Añorando estrenos: 'Jason y los argonautas' de Don Chaffey

Añorando estrenos: 'Jason y los argonautas' de Don Chaffey
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El reciente fallecimiento de Ray Harryhausen me ha hecho revisar la que él consideraba su película favorita de todas aquellas en las que metió su maravillosa mano para los trucajes en los efectos especiales. 'Jason y los argonautas' ('Jason and the Argonauts', Don Chaffey, 1963) es pura fantasía ambientada en una tierra lejana dominada por los dioses y sus caprichos, y que es recordada sobre todo por las creaciones de Harryhausen que, como siempre sirvieron de inspiración a muchos directores, mientras que hizo soñar a muchos espectadores. La realización se deriva del éxito obtenido con 'Simbad y la princesa' ('The 7th Voyage of Sinbad', Nathan Juran, 1958), con la que se abría un nuevo camino en las producciones de Charles H. Schnner y con la que se pretendía crear una saga.

Harryhausen fue productor asociado de Schnner y juntos dieron salida a varios títulos en los que el primero desplegó todo su imaginario con la creación de criaturas involvidables. De entre todos los títulos que ambos produjeron se encuentran el presente, los films de Nathan Juran —'La gran sorpresa' ('First Men in the Moon', 1964) es un film a reivindicar— o esa curiosa mezcla entre western y dinosaurios titulada 'The valley of Gwangii' (1969). 'Jason y los argonautas' es de los films más sólidos al lado de las cintas de Juran, todo un logro que trasciende la mano de Harryhausen para erigirse como producto con vida propia. La búsqueda del vellocino de oro como mcguffin, con cierta visión escéptica sobre la religión, da com oresultado un vibrante relato lleno de emoción.

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(From here to the end, Spoilers) El guión de Jan Read y Beverly Cross se centra en la búsueda del mencionado vellocino de oro por parte de Jason —un muy inexpresivo Todd Armostrong, algo así como el Keanu Reeves de la época— para recuperar el trono usurpado de su padre fallecido. El usurpador, el rey Pelias (Douglas Weilmer) engaña a Jason para que vaya en busca del vellocino con la esperanza de que aquel muera en su ardua empresa, ya que una de las maldiciones de Pelias es no poder acabar con Jason él mismo. Así pues Jason reunirá a una tripulación elegida entre los elegidos para partir con rumbo incierto en la búsqueda de aquello que le devolverá el honor a su padre y a él el reino que le pertenece por derecho propio.

Don Chaffey —director televisivo cuyos films más conocidos son el presente y el superbombazo 'Hace un millón de años' ('One Million Years B.C.', 1966) con Raquel Welch quitando el hipo a media humanidad— va directo al grano con un prólogo demasiado apresurado —algo que también se da en el epílogo, ahí por la esperanza de que las aventuras de Jason siguieran en un siguiente film— para centrarse en lo que realmente importa: las pruebas a las que será sometido Jason en su búsqueda. De esta forma la película parece construida a base de bloques, cuyos nexos de unión impiden que el film esté fragmentado. Todo avanza con fluidez y mucho sentido del humor. Jason reúne a varios héroes griegos de sobra conocidos entre los que se encuentra Hércules, al que da vida un entregado Nigel Green, y sobre el que navega todo el humor del film. Cuando en un muy acertado punto de guión Hércules desaparece teniendo su propia aventura, el film se vuelve serio.

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Todas y cada una de las set pieces de 'Jason y los argonautas' brilla con total intensidad la mano de Ray Harryhausen, poniendo el listón cada vez más alto. Han pasado a la historia, por evidentes méritos, secuencias como la del coloso de hierro, prodigio de expresividad con marcados aires trágicos, o la muy recordada lucha contra los esqueletos, que llevó mese de preparación y en pantalla son apenas tres minutos. También llama la atención el instante de suspense en el que hace acto de aparición el dios Neptuno para echar un mano a nuestros sufridos viajeros. En un principio Neptuno iba a ser una de las maquetas de Harryhausen pero se cambió por imagen real con resultados más que sorprendentes y sobre todo convincentes. Esa es una de las máximas del presnte film, su gran poder de convicción, de hacernos creer lo que vemos en pantalla.

A pesar de que estamos hablando de un título con el único propósito de entretener, no faltan en el mismo visiones sobre la religión con cierto punto incluso irreverente. Los dioses jugando con los humanos a su capricho, como si se tratase de una mera diversión, o la contundente frase de diálogo "sin la fe de los hombres no sois nada", contienen un tono de marcada irrespetuosidad que no dañan para nada el conjunto, al contrario. Si a eso sumamos la marvillosa banda sonora de Bernard Herrmann —uno de los pocos compositores que hacían música puramente cinematográfica— el disfrute está servido. Con ingenuidad, también con decisión, y con la capacidad de hacer soñar.

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