Terrence Malick: 'La delgada línea roja', el paraíso interior

Terrence Malick: 'La delgada línea roja', el paraíso interior
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Con la despedida del capitán Staros, y su última voz en off, comienza el último bloque de la película, que representa, de forma deliberada, una oposición directa al primer bloque en el paraíso. Pero eso no significa que los trágicos acontecimientos de la isla de Guadalcanal hayan cambiado o hecho mejorar a los soldados, en el sentido de que hayan aprendido algo, al modo de los soldados de ‘Salvar al soldado Ryan’ (que se sacrifican por un bien común), sino que no hay absolutamente nada que sacar de positivo, salvo la certeza de que han fracasado como personas, y que la única alegría es seguir vivos. La imagen del pelotón borracho y desnudo introduciéndose en el mar entre gritos de júbilo se opone directamente a aquella imagen de serenidad con Witt flotando en solitario en aquellas aguas cristalinas.

El soldado Bell sigue recordando a su esposa, y se pregunta qué es el amor, y con sus palabras en off somos testigos del bombardeo al campamento japonés. No hay espectacularidad, sólo un contenido y desprejuiciado lirismo. El relato se ha agotado, ya apenas quedan fuerzas para el final. Varios soldados han apresado a un cocodrilo, lo han atado, y lo exhiben como un trofeo viviente. La oposición respecto al primer plano de la película es obvia. Que cada cual reflexione sobre lo que representa para él esa imagen. Lo bueno de Malick, como ya he dicho alguna vez, es que él no te impone lo que has de sentir, sino que tú eres co-creador de la imagen.

Las secuencias en las que Bell averigua que su mujer quiere dejarle porque se ha enamorado de otro, y la de Witt regresando a la aldea de indígenas (¿es la misma del principio? quizá sí, o puede que no, en todo caso es irrelevante) se sienten como alargadas y muy densa, porque significan borrar muchas de las imágenes que han formado parte de la película, que antes servían a ambos personajes para aguantar el presente, y que ahora se vuelven dolorosas. El caso de Witt es inquietante, y no ofrece fácil análisis. ¿Acaso la guerra ha vuelto a los indígenas desconfiados? ¿Acaso es él quien ha cambiado? De pronto ya no parece un lugar idílico, sino un lugar en el que también hay violencia, donde los niños están enfermos, con calaveras en las estanterías, los hombres se pelean. Witt parece conmocionado, ese lugar en el que él rozó el paraíso, en realidad no existe. A punto de irse vuelve a observarlo, y todo parece ya más armonioso. Este extraño momento habla por sí solo, y con imágenes, no con explicaciones.

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El encuentro posterior de Witt con el soldado Ash (Thomas Jane, casi diez años antes de ‘La niebla’) también es extraño, y muy revelador. El soldado Ash, a quien nunca hemos visto, parece más en paz que Witt, más en conexión con la naturaleza. Witt parece ya al margen de todo, y al llegar a la compañía Charlie les observa como si no perteneciera a ellos, pero les amara. ¿Qué le sucede a Witt? ¿Cuál es su drama interior? Su historia es la historia subterránea de ‘La delgada línea roja’, la que todo lo une. La historia de la soledad del lúcido, el que ha recorrido más camino y se siente al margen de todo. La última conversación que mantiene con Welsh es tensa y llena de reproches. Parece una despedida. Una jaula vacía, una casa sin techo (ambos elementos nos devuelven al recuerdo de la muerte de la madre de Witt, recordemos), el cínico Welsh y el misterioso Witt nunca estuvieron más separados. Es probable que Welsh haya sido como Witt en un pasado bastante lejano, y ahora es un hombre que intenta vaciarse de sentimientos. Parece un intérprete de sí mismo.

En el último combate (que es otro prodigio de planificación y de ritmo) en el que Witt encuentra la muerte, no deja de tener su importancia que gran parte de la secuencia transcurra no en el linde de un río, sino en el río mismo. La muerte de Witt nos importa, pero ya presentíamos que estaba muerto por dentro, o que no le encontraba sentido a seguir viviendo. Realmente, él decide morir, levantando el rifle. ¿Puede que ese mundo del que hablaba al principio, que temía fuera sólo producto de su imaginación, le llamara por fin, ahora que ha descubierto que aquel atisbo de paraíso se halla sólo en su interior? Es bellísimo que en los segundos previos a decidir su propia muerte, oímos, como seguramente oye Witt, un rumor de olas. La imagen de Witt nadando por fin en su cielo particular (los corales azules y cristalinos, rodeado de niños o ángeles) es una de las imágenes de la muerte más hondas, unívocas y estremecedoras de la Historia del Cine. Nadie se había atrevido a algo así antes que este artista.

En su entierro, Welsh se queda solo hablando con su amigo muerto. En modo alguno le despreciaba tal como quería hacerle suponer. Algo parece morir también dentro de él, aunque no ha entendido una palabra de lo que quería comunicarle Witt. Malick es lo suficientemente sugerente como para que una imagen de pájaros sobrevolando la escena signifique siempre algo más, o sugiera siempre algo más que una mera imagen idílica. Sean Penn está sensacional, y su transición a un nuevo rictus de cinismo, con el nuevo capitán (un George Clooney fugaz, que tenía bastantes más escenas pero que vio reducido su papel a veinte segundos, con lo que pidió que se retirase su nombre de los créditos), le certifica como el gran actor de raza que siempre ha sido.

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Welsh, en su voz en off, la primera que tiene en la película, parece haber comprendido que todo es mentira. “Sólo puedes buscar una isla para tí mismo”. Parece haberse dado cuenta de similares sensaciones a las que tendría Witt al principio de la historia, aunque seguramente, si las lleva a cabo, lo haga por caminos muy distintos a él. Sólo un espectador prejuicioso, a mi modo de ver, puede encontrar en esta obra de arte, en la que nada sobra y nada falta, motivos cursis o ñoños, pues debajo de ella se advierte un despiadado retrato del ser humano, al que sólo puede redimir la forma en que se enfrente a la muerte.

Veinte años después de su anterior realización, Malick asombra al mundo con esta película, se alza con el Oso de Oro por aclamación, y vuelve a desaparecer durante siete años más hasta que presenta ‘El nuevo mundo’, que hasta que llegue ‘The Tree of Life’ (¿podrá verse en Berlín? parece dudoso) es su última película. Comenzaremos a hablar de ella el mes que viene.

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