nuevas formas de vida ponga en riesgo nuestra parte más humana, la que está íntimamente relacionada con la gestión de los afectos y los cuidados?

La Paradoja De Antares

No es la primera vez que la ciencia ficción ha abordado la búsqueda de vida extraterrestre en relación, y contraposición, con la supervivencia de lo intrínsicamente humano. De hecho, el tema es uno de los vértices, o vórtices, de la obra ensayística y narrativa de Carl Sagan.

Precisamente la novela 'Contacto' (adaptada al cine por Robert Zemeckis) se abría con una cita de Albert Einstein: "Sostengo que el sentimiento religioso constituye la más fuerte y noble motivación de la investigación científica". Aquí parece que para Luis Tinoco el humanismo es una especie de religión laica. No por casualidad la novela de Sagan se convierte en una referencia ineludible en 'La paradoja de Antares', y no sólo por el protagonismo femenino y la figura del padre.

'La paradoja de Antares': atrapados en el espacio

Tanto o más interesante es el uso que hace el director de un espacio pequeño y claustrofóbico, donde se desarrolla prácticamente toda la acción de la película, a través de conversaciones de móvil, videollamadas y charlas por aplicaciones de Internet. No deja de ser curioso cómo una película que tiene tan presente las nuevas tecnologías y las emplea constantemente para vehicular la acción y precipitar el suspense respete al mismo tiempo una tradición clásica y canónica.

Así, Tinoco se inspira, en su diseminación de trampas, pistas y sorpresas, en clásicos como 'La huella' (1972) o 'La trampa de la muerte' (1982), mientras que el aprovechamiento del espacio mínimo remite a obras más recientes, caso de 'Cube' (1997), 'Buried (Enterrado)' (2010) o 'Locke' (2013). Para el desarrollo del crescendo de la intriga y el progresivo dilema que persigue y azota a la protagonista, el director y guionista se ve obligado a asumir ciertas licencias, y constantemente obliga al espectador, que debe poner algo de su parte para disfrutar de la experiencia, a usar el comodín de la suspensión de la credibilidad.

Más interesante es comprobar cómo, para enganchar de la nariz a su público, Tinoco recurre a todos los trucos posibles, convirtiendo su escenario único prácticamente en un tablero de re-enactement, en una narración que toma préstamos al desarrollo del videojuego y a la escenificación del rol, pero también a las narrativas dislocadas tipo 'Elige tu propio aventura' o las aventuras conversacionales de los ordenadores de 8 bits.

La Paradoja De Antares

Al margen de sus excesos, especialmente sensibleros, de su última media hora, 'La paradoja de Antares' tiene mucho de película interactiva, y de ahí que busque a toda costa nuestra implicación y despierte reacciones tan polarizadas. En un ejercicio no tan alejado del 'Huis Clos. A puerta cerrada' sartreano, 'La paradoja de Antares' escenifica sin pudor la desesperación, la angustia y el dolor de su protagonista, a la manera de los citados films de Natali, Knight y Cortés, convirtiendo la obsesión, el vacío y la búsqueda del sentido de su protagonista (de su director, del propio espectador) en una forma lindante con la telerrealidad.

Sin embargo, lo más chocante del debut de Tinoco es su dimensión moral, que resulta especialmente a contracorriente en tiempos marcados por el signo del cinismo. En este sentido, la película conecta a la perfección con el espíritu postpandémico, basado en parte en un retorno a las raíces pareja a una huida de una sociedad saturada de estímulos (sensoriales, ideológicos), de otros títulos del reciente cine independiente, como 'La corriente. Ibiza Blue' (de Jesús Lloveras) o 'La quietud en la tormenta' (de Alberto Gastesi), ambas estrenadas este mismo año.

Todo lo escrito aquí arriba apenas sería nada si no cerráremos este artículo con un aplauso reverencial a la somática y visceral interpretación de Andrea Trepat, que se funde con la película, con su discurso y su personaje de la misma manera que las grandes heroínas del género: nada que envidiar, en este aspecto, a la Brigitte Helm de 'Metrópolis' (1927), la Anne Francis de 'Planeta prohibido' (1956), la Beverly Garland de 'Emisario de otro mundo' (1957), la Sigourney Weaver de 'Alien: El octavo pasajero' (1979), la Debbie Harry de 'Videodrome' (1983), la Uma Thurman de “Gattaca' (1997), la Carrie-Anne Moss de 'Matrix' (1999) o la Alice Vikander de 'Ex Machina' (2014).

A veces, cuando hay verdad y talento, el presupuesto no es tan necesario. A las pruebas me remito y lo juro por la luz eterna de Antares. La ópera prima de Luis Tinoco se estrenó la semana pasada con una distribución muy limitada pero aún hoy puede encontrarse en alguna sala de cine.

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