'Los viajeros de la noche', la balada triste de los vampiros

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Tras conocer a una chica muy sexy llamada Mae (Jenny Wright) que le termina mordiendo y convirtiendo en vampiro, el joven Caleb Colton (Adrian Pasdar) deberá integrarse con el clan y entender cual es su nueva naturaleza (chupasangres).: para ello, emprende un viaje sin retorno con un genuino grupúsculo de forajidos que huyen del sol y pasean por la noche saciando su sed.

Esta película estadounidense perdura, todavía, como la mejor de cuantas ha dirigido Kathryn Bigelow. La gente habla de su reciente victoria al Oscar con ‘En tierra hostil’ (The Hurt Locker, 2009), pero creo que eso responde a razones más mediáticas y espectaculares (el romance de Bigelow y Cameron; la posibilidad de un cine sobre Irak que no altere a los republicanos ni a los belicosos) que a un análisis sincero de sus virtudes como directora, que son muchas y muy concretas.

¿Y cuales son las virtudes de la cineasta Bigelow? En mi opinión, nunca se ha caracterizado por ser una directora con una inteligencia social o política, por lo que su odisea “irakí” es antes un comentario de mal gusto y un paso atrás que una genuina película digna de su autora o sobre el asunto. Porque, estamos de acuerdo, la ficción es la ficción, pero si la enmarcas en un contexto histórico concreto está bien que no tengas que soltar una chorrada (o una intrascendencia) sobre un asunto que, en el momento del estreno, sigue costando muertos y heridos.


Pero mientras la gente espera al siguiente proyecto de Bigelow, también, para mi tristeza, haciendo de cronista oficial de las unidades militares del gobierno de su país, yo voy a recordar a esa cineasta salvaje, indomable y poética que algún día fue.: porque Bigelow estuvo del lado de los desheredados y usó la fantasía para hablar de las regiones más oscuras del hombre y de la mujer. ‘Los viajeros de la noche’ (Near Dark, 1987) es una película vampírica original y también un clásico, entendido como una película cuya vigencia perdura y se reescribe, muy bien recuperado por los críticos pero que todavía no tiene enjundia entre los espectadores más diversos. Va siendo hora de cambiar esto, porque se trata de lo mejor de su directora.

Las tres mejores películas de Bigelow son esta que nos ocupa, ‘Acero Azul’ (Blue Steel, 1989) y ‘Le llaman Bodhi’ (Point Break, 1991). Todas ellas son películas tensas, pero, en términos estéticos, fantasías porque hay mucha poesía, mucha exageración, muy poco dibujo de personajes en el terreno psicológico y social (es decir.: el mundo que habitan es relativamente sencillo de comprender, pero también de habitar) y un uso tremendamente mitológico de las regiones y de los enemigos. Es por eso que me parecen películas que funcionan excelentemente; por eso y porque Bigelow es una directora muy inspirada en ellas, dirigiendo las películas de tal manera que las imágenes son su mayor (y más potente) arma, alcanzando una belleza tal que debo pensar yo en Sam Peckinpah y no en otro director.

¿Por qué la película es original? Bien, si la vemos en versión original apreciaremos que nunca se usa el palabro “vampiro” con lo cual podría tratarse, efectivamente, de bandidos, de legendarios fuera de la ley: son parias inmortales estos chupasangres y así nos lo describe el guión, excelente, que firman Kathryn Bigelow y Eric Red. Lo más original, volviendo a Peckinpah y recordando su obra referente, el ‘Grupo Salvaje’ (The Wild Bunch, 1969), es que la película, lejos de seguir los esquemas del terror gótico, es, realmente, un western que acomoda toda la iconografía vampírica (el temor al amanecer, el primer mordisco, la pulsión sexual, el grupo acechando a las víctimas) a los elementos clásicos de un western violento y fronterizo (la venganza, la pandilla perseguida, la huida, el duelo final con las autoridades). Como digo, estamos ante una película realmente singular y consecuente con sus ideas.


La pandilla de vampiros está liderada por un excelente y genial Lance Henriksen y contiene entre sus miembros a Bill Paxton, ambos actores muy habituales en las primeras películas de Cameron lo que refuerza los ya de por sí constatados lazos (también temáticos) entre los dos cineastas. La película presenta el dilema romántico en el rostro de Sarah Colton (Marcie Leeds), la hermana del protagonista. Queriendo convertirla Homer (Joshua John Miller), uno de los miembros de la banda, Sarah encontrará la oposición de su hermano y de Mae, cuya protección (casi maternal, poética) hacia su inocencia genera los conflictos dramáticos de la película y, de paso, añade capas de complejidad a la historia de amor entre los dos protagonistas, cuyos matices alegrarán a los amantes de las vueltas de tuerca originales en el género.


Temazos de George Strait, The Cramps o John Parr amenizan la banda sonora, cuyos temas originales los compone Tangerine Dream y llena de sintetizadores y belleza electrónica todo el ambiente de la película. Sumad a eso un excelente trabajo de Adam Greenberg al frente de la luz de la película, cuyos créditos anteriores incluyen nada más y nada menos que excelentes trabajos para Samuel Fuller, en ‘Uno Rojo: División de Choque’ (The Big Red One) o James Cameron, en el ‘Terminator’ (The Terminator, 1984) original donde ya demostró ser muy hábil para crear climas sugestivos con medios bastante más ajustados del o habitual. Refuerza el equipo Howard E. Smith, un montador que trabajaría luego con Cameron en ‘Abyss’ (id, 1989) y que ya había realizado trabajos excelentes para películas como ‘Instinto Sádico’ (River’s Edge, 1986).

A Bigelow le gustan los largos y nerviosos travellings, mueve la cámara siguiendo a sus personajes en su frenesí, pero ello no hace que abandone el trípode todo el tiempo, con lo cual aprecia también las composiciones panorámicas y juega, constantemente, con la noche y los amaneceres, además de usar con gran belleza los montajes en slow-motion y demuestra saber combinar planos expresivos y estilizados cuando narra situaciones más tensas que requieren un montaje algo más veloz. Es, en definitiva, una estilista completa y en estado de inspiración. Especialmente hermosa es la escena del amanecer, muy a la par con toda la poética fronteriza que inunda las imágenes de esta película rabiosa y visceral, todo un viaje a un mundo lleno de amor y balas (y mucha sangre, perdida y por recuperar).

Mi compañero Alberto escribió una excelente crítica ya, donde comentaba los grandes aciertos de esta joya.

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