'El irlandés': una película excepcional que culmina el estilo y obsesiones de Martin Scorsese

'El irlandés': una película excepcional que culmina el estilo y obsesiones de Martin Scorsese

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Hablar de Martin Scorsese es hacerlo de un legado cinematográfico único, brillante y, sin duda alguna, irrepetible. De un compendio de piezas tan extraordinarias como variadas que no entienden de géneros ni tonos; tan sólo del cine más puro, entregado con devoción por el genio neoyorquino desde su debut a mediados de la década de los sesenta.


De lo que sí entiende el cine del maestro es de un estilo y obsesiones propias, siendo dos de las más recurrentes la espiritualidad y el universo de la mafia, que tantas alegrías nos han dado en joyas como 'La última tentación de Cristo' o 'Uno de los nuestros' respectivamente, y que encuentran su cénit en su perfecta unión en 'El irlandés'.

Y es que el último trabajo del bueno de Marty hasta la fecha no sólo refleja el resumen de toda una carrera y la maduración de un oficio hasta la perfección. Además de esto, 'El irlandés' parece la materialización de un sueño del Scorsese de veintypocos que cursaba estudios en la Tisch School of the Arts de Nueva York, y que ha terminado brindándonos una nueva joya con la que celebrar la existencia del séptimo arte.


He oído que filmas obras maestras

Resulta harto complicado tratar de condensar en un texto todas las virtudes que atesora el abultado metraje de 'El irlandés', pero es de rigor comenzar alabando sin cortapisas la utilización ejemplar del tiempo como herramienta narrativa y el modo en que se representa su paso, alternando épocas y tiempos verbales sin que el relato se resienta lo más mínimo, durante 210 fugaces y apasionantes minutos.


Por supuesto, un logro de este calibre sólo puede alcanzarse con una forma a la altura de las circunstancias y, como cabría esperar, el Scorsese septuagenario transforma en oro su veteranía con una puesta en escena que sólo podría calificarse como la mejor clase magistral sobre dirección que podríamos recibir, articulada mediante un sobrio clasicismo que no teme innovar.

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No cabe duda de que 'El irlandés' es un largometraje que contiene todo el código genético de su autor elevado a la enésima potencia. Nuevamente, ahí tenemos su inteligente uso de la voz en off como conductora omnisciente de la historia, sus lúcidos diálogos, su deliciosa selección musical, sus descomunales "tracking shots" o un sentido del humor velado entre la violencia más descarnada, cien por cien marca de la casa.

Como comentaba, el academicismo y todos estos lugares comunes no están reñidos con un abrazo a los nuevos tiempos representado por la infame tecnología de rejuvenecimiento digital; un recurso que impacta —e incluso chirría— en su primera aparición en pantalla, pero cuyo efecto desaparece gradualmente hasta diluirse e integrarse plenamente en la narrativa.

Esto es gracias, en buena parte, a un reparto deslumbrante se mire por donde se mire, rebosante de leyendas, y en el que el que destaca especialmente —y para sorpresa de nadie— el trío compuesto por Pesci, Pacino y De Niro. Tres gigantes cuyas interpretaciones, máscaras digitales aparte, hacen posible un arriesgado estudio de personaje desarrollado a lo largo de toda una era del crimen organizado norteamericano.

No obstante, el festival de excesos, muerte, y violencia que se despliega durante los dos primeros actos de 'El irlandés', más tradicionales y ligados estrechamente al género, desembocan en un tercer y último episodio que enlaza más con 'Silencio' que con 'Casino'. De este modo, el director subraya el cariz crepuscular de su pieza y apuntala su devastador y aún así cálido discurso sobre el envejecimiento, la lealtad, el remordimiento, el deber y el miedo a no dejar huella en esta vida.

Respecto a esto último, Scorsese puede estar más que tranquilo. Aunque aún le queden muchas "casas que pintar" —utilicémoslo aquí como sinónimo de rodar películas—, en sus más de cincuenta años en activo contando historias en imágenes, Martin ya ha marcado las retinas y los corazones del colectivo cinéfilo con su obra existente. 'El irlandés' es tan sólo la enésima reafirmación de que, el día que nos deje, se irá un irremplazable.

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