'Siempre Alice', el olvido

'Siempre Alice', el olvido
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A los de ya cierta edad, ¿cuántos números de teléfono eráis capaces de recordar antes de que aparecieran los móviles? Yo respondo, prácticamente todos. A los que no han crecido con la necesidad imperiosa de usar la memoria, ¿habéis probado a realizar ese ejercicio con el fin de estimular el cerebro? Sólo hablo de algo tan sencillo como recordar números de teléfono, ya no digamos profundizar en cualquier tipo de estudio sobre cualquier tema. En ‘Siempre Alice’ (‘Still Alice’, Richard Glatzer, Wash Westmoreland, 2014) hablan de ello a través de una enferma prematura de Alzheimer.

Nos encontramos ante una de esas películas sobre enfermos, con todos los lugares comunes que se puedan citar –más escandaloso es el caso sobre el biopic de Stephen Hawking, pero ya hablaremos de ello−, por eso prefiero pararme en los detalles más sutiles e ingeniosos del guion firmado por los propios directores, y que precisamente nos recuerda hacia dónde vamos, hacia lo que ‘Wall-E’ (id, Andrew Stanton, 2008) plasmaba con tanta dureza cuando hablaba del futuro del ser humano. El Alzheimer es una de las enfermedades más dolorosas que existen, pero el Alzheimer voluntario hacia el que caminamos es peor.

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La particularidad de la que hace gala esta película sobre el Alzheimer, a diferencia de las otras que han tratado la enfermedad –me vienen a la mente las poderosas ‘Lejos de ella’ (‘Away From Her’ Sarah Polley, 2006) o ‘Amor’ (‘Amour’ Michael Haneke, 2012)− es el hecho de haberlo hecho con una persona relativamente joven, 50 años, como para padecer el mal. Ello evidentemente da la oportunidad a una actriz de la talla de Julianne Moore de dar todo un recital de interpretación que bien merece un Oscar. A su lado cualquiera de los otros actores del reparto, pierde por goleada, y el que tuvo la idea de “enfrentar” a Kristen Stewart a la Moore, habría que premiarle con algo por mala leche.

La puesta en escena de los directores se ajusta sin problemas a un relato cuyo mecanismo es demasiado conocido por el público: drama familiar con enfermedad, primeras consecuencias, aceptación de la enfermedad, arreglar asuntos pendientes, hija rebelde que se convierte en la mejor confesora de su madre, y en algún que otro momento un discurso que ablandará corazones y almas. Todo muy visto, pero con detalles al menos inteligentes, como esos papeles que se caen antes de dar el citado discurso, o esos desenfoques de todo lo que rodea a Alice (Moore) según va avanzando la película.

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Decisiones de lo más sencillas, y ejecutadas con sentido –atención al momento en el que Alice se pierde corriendo−, que ayudan a elevar la película por encima de lo esperado. También creo que hay que anotar como virtud el hecho de no recrearse en la sensiblería que muy fácilmente podría haber hecho estragos. No sé si por miedo a caer en eso, se ha pasado por encima de uno de los aspectos más interesantes del relato: Alice es una profesora. Tan terrible detalle, el de una persona que vive del uso del lenguaje sufriendo Alzheimer no va más allá de la simple información sobre su trabajo.

Tras plantear lo importante, la película entra un poco en la repetición de situaciones, y la forma en la que la familia de la protagonista se enfrenta ante tan terrible dolor. Al menos no trata al espectador como a un tonto y el film se sostiene principalmente por el saber hacer de una actriz que está entre las grandes desde hace tiempo y que si bien nos gustaría que se alzase con un más que merecido Oscar por una película mejor, lo cierto es que su interpretación es de las que impresionan en lo más hondo.

(Spoiler) Baste una sola secuencia para darle el premio, aquella que enfrenta a una Alice, en casi pleno uso de sus facultades, y a través de la pantalla de un ordenador, con una Alice a la que la enfermedad ha deteriorado tanto mental como físicamente. La capacidad de registro de Moore queda patente en la secuencia, todo un lujo, incluso poco común, para apreciar el trabajo de la actriz. Por cierto, el título original es mejor que el puesto en nuestro país. El “todavía” es mucho más certero y doloroso, y también real, que el “siempre”.

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