Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que era imposible toserle a Pixar. Cada una de sus películas se convertía no solo en la reina animada de la taquilla del año, sino también en un valor seguro admirado por crítica y público que prácticamente se aseguraba el Óscar (once han ganado el premio a Mejor Película Animada, desde 'Buscando a Nemo' hasta 'Soul'). Sin embargo, de un tiempo a esta parte, y aprovechando su innegable declive en calidad y la tendencia a quedarse anclados en su propio pasado, otras productoras han tratado, con éxito, de hincarles el diente. 'Robot salvaje' se siente, en gran parte, como la culminación de este ataque frontal, convertida en la película más Pixar de la historia de DreamWorks pero, al mismo tiempo, sin dejar de ser totalmente única.
Hay un robot en mí
'Robot salvaje' es bella. Muy, muy bella. Es un espectáculo visual de primer orden en el que cada escena parece pensada primero desde un punto de vista pictórico. De hecho, parece por momentos que estamos viendo más un libro de arte (de esos con dibujos conceptuales que cuestan un riñón) que una película en sí misma. Sus planos son coloridos, casi pintados con pincel. Sus composiciones gigantescas, permitiéndose grandes planos generales con los que disfrutar de un aspecto visual inconcebible. Sus diseños fascinantes -en su gran mayoría-, cogiendo lo mejor del cartoon y de la ciencia-ficción para combinarlos en una cinta eminentemente clásica en su estructura, pero que nunca deja de sorprender.
Si de algo peca 'Robot salvaje' es de ser excesivamente naíf: en 2024 es chocante ver aún películas de animalitos del bosque que hablan y se juntan para aprender unos de otros y luchar contra el invasor, pero la película es capaz de hacer alquimia y vadear con éxito el tópico barato. De hecho, funciona mejor de lo esperado gracias a un humor mucho más negro de lo habitual en una película de este estilo, que no tiene miedo del qué dirán y habla sin tapujos de la muerte y de la maternidad con frases mucho más toscas, duras y macabras de lo esperado. Y, todo sea dicho, con las que, desde una mirada adulta, es inevitable no soltar una carcajada un poco culpable.
Sin embargo, lo último de DreamWorks se sale por la tangente y sorprende siendo algo más que un simple 'Colegas en el bosque: ahora con un robot'. Y es que insufla a todo su metraje una sensibilidad exquisita que explora no solo las relaciones materno-filiales y de amistad, sino, sobre todo, la importancia de encontrar tu lugar, ese sitio en el que sentirte aceptado y querido, en el que sentir y expresar amor sin esperar nada a cambio, en el que lamer tus heridas hasta que sanen. 'Robot salvaje' es consciente de que todos nos hemos sentido alguna vez huérfanos de un lugar en el que sentirnos nosotros mismos, y sabe tocar las teclas correctas para que, evadiendo los tópicos por los pelos, al final seas un manojo de lágrimas. Sí, es de esas películas. Y no, no tiene compasión de ti.
Haciendo el ganso
No esperábamos menos, por otra parte, de Chris Sanders, co-director de 'Lilo y Stitch' y 'Cómo entrenar a tu dragón', que aquí demuestra lo que vale incluso sin su eterno compañero Dean DeBlois (que en este caso se ha quedado como productor ejecutivo). Su experta mano sabe guiarnos a la perfección por este mundo aparentemente despiadado pero arrebatadoramente sensible, en el que un robot puede tener sentimientos, un ganso aprender a comportarse de manera analítica a su pesar y un zorro puede ser querido por quien menos se espera.
Cierto es que 'Robot salvaje' se pierde a partir de su segundo acto, cuando abre nuevas subtramas en una historia ya culminada que se alarga de manera un tanto artificial y excesivamente ingenua. No va a estropearte la experiencia, pero sí es cierto que, de pronto, la trama toma una deriva hacia un tipo de película distinta, de la que parecía renegar durante prácticamente todo el metraje. Forzando el drama y el final -más o menos- feliz, Sanders da un extraño viraje inesperado que hace que el resultado final acabe resintiéndose ligeramente, como negándose a ser la cinta encantadora que estaba siendo y obligándose a sí misma a meter acción para no aburrir al público.
Cierto es que, para cuando llega este quiebre, la película ya domina nuestro corazón, y queremos a Roz y Bribón con toda nuestra alma. En este momento, nos puede llevar por todos los desvíos inesperados que quiera, porque sabemos perfectamente (o, más bien, confiamos ciegamente) que llegará a su conclusión debida de manera satisfactoria. No es la película más original ni la más rompedora, pero su tono es acertado, su guion preciso, sus personajes tridimensionales, su amor estratosférico. ¿Qué más da que nos sirvan ese plato que hemos probado mil veces, si está hecho con perfección milimétrica?
'Robot Salvaje' está, además, perlada por un sentido del humor macabro que añade hilaridad a la trama, gracias, en gran parte, a un personaje principal perfecto tanto en su magnética personalidad como en su diseño, que bebe mucho del robot de 'El castillo en el cielo'. No es lo único en lo que DreamWorks quiere asimilarse al Studio Ghibli: también podremos intuir su amor por la naturaleza, su verde y su defensa, entre lo mágico y lo poderosamente real, de los sentimientos más puros. Sí, claro, tendrás que confiar en la película dejando a la entrada tus pensamientos más sarcásticos y tus "¡Esto no tiene sentido! ¿Cómo es posible?" para, simplemente, dejarte mecer por una historia cargada de buenas intenciones y belleza visual continua.
Por momentos, de hecho, se siente como la hija ilegítima de Pixar y Ghibli, cogiendo lo mejor de ambas: el corazón, la perfección visual, las múltiples capas según la edad del público, la magia de la naturaleza, el cariño, la compasión. En 'Robot salvaje' funciona el slapstick, funciona el humor negro, funciona la épica, funciona el amor. Cuando una película tiene todos sus elementos tan bien engrasados, a nosotros, como público, solo nos resta disfrutar, reír y tener cerca una caja de pañuelos. Porque, creedme, la vais a necesitar.
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