El espectador y el cine: una relación imposible

El espectador y el cine: una relación imposible
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“¿Por qué va la gente al cine? ¿Qué les lleva a una sala oscura donde durante dos horas pueden observar en la pantalla un juego de sombras? ¿Van buscando el entretenimiento, la distracción? ¿Es que necesitan una forma especial de narcótico?”

-Andrei Tarkovski, ‘Esculpir en el tiempo’

Si existe una relación compleja, difícil, a veces tortuosa, entre un consumidor de arte habitual y un arte en concreto, creo que todos estaremos de acuerdo en que es, sobre todo, la del espectador de cine con las películas. A todos “nos gusta” el cine (bueno, a casi todos), todos hemos visto bastantes y veremos muchas más, muchos se ofenden (paguen o no paguen por verla) cuando una película les parece decepcionante o insultante, se levantan foros de discusión, se apasiona la gente (tenga formación o no) cuando se polemiza sobre un autor o un título concretos, copiamos gestos y frases y actitudes de las películas (sobre todo del cine americano), y aunque muchos opinan que sumada a su decadencia ha perdido el fervor popular (frente a los videojuegos o las series, por ejemplo), siguen apareciendo hitos del cine.

Es decir, que el cine “sigue ahí”, por así decirlo. A pesar de que “cada año las películas son peores”, o de que “el talento se fue a las series”, o de que “los festivales cada vez programan peores películas”. Sin embargo, no hay duda de que los espectadores seguirán a punto de linchar al dueño del cine cuando no les gusta la película (sobre todo en España), mientras, eso sí, exigen al desconocido director que les entretenga.

Esto exige una clarificación que probablemente (me consta) no llevan a cabo los que tanto exigen a su vez. Imaginemos al director (me da igual el director que sea) de la futura película. Está en su casa (en el caso de que tenga casa) y se pone a pensar en una futura película. Por ejemplo: “Mmmm, me apetece hacer la película X, que hablará sobre X, que para mí es un tema importante”. Vale. Por supuesto, hablamos de un verdadero director, no de un mequetrefe que se dedica a firmar un proyecto ajeno. Es el caso de un director del que nace el proyecto, es decir, los únicos directores que verdaderamente importan. Los únicos que son directores.

Bien. Ese director, teniendo en cuenta cómo está el percal, tardará entre seis meses y varios años en escribir (en solitario o en compañía) el guión de esa futura película. Después de eso, transcurrirá bastante tiempo hasta que la película se haya finalizado: rodaje, montaje, sonorización, marketing, etc, etc, etc… Es decir, son muchos años de trabajo. Decía Coppola que más te vale que te importe tu película, porque vas a sacrificar varios años en su consecución. Bien. Ahora que estamos con un poco más de perspectiva, ¿alguien se imagina a ese director pensando: cómo puedo hacer que el espectador se distraiga? Bien, pues que se lo imaginen lo que quieran, porque eso no ocurre. Sencillamente.

Cuando un director está preparando su futuro filme, el espectador es algo muy lejano, muy abstracto. Pedirle que le entretenga a uno, que es lo que hacen los que acuden el fin de semana al cine para evadirse de su vida real, es un ejercicio que no tiene el menor sentido. Desgraciadamente para el cine, por tanto, hay dos razones que impiden su florecimiento como arte en sí: lo caro que es el artefacto, y su carácter de producto de entretenimiento, que tantos beneficios produce, y tantos coletazos culturales, por ejemplo, este mismo Blog De Cine.

Hablemos claro: las películas se venden como si fueran paquetes de cigarrillos, o de chicles. Y sigamos hablando claro: ese mismo artefacto audiovisual, de cuando en cuando, también produce importantes películas universales, globales, que hacen avanzar el cine. Ocurre en una ocasión de cada mil, pero lo hacen. No se trata, por tanto, de demonizar al cine comercial, pero sí de separar lo comercial de lo artístico de una maldita vez. El espectador cree que puede obtener el cine que quiera, y decir lo que quiera de él, por el precio de una entrada o un deuvedé. Es lícito, claro está, pero su influencia abarca hasta cierto punto. Y ese punto es el que permite los productos comerciales, que serían inviables sin un apoyo masivo del espectador. Supongo que hay espectadores que creen que su desagrado hacia un cine más artístico (más “modernillo” o “pedorro”, como quizá dirían ellos) provocará su desaparición. Pero se equivocan.

Y se equivocan porque ese cine artístico triunfa precisamente por existir, nada más que por existir y llegar, quizás, a una sala comercial, y quizá provocar la admiración de un solo espectador inocente. Dicen que en la variedad está la diversión, y es cierto.

Y para terminar: también es cierto, por conclusión, que cualquier producto audiovisual, o simplemente artístico o creativo, merece un respeto, porque se ha dedicado mucho esfuerzo a que se haga realidad, aunque muchas veces sintamos el deseo irreprimible de cargar contra ellos. Posiblemente todos, en algún momento, no nos hemos damos cuenta, pero ahí hay profesionales que se dejan la piel (a menudo, por muy poco dinero), y hasta algo mediocre exije de grandes talentos para hacerse realidad. Personalmente, pido perdón, como crítico profesional, por no haber estado a la altura de las circunstancias alguna vez, y haber dado la impresión de que no respeto ese trabajo. De todas formas, ni la crítica más feroz y destructiva puede hundir un buen trabajo, y ni la más admirada o exagerada ha alzado un trabajo mediocre a donde no lo merece. Es imposible, tal cual.

Es el espectador, una masa impredecible, el que muchas veces ignora obras importantes, o venera obras olvidables. Pero el arte sobrevive, tiene vida propia, y el verdadero pasa bastante de modas o taquillas, y se mantiene imperturbable. Es algo más que un producto. Es vida.

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