'El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford', un rayo de luz

'El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford', un rayo de luz
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En ‘Lawrence de Arabia’ el cineasta David Lean se acercaba a la personalidad del mítico oficial británico no con la intención de proponer respuestas a su enigmática personalidad, sino con la retorcida mirada del poeta, la que gusta en regodearse en el misterio. Son más importantes las preguntas. “Print the legend”, diría John Ford. Las leyendas son la mentira más maravillosa, excepto si tú eres la leyenda y has de cargar con tu pasado. Que se lo pregunten a William Munny, el protagonista de la resurrección del western para muchos. Pero si ‘Unforgiven’ era la resurrección y la deconstrucción de un mito, este hermoso poema es el retorno a los orígenes de la mítica.

Libérrima, sorprendente, de carácter exageradamente artístico, no muchos han visto en cines (y quizá menos aún en Dvd), el segundo largo (después de un debut para el olvido) del director Andrew Dominik, que habrá que esperar a que el mejor cronista que existe, el tiempo, la deje madurar para que se descubra, a nivel global, lo que significa y aporta este título a la evolución del cine moderno. Es un rayo de luz, en verdad, que muchos quizá no han sabido (o podido) apreciar en su magnitud, pero que a juicio de quien esto escribe tiene toda la pinta de una obra de arte imperecedera.

Andrew Dominik demuestra aquí la inspiración y la mirada de un artista consumado, pues no sólo se encarga de la puesta en escena, sino que también firma en solitario el prodigioso guión, adaptación de la novela de Ron Hansen, un consumado especialista del salvaje oeste. En su acercamiento a la figura de James, y también de Ford, en la recreación de ambientes, en la personalísima óptica sobre las costumbres de su país a finales del siglo XIX, Dominik parece influenciado por dos de los más grandes artistas del cine norteamericano (no sólo de ahora mismo, sino de toda la historia): Terrence Malick y Paul Thomas Anderson. De Malick acoge su infinito amor por la naturaleza, su concentración sobre los elementos puramente lumínicos o sonoros.

Y de Anderson acoge esa narración conscientemente juvenil sobre unos acontecimientos trágicos, densos; así como esa extraña energía en el montaje con la que el californiano construye sus ideas y una cierta presentación de los personajes. De la mano de estos dos maestros, el neozelandés Dominik se adentra, sin vuelta atrás, en una mítica que creíamos que ya no era posible, pero que vuelve a serlo por el amor a una cultura que parece encapsulada en el tiempo, como una generación espontánea de antihéroes trágicos. Y no deja de tener ironía que esta película naciera el mismo año que la magistral ‘There Will Be Blood’, película con la que guarda raras similitudes estilísticas y temáticas, y que le arrebató el Oscar a la mejor fotografía (el de mejor película ya sabemos a qué tipo de lugares comunes está destinado ese premio).

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No es exagerado afirmar que el trabajo con la luz de Roger Deakins en ‘El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford’, sólo podía ser superado por el alumno más aventajado de las lecciones que Malick brindó a John Toll o Néstor Almendros, el gran Robert Elswitt, que con ‘There Will Be Blood’ alcanzó el techo de los maestros en su oficio. Luego hay algunos que aún se preguntan por la dudosa influencia de Terrence Malick en el cine norteamericano: pues nada menos que un aliento lírico que socava los mismos valores de la narración clásica estadounidense para cuajar unas imágenes que van más allá de lo que quizá soñaron ellos mismos. Pero todo se andará con el tiempo, cuando se vuelva la mirada hacia el trabajo de Anderson, y sobre todo de Malick.

Dominik aprende lo mejor de ellos, y arma una estructura irregular, hecha así a propósito, y que puede descolocar a aquellos que siempre buscan en el cine lo mismo (esto es, presentación, nudo y desenlace) y que son incapaces de dejarse sorprender por un relato que se oponga a sus expectativas. Irregular porque su realizador tiene la suficiente sensiblidad no sólo para no hacer aparecer continuamente a Jesse James (más bien, aparece poco, puesto es un reparto coral), sino para dar la oportunidad a todos los personajes con capítulos independientes, en un trenzado de secuencias que se aleja mucho del interés de los directores al uso de contar una historia. Esto es un estudio de caracteres, a cuál más resbaladizo y desesperado.

