La Promesa absurda

La Promesa absurda
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'La Promesa' (Wu Ji, 2005) de Chen Kaige ha tardado dos años en estrenarse en nuestro país, a pesar del buen recibimiento que este tipo de films, al estilo de 'Hero' o 'Tigre y Dragón', con sus diferencias entre ellos, evidentemente, está teniendo desde que las películas de Ang lee y Zhang Yimou descubrieron al despistado espectador occidental este cine. La película de Kaige ha sido la más cara del cine chino hasta que llegó Yimou con 'La Maldición de la flor Dorada', y lo cierto es que viniendo del firmante de películas como la estupenda 'Adiós a mi Concubina', las expectativas eran algo altas.

Unas expectativas que se vienen abajo enseguida, al poco de comenzar la película en cuestión, cuya máxima es el desconcierto que produce en el espectador, seguido de un rechazo absoluto, dejando a un lado aciertos parciales. 'La Promesa' empieza con una niña huérfana a la que un día se le conceden todas las riquezas del mundo siempre y cuando sea capaz de mantener la promesa de que nunca podrá amar, y todo ello a cambio de... absolutamente nada. Y es que a Kaige se le olvidó ese pequeño detalle.

Para haber sido la segunda producción más cara del cine chino, lo cierto es que sorprende el hecho de que sus efectos visuales sean enormemente cantosos. Hay que decir que estamos ante una de esas películas en las que los efectos visuales son una parte importante del todo. No hay una sola escena que no esté recargada con algún efecto de luz, o veamos algo mínimamente espectacular, entiéndase por esto último grandes escenas de batallas o luchas cuerpo a cuerpo en las que se es capaz de dar saltos de metros y metros de altura, hacer doscientas piruetas antes de volver al suelo, y antes de llegar a él, haber propinado un buen número de patadas.

No obstante, los aciertos de los que antes hablaba se refieren, precisamente, al lado visual del film, en el cual a veces nos encontramos con escenas muy bien diseñadas pictóricamente hablando, dando la sensación en algún momento de que estamos viendo un cuadro con vida propia. Kaige aprovecha bastante bien ese efecto y lo introduce muy bien en el tipo de historia fantasiosa que nos está contando, pero únicamente acierta en momentos aislados, fracasando estrepitosamente en el resto de secuencias, las cuales se mueven entre la incredulidad y el ridículo más asombroso. Y si no, anótese esa delirante carrera con búfalos, que aparte de mal hecha provoca verdadero sonrojo.

Pero dejando a un lado la decepción que supone esta película desde el punto de vista visual (valga la redundancia), uno de sus máximo errores es la simpleza y estupidez de su guión. Para empezar, lo comentado en el segundo párrafo, la susodicha promesa de la niña es una tontería como un piano, ya que no se le avisa de qué ocurrirá si no lo cumple y tampoco se le pide nada a cambio, por no mencionar el hecho de que lo que se le concede no coincide exactamente con lo que se le ha dicho. Así contado puede parecer una nadería, y sin embargo, no lo es, porque de dicha situación se desencadena todo lo posterior, que no tiene el más absoluto sentido. A lo que habría que sumar las motivaciones de cierto personaje para montar todo lo que monta.

Los actores podría ser otro de sus aspectos salvables, porque si bien no están sensacionales, por lo menos se lo han tomado en serio. Los desconocidos por estos lares Cecilia Cheung y Jang Dong-kun son los que llevan principalmente el peso de la película, en la que por supuesto aparecen más personajes, pero son estos dos actores, lo que tal vez llaman más la atención. Una por ser evidentemente la protagonista central del relato, y el otro por el aire misterioso de su rol, el cual si no estuviera rodeado de ridiculeces varias que llenan la historia, sería un personaje bastante fascinante.

Una película muy floja que afortunadamente ha tenido una distribución más que limitada en nuestro país, y es que este es uno de esos casos en los que hubiera sido mucho mejor que el film saliera directamente editado en dvd sin pasar por los cines. A más de uno le hubieran ahorrado el mal trago de pasar por taquilla, seguro.

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