Guillermo del Toro | 'La cumbre escarlata', espinazo 2.0

Guillermo del Toro | 'La cumbre escarlata', espinazo 2.0

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Guillermo del Toro | 'La cumbre escarlata', espinazo 2.0

Soy de aquellos que, recibiendo con los brazos abiertos 'Pacific Rim' (id, Guillermo del Toro, 2013) y aplaudiendo los resultados de una cinta que en su momento califiqué, entre otras cosas, como una excelente muestra de cine honesto que ofrecía lo que prometía —un espectáculo fastuoso de robots gigantes dándose ostias como panes con monstruos del mismo tamaño—; no pudo comprender la gélida recepción crítica y comercial del filme y, tampoco —aunque fuera de todo punto lógico— la suspensión por tiempo indeterminado de una secuela que se antojaba aún más brutal que su predecesora.

A la espera pues de que las mentes pensantes detrás de Universal y Legendary se decidan a continuar o no con la franquicia, y mientras seguimos aguardando a que el mexicano ponga en pie de una vez por todas su aproximación a 'Las montañas de la locura' de Lovecraft, los que llevamos siguiendo su cine de forma impenitente desde 'Cronos' (id, 1993) parecía que íbamos a encontrar motivos para seguir regocijándonos en la particular forma de filmar películas del cineasta por lo que podía entreverse en los avances que Universal había ido adelantando sobre 'La cumbre escarlata' ('Crimson Peak', 2015). Pero, como suele pasar, las impresiones no iban bien encaminadas.

Montaña rusa

La Cumbre Escarlata 1

Considerando que en los últimos meses del Toro ha llegado a remontar su cinta entre tres y cuatro veces —obligando a Fernando Velázquez a hacer lo propio con la soberbia partitura que nuestro compatriota ha compuesto para la ocasión— no es de extrañar que 'La cumbre escarlata' devenga en un espectáculo tan irregular como el que podemos encontrar en nuestros cines desde el pasado viernes: un primer acto que desespera, un segundo que fascina y un tercero que no funciona es el saldo que deja el visionado de una cinta a la que, de partida, le sobra metraje y le faltan mejores cimientos.

Las dos horas sobre las que se extiende este cuento de terror gótico se muestran claramente inefectivas desde el momento en que un alto porcentaje de las mismas incide una y otra vez en arrojar pistas sobre el misterio que envuelve a los hermanos protagonizados con gran efectividad —no podía ser de otra manera— por Tom Hiddleston y Jessica Chastain, pistas que consiguen que la sencillez con la que puede leerse a distancia el desenlace de la historia resten efectividad a pasos agigantados al núcleo central del metraje, ese segundo acto fascinante en el que del Toro despliega toda su magia alrededor de las paredes de la mansión de los Sharpe.

La Cumbre Escarlata 2

Hasta llegar a él, a ese segundo acto en el que la cinta atrapa al espectador irremisiblemente, lo que 'La cumbre escarlata' ha llegado a ofrecer es una colección de lugares comunes que exasperan por su limitada o nula capacidad para aportar algo al género fantástico o al cine de fantasmas. De hecho, observada en términos globales —y como bien apunto en el titular—, lo nuevo de Guillermo del Toro guarda tantas concomitancias con 'El espinazo del diablo' (id, 2001) que resulta imposible no ver a la presente producción como una somera iteración sobre el análisis de los fantasmas que del Toro llevaba a cabo hace catorce años.

Reforzada dicha impresión por una forma de visualizar a los seres ectoplásmicos que es tremendamente similar a como lo hiciera entonces, retomemos el discurso sobre la estructura del filme apuntando a que lo esquemático de la definición de personajes y la brecha que se abre en el terreno interpretativo entre Hiddleston, Chastain y unos muy limitados Mia Wasikowska y Charlie Hunnam complican en extremo que se abrace sin remisión lo que comienza siendo una historia de amor tocada por un halo de intriga que nada nuevo ofrece en ninguno de sus dos términos y que, por momentos, agota el crédito inicial que podría concedérsele a tan atractiva propuesta.

'La cumbre escarlata', esplendor visual

La Cumbre Escarlata 3

Trascendido no obstante ese primer tramo, y trasladada la acción a esa casa que parece extraída de cualquiera de las imposibles pesadillas conjuntas de Edgar Allan Poe y H.P.Lovecraft, 'La cumbre escarlata' se recupera rauda del golpe inicial y nos ofrece un espectáculo asombroso que descansa, y de qué manera, en un diseño de producción que debería hacerse por derecho no ya con una nominación a los próximos Oscar, sino directamente con la estatuilla en cuestión por cuanto el trabajo vertido en la construcción de tan horrendo y fascinante lugar es sencillamente alucinante.

Cierto es que para cualquiera que haya seguido de cerca la trayectoria de del Toro, lo exquisitamente recargado de las estancias que componen la mansión Sharpe es sólo un paso más en lo que ya le hemos visto al cineasta en muchos lugares de su filmografía, pero el halo fantasmagórico que aquí adquiere —y al que nada ajeno es, por supuesto, un preciso diseño sonoro— supera con mucho a lo que podíamos encontrar hasta ahora en su cine y las paredes de las que brota esa arcilla roja-sangre son, en cierto sentido, epítome indiscutible de las obsesiones del mexicano.

La Cumbre Escarlata 4

Con la dirección estableciendo un discurso que sigue de forma íntima al irregular devenir de la acción —esto es, lo mejor que ofrece del Toro tras el objetivo coincide de forma plena con lo mejor que arroja el guión— y con el cineasta dándolo todo en las diversas secuencias que siguen las pesquisas del personaje de Wasikowska por las estancias del caserón inglés, es lo obvio de la conclusión del filme, como apuntaba más arriba, lo que devuelve al espectador a la realidad de la que había sido apartado durante un tercio de la proyección.

Una realidad que, de la misma manera que sucedía al comienzo, entrega al público un espectáculo que no guarda ninguna sorpresa y que falla en su capacidad de tener en vilo al que se siente en la comodidad de la butaca de cine. No es pues 'La cumbre escarlata' el hito en la filmografía de del Toro que muchos esperábamos, quedándose la producción como un limitado entretenimiento ataviado con unos ropajes de una riqueza plástica espectacular que, desafortunadamente, no son capaces de ocultar entre sus pliegues las visibles costuras de un relato al uso.

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