'Están vivos', en la boca del miedo (del capital)

'Están vivos', en la boca del miedo (del capital)
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Un noble obrero (Roddy Piper) descubre unas renovadoras gafas de sol que le llevan a descubrir que toda la sociedad en la que vive está siendo programada y controlada por una élite extraterrestre que controla toda la realidad y es dueña de los destinos humanos, viviendo mezclada entre ellos y sin ofrecerles alternativa alguna.

Este clásico de 1989 de John Carpenter representa uno de los triunfos más estupendos del materialismo dialéctico entendido como manera de concebir el relato tradicional clásico. Con una gama de influencias variada, que van desde la serie B más descarada hasta el estilo hermoso y panorámico de un Howard Hawks, se logra una de las mejores películas de invasión alienígena jamás realizadas.

Desencantado del sistema de estudios cuyas oportunidades había devuelto con obras demasiado humanistas o demasiado heterodoxas para el gusto mayoritario, John Carpenter regresó al cine de guerrilla con tanta prontitud como terminaban los ochenta. Aunque en los noventa volvería intentar a ponerse bajo el amparo hollywoodiense, con resultados todavía más nefastos, no podemos dejar de agradecer esta actitud revolucionaria que tuvo Carpenter con su tiempo.

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El mejor Carpenter despierta después de 'La noche de Halloween' (Halloween, 1979), una película que es interpretada como una reivindicación más o menos patológica de la clase media norteamericana. Pese a que Carpenter radicaliza su discurso respecto al miedo en 'La Niebla' (The fog, 1979) no es hasta que firma '1997: Rescate en Nueva York' (Escape from New York, 1980) donde empieza a dejar clara su vocación de comentarista político sin renunciar a los placeres sinuosos que otorgan ciertas convenciones genéricas que vienen dadas por el western.

El héroe individualista de 'Están vivos' (They Live, 1988) viene, literalmente, de la nada. Como un buen héroe de western, ha dejado atrás a su família y hace un leal aliado (Keith David) en la obra en la que descubre que todas las mentes están siendo controladas y da con un grupo de resistencia que está siendo perseguido, en apariencia, por las autoridades.

Pronto descubre la verdad, por supuesto. Carpenter no duda en dibujar un relato ampliamente marxista: la clase media sobrepagada o burguesía humana colabora tranquila y plácidamente con el capitalismo opresor y absolutamente estúpido. Su crítica marxista se funde con preceptos en principio ideológicamente disonantes, ya sea como que la burguesía viene encarnada con una mujer (Meg Foster) o que el relato que usa para reivindicar la conciencia crítica es de acerca de una individualidad enfrentada al sistema (el tradicional juego dramático que sostiene gran parte de los films del oeste).

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Porque lo que las gafas descubren al protagonista no debería sernos tan ajenos: nuestros deseos por consumir tienen dueños y tienen beneficios y tienen un reparto irracional de los mismos. Nuestros bienes y nuestros servicios no son frecuentemente lo primero ni lo segundo. Nuestro mundo, en pocas palabras, permite las disensiones justas, la frivolidad excesiva y la rebelión llena de tópicos o de idioteces. El mundo que Carpenter elige ver a través de otro género, el de la serie B de los cincuenta, es un comentario doblemente mordaz, sobre su pasado fílmico y sobre su presente, entonces altamente corporativista y desigual, marcado por un gobierno de Ronald Reagan, muy dado al gasto público ¡militar! y también fecundo en recortes sanitarios o educativos.

El mundo que Carpenter propone, resuelto con el chiste memorable de "tengo ganas de patear culos y de mascar chicles y...se me está acabando el chicle", se ha venido pareciendo más a este nuestros. Seres lejanos de otro tiempo o no, cuando los protagonistas viajan a la nave descubren unos medios de comunicación que bombardear y una feliz reunión de negocios.

En este giro absolutamente demente y graciosísimo, se nos descubre que quizás las más sensacionales invasiones requieran de parafernalias muy poco siniestras. Así de prosaica es la vida y de necesaria la rebelión. John Carpenter, por supuesto, dando una lección de dirección, con un uso espectacular del formato panorámico, dirige con brillantez y los ya característicos y suaves planos secuencias así como también grandes coreografías en las escenas de acción. Excelente fotografía de Gary B. Kibbe, banda sonora a cargo de Carpenter y Alan Howarth y unos muy divertidos Piper, antaño luchador, y David como los forzudos y cansados obreros protagonistas.

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