'Ghost in the Shell: El alma de la máquina', fetichismo ciberpunk adolescente

'Ghost in the Shell: El alma de la máquina', fetichismo ciberpunk adolescente

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'Ghost in the Shell: El alma de la máquina', fetichismo ciberpunk adolescente

Las acusaciones de "white washing" en el reparto han ocupado la mayoría de debates alrededor de ‘Ghost in the Shell: El alma de la máquina’. Lo cierto es que, una vez vista la película, el hecho de que la elección de Scarlett Johansson haya creado polémica puede ser significativo como parte de una operación comercial que se extiende más allá del casting de su protagonista. Si bien la explicación de las partes implicadas sonaba a fuego de artificio, el contenido de la obra habla por sí mismo. La raza es el menor de sus problemas.

Como un remake más de obras procedentes de oriente, la conversión ha dejado daños colaterales que ya no sorprenden, porque hemos vivido metamorfosis similares en las últimas décadas. Sin entrar a comparar demasiado con el anime original, lo primero que salta a la vista es que la adaptación ha seguido un proceso de limpieza en el más amplio sentido. Se ha limado la violencia, se han limado las implicaciones filosóficas de la naturaleza del ser humano/robot y se ha limado la complejidad de la historia para no complicar demasiado a las inteligencias no artificiales.

'Ghost in the Shell': VHS sci-fi

Si la original era una odisea ciberpunk con demasiadas ideas, reflexiones y escenas espectaculares en sus menos de 90 minutos, el ‘Ghost in the Shell’ de Rupert Sanders consigue reducir los problemas de comprensión al mínimo común denominador. Afortunadamente, la decisión no implica una monstruosidad de más de dos horas y el minutaje está ajustado para ofrecer, ni más ni menos, que lo que requiere un filme de acción estándar. Y es que, quien espere un producto de ciencia ficción más o menos consistente, amparado por un gran estudio como ‘Minority Report’ (2002), no está mirando en la dirección correcta.

Películas de acción noventera de videoclub como ‘Némesis’ (1992) y otras muestras de Albert Pyun, y esas mezclas de cine de género de ver con pipas en matinal, recuerdan en tono a esta cara superproducción en la que el personaje de Batou, podría ser interpretado por un Christopher Lambert con peróxido. Las mayores diferencias con aquellas divertidas odiseas scifi de serie B es que la violencia está medida con dedal y que el presupuesto es veinte veces más abultado. Si logras entrar en el juego de acción palomitera que propone, puede hacer que te recuerde a ejemplares como ‘Nirvana’ (1997) en el mejor de los casos y ‘Ultravioleta’ (Ultraviolet, 2006) en el peor.

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Aunque la ‘Ghost in the Shell’ original sirva de storyboard para la composición gráfica de las escenas, el resultado, muy centrado en las piruetas en slow motion de una, por otra parte, espectacular Johansson, recuerda más a otro intento fallido de adaptar una serie de dibujos animados de culto, ‘Aeon Flux’ (2005) cuya atención a las escenas de acción con la actriz de turno diluía el espíritu de su material de origen y convertía el componente scifi casi en una excusa para dar cabida a lo efectos especiales.

Bourne Runner

Todo esto no tendría importancia, si la historia elegida como alambre para maquetar el contenido en vez del interesante conflicto del anime no estuviera tan trillada. No es de recibo acusar al guionista de utilizar cierta película de Ridley Scott para edificar su trama. También se puede seguir ese detalle de cine negro en un mundo tecnológico en el que los robots campan a sus anchas en la original. Pero la verdad es que asistir de nuevo a la enésima venganza de androide contra sus creadores perseguido por el androide policía de turno huele un poco a circuito de replicante quemado.

A todo esto le añades una trama de heroína buscando su pasado, como una especie de ‘Bourne’ prefabricado, unas notas del eterno complejo de monstruo de Frankenstein, que todo buen robot cabreado con su creador debe tener, y el resultado es un perezoso hilo conductor para lo único que importa a sus creadores: el espectáculo visual. Volver a mentar ‘Blade Runner’ (1982) es impepinable puesto que todo el armazón de sus tomas panorámicas es una constante referencia visual, como si estuviéramos en la misma ciudad llena de carteles de neón y pantallas, evolucionada, con grandes hologramas en movimiento y colorín.

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Este y otros alucinantes detalles visuales de Sanders como ese Cyborg-Geisha conviven con planos genéricos, de abundante primer plano funcional y marchito, que hacen trasparentes los objetivos de un producto, que si bien no es un desastre, es un cimiento inestable para una franquicia dirigido al público adolescente, casi rozando en intención con algunas epopeyas de origen de algunas películas de superhéroes. Una pena que sus líneas de diálogo forzadas y sus personajes a medio cocer, hacen que incluso parezca que Takeshi Kitano tan sólo pasaba por allí.

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