A qué llamamos rodar (y ver) la realidad

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La historia es la que sigue: uno de los pocos carretes originales de ‘2001: Odisea en el Espacio’ cae en manos de Christopher Nolan, uno de los directores vivos más queridos-odiados del planeta. Recordando aquella proyección que pudo disfrutar con apenas 7 años, en rigurosos 70 milímetros, decide que esta podría ser una buena oportunidad para ver el filme tal y como lo disfrutaron las audiencias de 1968.

Su director de foto en ‘Dunkerque’ se suma al proyecto y el resultado es una proyección en Cannes y selectos cines de EEUU que, según palabras del propio Nolan, se trata de una edición “sin restaurar”, una revisión pura. «Cuando digitalizas pierdes una enorme cantidad de datos que yo llamo información emocional», diría para Los Angeles Times.

He aquí un claim de auteur, la máxima de mostrar el color tal cual fue concebido. Sin artefactos ni coloreados excesivos —como se afirma que hicieron después, en futuras impresiones—. Pero, ¿hasta qué punto es esto verdad? ¿Dónde está la diferencia entre lo puro y lo impuro?

De qué tiene forma la realidad

Eye

Todo cuanto vemos es subjetivo. Desde el color del sol —amarillo en lo alto porque es un color con longitud de onda más larga y así logra atravesar la atmósfera sin dispersarse— hasta lo que entendemos por persistencia visual, una pequeña trampa porque la retina humana retiene imágenes durante un lapso específico para dar continuidad a las secuencias de imágenes.

En el mundo audiovisual es difícil hablar de pureza. ¿Sería aquello que percibimos, aquello que es capaz de captar una cámara mediante fotoimpresión o aquello que vemos proyectado en la televisión, tras una larga cadena de algoritmos analizando cada cuadro, transformando datos digitales en imágenes interpretadas por nuestro ojo?

Seguramente habrás oído hablar de 8, 10 y 12 bits. Un medidor de profundidad de color. Un TV común muestra 256 sombras de cada color primario. Multiplicando por 3 obtenemos 16.777.216, los famosos 16,8 millones de colores. 10 bits hacen referencia a 1.024 sombras por cada color primario (y un total de más de mil millones de colores). Y 12 bits por píxel implican 4.096 tonos de cada color primario.

Bit Depth

Bajo unas cualidades adecuadas —de luminancia y contando con un ojo sano— el ojo humano es una magnífica vara de medir: podemos identificar unas 100 gradaciones diferentes de cada color primario. Información que el cerebro combina y recombina. Un total de varios millones de tonos a 70 megapíxeles de resolución.

Nuestros conos son sensibles a todas las longitudes de onda comprendidas dentro del llamado espectro visible, entre 380 nm y 780 nm. Quienes cuentan con un cuarto tipo de cono pueden ver hasta 100 millones de colores, mientras quienes padecen de daltonismo o dicromatismo poseen sólo dos conos y ven aproximadamente 10.000 colores.

En ambos casos, la tecnología ya es capaz de analizar, capturar e interpretar todas las particularidades del ojo humano. Y emularlas. Tal vez a eso se refería Chris Nolan, a una forma de viajar a través del ojo y no de la memoria y la reinterpretación. Por primera vez, los límites de nuestra biología han sido rebasados: un panel OLED es capaz de reproducir la realidad. Sí, esa realidad tramposa que vemos con nuestros ojos.

Una carrera en progreso

Y nuestra forma de ver y entender las cosas no ha parado de cambiar. En 1946, el productor de cine Darryl F. Zanuck diría que «la gente se cansará enseguida de mirar una caja de madera todas las noches». Una década después la televisión se había convertido en la revolución sociocultural más importante del siglo.

Al cine aún le quedaba mucho por decir. Una de las películas clave del medio, como ‘El año pasado en Marienbad’ (Alain Resnais, 1961), bascula entre sueño y realidad, memoria y vivencia, y en estricto blanco y negro. Una película, por cierto, ideal para poner a prueba la calidad de esos “negros puros” de los paneles de televisión.

B6perfect Color

No todas las tecnologías son capaces de mostrar la pureza del color, eso es evidente. O, en este particular, la ausencia del mismo. La tecnología OLED de LG ofrece esta oportunidad: cada pixel se apaga por completo de manera independiente cuando recibe la información de hacerlo.

