'Efraín', una infancia agridulce

'Efraín', una infancia agridulce

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'Efraín', una infancia agridulce

En realidad Yared Zeleke no es tan novato en el mundo de la dirección. A pesar de que 'Efraín' supone su debut en el largometraje, este realizador de origen etíope estudió Guión y Dirección de cine en la Universidad de Nueva York. En su haber tiene trabajos como guionista y director de tres cortometrajes de 2009 'Full', 'Housewarming' y 'The Quiete Garden'.

Alejada de cualquier tipo de corriente mainstream, esta cinta consiguió llamar poderosamente la atención del público y de la crítica. Ha sido la primera película etíope presentada en la sección A certain regard del Festival por excelencia, el de Cannes. Dado su éxito inicial, el filme continuó cosechando éxitos por los festivales de Toronto, Londres y Karlovy Vary. En España se presentó el pasado mes de noviembre en el Festival de Cine de Gijón.

Amor entre especies

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Efraín nos transporta a los barrios pobres de Adís Abeba (en Etiopía) en los que Zeleke nació y creció hasta cumplir los 10 años. Esta película se constituye como un drama semi autobiográfico del director, ya que a la hora de hacerla encontró la fuente de inspiración en su propia infancia, que él mismo (en una entrevista para Offscreen) califica de haber sido feliz: “un cuento de hadas, plagado de color, amor y fiestas familiares, como en la película Efraín".

Efraín (Rediat Amare) es un niño etíope de nueve años que ha perdido a su madre a causa de la sequía y el hambre. Su padre decide volver a la capital del país (Adís Abeba) para encontrar trabajo, por lo que dejará a su hijo en la granja de sus tíos, al sur de Etiopía, teniendo como única compañía la antigua mascota de su madre: Chuni, una oveja a la que cogerá especial cariño.

Sin embargo, sus tíos también padecen hambruna, tanto es así, que incluso su prima pequeña está enferma por desnutrición. Apenas tienen qué llevarse a la boca, así que su tío Solomon (Surafel Teka) verá en este animal una oportunidad única para preparar un apetitoso plato que pondrá en la mesa en la próxima Fiesta De La Santa Cruz. Con este telón de fondo, Efraín tratará de salvar a su amigo consiguiendo dinero para viajar los dos de vuelta junto a su padre.

En esta aventura encontrará apoyo en una de sus primas, Tsion (Kidist Siyum), una chica estudiosa y culta que también se rebelará contra las normas establecidas, negándose a contraer un matrimonio de conveniencia en un país que no solo infravalora a las mujeres sino también la educación como herramienta de progreso.

Un retrato de la vida de Etiopía

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Zeleke captura la riqueza y la complejidad de Etiopía a través de esta historia, que es una vista casi documental de las costumbres del sitio, de los limitados recursos que su gente tiene para vivir y de la comida, que allí es un elemento de extrema importancia. A pesar de esto y de que su ritmo es tranquilo y sin prisas, Efraín no se hace pesada en ningún momento.

Al contrario, acaba convirtiéndose en una narración amena y ligera que no solo nos enseña otra cultura y otra manera de vivir, sino que además provoca la empatía del espectador combinando sabiamente ambientes de todo tipo: desde los más crudos hasta los más cálidos y es que las duras situaciones que la pobreza puede llega a causar no son excusa suficiente para acabar con todo rastro de esperanza y alegría de las personas. Sin duda es un filme emocional y auténtico que explora sobre cuestiones como la amistad (incluida la que se da entre especies), el amor familiar o la lucha incesante por conseguir nuestros propios sueños.

El conflicto interior del personaje protagonista

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Con un reparto no profesional pero elegido con mucho acierto tras un duro proceso de casi seis meses de duración, Zeleke consigue imprimir a Efraín un sello profundamente personal e ineludiblemente político que plantea, mediante sus personajes y especialmente a través de su protagonista, el conflicto entre sentirse un extraño (y por tanto actuar en búsqueda de nuestra esencia y en defensa de la propia individualidad) y la necesidad de ser aceptado en un grupo.

En mi humilde opinión, el cineasta etíope consigue aprobar (y con muy buena nota) en su ópera prima, con la que además nos sumiremos durante hora y media en un bonito espectáculo sonoro y visual, gracias a una notable edición de sonido y a los impresionantes paisajes de su país, grabados majestuosamente por la canadiense Josee Deshaies.

Lo mejor: la visión que nos ofrece de una cultura diferente a la nuestra. Lo peor: no me gustan demasiado los finales abiertos.

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