'Turbo Kid', una frikada nostálgica

'Turbo Kid', una frikada nostálgica

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'Turbo Kid', una frikada nostálgica

En el film de episodios ‘The ABCs of Death’ (2012), en el que participaban directores como Nacho Vigalondo, Adam Wingard, Ti West y Ben Wheatley, entre otros, iba a incluirse el corto ‘T for Turbo’ (2011), dirigido por François Simard, Anouk Whisell y Yoann-Karl Whisell, el cual tiene su adaptación con la presente ‘Turbo Kid’ (íd., 2015). Otra muestra más de cómo se está tirando de la nostalgia ochentera, esta vez en un producto gamberro al cien por cien.

La referencia esta vez es claramente identificable, ‘Mad Max: Salvajes de la autopista’ (‘Mad Max’, George Miller, 1979) y todo el universo desplegado en las tres secuelas. Podríamos definir el film como un Mad Max en adolescente con bicicleta, elemento también muy típico en los films ochenteros que todos guardamos en nuestra memoria y corazoncito. El resultado es un despropósito con un humor irreverente que la hace soportable.

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El argumento de ‘Turbo Kid’ no es demasiado interesante, de hecho ni pretende serlo. En un futuro distópico, ambientado en 1997 —toma homenaje puro y duro a John Carpenter— la civilización ha dado paso a un caos general, destrucción y muerte por todos lados, con el agua como elemento más valioso. Nada nuevo bajo el sol. Un efectivo Munro Chambers da vida al chico del título, que al lado de Apple —ejem—, un robot femenino, se enfrentará al villano de la función, personificado por Michael Ironside.

Ironside, que en los años ochenta destacaba en la serie de televisión ‘V’ (íd., 1985-1985) o en películas como ‘Traición sin límite’ (‘Extreme Perjudice’, Walter Hill, 1987), compone un villano sin duda muy carismático, al que le llega única y exclusivamente con eso. Sus planes de dominar a todos, incluida su forma de conseguir agua —homenaje directo a ‘Cuando el destino nos alcance’ (‘Soylent Green’, Richard Fleischer, 1973), a la que homenajean por partida doble—, no importan demasiado.

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Poca cosa, pero simpática

Una narración que tira de los ejemplos más mediocres de los ochenta, con aquellos productos de serie B, o Z, mal narrados y con litros de hemoglobina, es una de las principales bazas de ‘Turbo Kid’, un film muy loco que por supuesto cuenta con la complicidad del espectador curtido en dichos menesteres. Al respecto de la sangre, el film nos escatima en la abundancia de nuestro líquido vital.

Cabezas cortadas, miembros arrancados, torturas a base de estirar los intestinos, mandíbulas seccionadas, medios cuerpos insertados en cuerpos vivos, y demás brutalidades desfilan por ‘Turbo Kid’, dejando muy clara su condición de broma cinéfila. Ninguna de las secuencias sangrientas molesta o impresiona, al contrario, funciona como catarsis puramente cómica de cara al espectador. Quizá excesivo, son demasiadas muertes, y tiende a la repetición.

Todo ello con una música que evoca en momentos a los scores de John Carpenter —de nuevo—, por poner un ejemplo conocido. Sonidos de sintetizador marcando el cambiante ritmo del relato, en el que no hay tiempos muertos y las elipsis son usadas a diestro y siniestro de forma muy arbitraria, incluidos los flashbacks que explican el “trauma” del protagonista, cuya venganza concluye a una de las cintas clave de los ochenta: ‘Terminator’ (‘The Terminator’, James Cameron, 1984).

Algo más de garra en la puesta en escena, menos referencia y menos cachondeo le vendrían mejor a la película, pero claro, sería otra; probablemente mejor. Sólo por ver a héroes y villanos metidos en persecuciones en bicicleta en medio de un desértico mundo post apocalíptico ya merece la pena.

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