'Gernika', del cine a la verdad

'Gernika', del cine a la verdad

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'Gernika', del cine a la verdad

Esa era mi intención. Metacine. Propaganda que se convierte en pantalla de cine que se convierte en ficción y llegar a la realidad de nuestro personaje en sombras.

Son palabras de Koldo Serra, al respecto de su segunda película, ‘Gernika’ (2016) —diez años han pasado desde la interesante ‘Bosque de sombras’ (2006)—, una forma de resumir el inicio de la película, el cual es toda una declaración de intenciones por parte del director vasco, un cinéfilo de pura cepa. Una secuencia que encierra mucho más que las intenciones, es un muestrario formal/temático de por dónde caminará la película en sus tramos posteriores.

En la pantalla animación propagandística, con la voz de Hugo Silva, se realiza una contextualización de la época en la que tiene lugar la historia de ‘Gernika’. De repente la cámara sale de la imagen, estamos en un cine. El documental da paso a la ficción, mundo en el que a través de la fábula intenta llegarse a la verdad, no a la reproducción exacta de unos hechos, sino a una verdad palpable, sentida y narrada por Serra con mayor destreza que en su anterior film.

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De una historia a la Historia

Con un travelling hacia atrás y a través de la siempre cautivadora oscuridad de una sala de cine, la cámara llega hasta el personaje central, Henry —el actor británico James D’Arcy bastante entregado, con un tono carismáticamente desenfadado— que con su actitud, gabardina y sombrero, evoca los personajes del cine negro más clásico. He ahí otra declaración de intenciones, quizá más sutil.

Uno de los elementos más característicos del Film Noir, que dirían los siempre atinados críticos franceses, es la fatalidad, la misma que cualquier contienda bélica contiene por evidentes y lógicas razones. Ese trazado, que el director muestra única y exclusivamente con la cámara, es un preámbulo, a modo de aviso, del recorrido emocional de la cinta. ‘Gernika’ evoluciona, a partir de ese simbólico instante, mediante un crescendo dramático de envergadura, aunque no lo suficientemente equilibrado.

La película se ha proyectado en el Festival de Málaga, en el que ha captado la atención mayor de entre muchos de los films que por allí están pasando. Las referencias que he oído van desde ‘Titanic’ (íd., James Cameron, 1997), lo cual sería un elogio, hasta ‘Pearl Harbour’ (íd., Michael Bay, 2001), lo cual sería un insulto, incluso Star Wars, porque la descripción del personaje de D’Arcy recuerda a Han Solo —en realidad, una reunión de muchos personajes anteriores, estupendamente matizado, eso sí—.

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He oído hablar de tríos amorosos cuando en la película queda muy claro que es una historia de amor a dos bandas, dos, no tres. Y más que referencias a otros films, que siempre existirán en toda obra cinematográfica —es una enorme obviedad—, lo que encuentro es un sabor a otro tipo de cine medio olvidado. Viene a mi memoria un film tan maravilloso como ‘Al filo de la oscuridad’ (‘Edge of Darkness’, Lewis Milestone, 1943), salvando las distancias, evidentemente.

También el amor, cinéfilo, claro está, que Koldo Serra siente por autores como Steven Spielberg y Sergio Leone. Del primero pilla algunos tics estilísticos —la secuencia del baile, el homenaje al nazi de ‘En busca del Arca Perdida’ (‘Raiders of the Lost Ark’, 1981), o el momentazo desgarrador de Víctor Clavijo—, del segundo su capacidad de empequeñecer a los personajes de su historia en La Historia, dando a entender que dichos personajes, con sus miedos, sus defectos, sus alegrías y sus sueños, forman en realidad parte de una historia mayor, aquella que todo el mundo recuerda por un bombardeo.

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No olvidemos

En esta pintura, nunca mejor dicho, nada que objetar a un plantel de actores que se entregan como el soldado que va a cumplir su misión. Si acaso habría que achacar al film una serie de subrayados innecesarios, y escenas de paso que en realidad sobran, jugando en contra de un film que lo tiene todo en su director, y prácticamente hace suyo el trabajo de Carlos Clavijo y Barney Cohen, gracias al uso de una cámara que pocas veces está quieta, y al mismo tiempo no sucumbe a los peligros del virtuosismo fácil.

Además de la belleza de María Valverde —actriz de la que la cámara se enamora siempre, da igual lo que haga—,’Gernika’ destaca por la portentosa secuencia del bombardeo. Aproximadamente unos veinte minutos de horror, filmado con una precisión envidiable, sin perder jamás la referencia de los personajes. En dicho instante, el director acierta además a la hora de mostrar lo absurdo de cualquier enfrentamiento bélico.

Ocurre con el personaje de Irene Escolar, extrañamente secundario en la narración, pero con un sencillo detalle argumental —el detalle, tan del gusto de Leone, otra vez—, más un movimiento de cámara que muestra un carrito de bebé, que sirve para hablar del no futuro que proporciona toda guerra. Una guerra que, como todas, es una injusticia en letras bien grandes que debería ocupar los titulares de todo periódico que se precie de serlo más allá de ideologías. Con la cabeza bien alta, como Henry.

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