Con la ayuda de Deakins, Dominik retrata a estos personajes siempre con unas fuentes de luz justificadas (que aunque lo parezcan, no son siempre naturales), blancos matinales provenientes del reflejo de la nieve, amarillos cálidos provocados por una vela o una fogata, o suaves de un atardecer. Pero no sólo eso, Dominik se vale de la luz para crear estados emocionales, amplificados por la minimalista música de Nick Cave y Warren Ellis, que tan poco se parece a otras que crearon Jerome Moross para ‘Horizontes de grandeza’ o John Barry para ‘Bailando con lobos’, por ejemplo. Una música más inspirada en el folklore americano que aquellas, y por tanto más verdadera.

Imposible resulta describir también la riqueza léxica de unos diálogos tan literarios como cinemáticos, plagados de slang y de juegos de palabras que resultan imposibles de traducir, y que por eso recomiendo escuchar no sólo en su V.O., sino también con subtítulos en inglés, pues si resulta imposible a un doblador expresar todo ese texto, también a un subtitulador. Es simplemente amor por el lenguaje, con unas parrafadas a medio camino entre lo paleto y lo culto, lo vulgar y lo sublime, un compendio de frases que deberían estudiarse en un ensayo dedicado sólo a ellas. Todo esto, sumado a un título tan atípico da idea del poco interés de sus responsables por contentar al espectador más acomodado, ese que sólo quiere que le distraigan los fines de semana sin poner nada de su parte, y que cree poder decidir de qué está hecho el cine, y en qué tienen que esforzarse los artistas.

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Sobre todo, ¿quién fue realmente Jesse James? Encarnado por un Brad Pitt en plenitud de facultades, no es, aunque pudiera parecerlo, el protagonista de la historia. Tal protagonismo recae sobre todo en Robert Ford, interpretado por un sensacional Casey Affleck en el papel de su carrera. James es, claro, el alma de la película, pero su corazón es Robert, el perdedor, el pringado Robert Ford, el paria que quiere respeto, que quiere, sobre todo, un poco del amor que es capaz de dar. Nos sentimos perturbadoramente identificados con su patetismo. Bellísima la secuencia en que le obligan a enumerar las razones por las que James, ya desde su niñez, era un ídolo para Robert. Es una verdadera declaración de amor desesperada, frustrada por James en su, creo yo, fingimiento de la humillación hacia Robert.

Pitt trabaja sobre todo con los ojos, en un trabajo de una fisicidad admirable. Hay una melancolía, un hartazgo en su composición, indescriptibles. Cuando hace una cosa, se nota que quiere hacer la contraria, y que piensa otra, y que dice otra. Es un enigma disfrazado de un engaño, aupado en una leyenda mentirosa. Para Dominik, es un Cristo cruel, venerado y temido por sus hombres, sus apóstoles. Los que le traicionan mueren de una forma espantosa (crudísima la violencia de esta película, muy parecida a lo que de verdad tuvo que ser en aquella época y que tan bien describe el sheriff de ‘Unforgiven’), y otorga su halo a quienes pueden servirle. ¿Es malvado James? Tampoco lo parece. Quizá nada más un solitario eterno, un vagabundo de la mística norteamericana. Mientras Dominik derrama cinismo y ternura hacia sus fuera de la ley a partes iguales, con él tiene desengaño y lirismo.

De ahí viene la oscuridad que oculta la luz en la extraordinaria secuencia del robo al tren, y que muchos sólo han querido ver como una muestra de autocomplacencia, ignorantes de que Dominik lo que quiere es crear algo bello para los sentidos y a la vez una metáfora de una personalidad inasible. Pero quien tenga ojos que vea, y ya vendrá el tiempo a dejar a cada cual en su lugar, tanto a Dominik y su película como a artistas dudosos que sólo saben hacer copy/paste de cómics o espectáculos sobre la desgracia humana. Yo, personalmente, me quedo con Jesse Brad Pitt James, que ríe y llora y mata y ama con locura en esta película, hasta que nos enamoramos de él, y le odiamos y le tememos también.

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