El viejo TFT no se puede comparar con el actual OLED igual que las primeras fotos digitales disparadas con smartphone distan radicalmente de una foto en RAW disparada con un LG G7. Cada tecnología opta por cubrir un porcentaje distinto de un espacio de color. Y cada espacio de color cuenta con distinto gamut basándose en algoritmos y materiales, desde el propio voltaje soportado hasta la tecnología del panel. sRGB, Adobe RGB, DCI-P3… existen decenas y cada uno es diferente.

Que paneles como los televisores OLED de LG reproducen el 100% del espacio DCIP3, un popular estándar de la industria cinematográfica, significa que el contraste de color es prácticamente infinito. Y esto es justo lo que necesitan los distintos formatos de Alto Rango Dinámico (Dolby Vision, HDR10, Technicolor, HLG o HDR Converter): es el rango que mide la distancia entre las zonas oscuras y las zonas más iluminadas así como el color asociado a ellas.

Esto también afecta al ángulo desde el que miramos. En la sala de proyección, la baja luz juega a favor de los contrastes, y todos nos sentamos frente a un panel gigante. En casa nos levantamos, montamos sillones a la izquierda y la derecha, y no siempre estamos en la mejor distancia y ángulo respecto al TV.

David Bowman 10256

La tecnología OLED mantiene el brillo, el color y el contraste de las imágenes invariable desde todos los ángulos. 180º donde no sufrimos pérdidas de calidad en la imagen, ya estemos viendo las escenas espaciales de ‘2001’ o los aterrados ojos de  David Bowman en primerísimo primer plano.

Digitalizando la realidad

El cerebro está adaptado a manejar nuestra realidad. Los primeros años de visión borrosa y colores poco definidos dan lugar a una visión completa. Trasladando esto al mundo tecnológico debemos fijarnos en los procesadores de los televisores. Más colores implica más información. Y para manejar tal cantidad de información es necesario un procesador más potente.

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Esto también afecta a la transición entre cuadros y la interpretación de la información. Los televisores OLED responden 1.000 veces más rápidos creando imágenes que un panel LCD común. Hay colores que son más sencillos de mostrar que otros y, por las condiciones de los píxeles vecinos, responden antes o después. Si unos píxeles son excitados antes que otros se crean estelas, se generan rastros que resultan en efectos de borrosidad. Los televisores OLED no tienen este problema.

LG, por ejemplo, cuenta con procesadores Alfa 9 en sus televisores OLED, capaces de admitir alta velocidad de cuadros (HFR) —de 60 fps a 120—, lo que redunda en menos ruido de señal e imágenes más limpias.

Llamamos realidad a la «existencia verdadera y efectiva de algo». Pero en el mundo del arte esa realidad se transforma. Podemos alterar la percepción. El cine nació con el afán de capturar esa realidad, pero finalmente fue capaz de sobrepasarla, ignorarla a través del montaje y la edición.

El etólogo Nikolaas Tinbergen engañaba a peces y pájaros usando objetos de colores más saturados que los reales. Algunos pájaros abandonaron sus nidos cuando encontraron huevos artificiales más grandes y vistosos pintados por Tinbergen.

Y podemos alterar los recuerdos: lo que Christopher Nolan denomina “versión desrestaurada” es una falacia. Nuestro constante progreso tecnológico nos recuerda que debemos mirar al futuro, no al pasado, a las tecnologías más vanguardistas, aquellas que se marcan replicar todas las propiedades de todos los formatos, sin distorsión ni falsear.

En 2012, las ediciones restauradas de ‘2001’ llegaron al mercado doméstico del blu-ray. ¿Qué diferencia a esa versión de la “copia sin restaurar” de Nolan? Aunque su meta era reproducir una versión lo más fidedigna posible, Nolan ha sido acusado de usar un filtro de Instagram. ¿Lo ha hecho? Al contrario: al no usar correctores de color, la copia se ve diferente.

Una copia que en realidad ha sufrido del envite del tiempo. Y en su fidelidad ha perpetrado una versión de ‘2001’ amarillenta y desgastada: esta no es la realidad, sino una perspectiva distorsionada por las propias limitaciones del formato. Y, como ya hemos apuntado en otras ocasiones, cada creador de contenido decide el formato para sus obras. Un formato en consonancia, casi siempre, adecuado al tiempo que les ha tocado vivir.

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