Martin Scorsese: 'Casino', del paraíso al infierno

Martin Scorsese: 'Casino', del paraíso al infierno
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1983. La explosión de un coche precede a la ‘Wir Setzen Uns mit Tränen Nieder‘, último coro de ‘La pasión según San Mateo’, de Johann Sebastian Bach. Desde el principio, ‘Casino’ (id, 1995), aspira a convertir sus imágenes en pura música. Desde el aire nocturno se distingue el resplandor de las luces de Las Vegas, como un nuevo (lujoso y hortera) Camelot. Los tres personajes más importantes, Ace Rothstein, Nicky Santoro y Ginger McKenna, son presentados visualmente, por el trasfondo trágico de la música de Bach, y por la voz en off de Nicky. Desde el mismo comienzo se impone una puesta en escena casi abstracta para esta prolongación, en el fondo muy diferente en su tonalidad y formalización, aunque mantenga lógicas vinculaciones, con el magistral ‘Uno de los nuestros’ (‘Goodfellas’) de cinco años antes. En lugar de una reminiscencia de los viejos tiempos del barrio, ‘Casino’ se centra en personajes más establecidos y más poderosos, y por tanto con mayor capacidad para desestabilizar sus propias vidas y las de los demás.

‘Casino’ es, por tanto, un prodigioso collage histórico y social, un reflejo de la América de ayer y de hoy, que se erige en verdadera narrativa de vanguardia, y que dos años después de la maravilla de ‘La edad de la inocencia’ (‘The Age of Innocence’) confirma el momento de excelente forma e inspiración de un Scorsese en su plenitud absoluta, sin ningún miedo a romper el continuo narrativo y la ortodoxia dramática, más interesado en la creación impresionista de unas vidas tan tormentosas como la propia filmografía de Scorsese. Y si ‘Goodfellas’ era el ascenso y caída de unos gangsters de barrio que terminaban acogiéndose a la protección de testigos, ‘Casino’ es casi una tragedia shakesperiana, una ópera rock con unos nuevos Arturo, Lancelot y Ginebra, cuyos castillos son en esta película torres de neón y cuyo Grial se ha transformado en toneladas de dinero, oro y diamantes.

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Nicholas Pileggi, que ya había inspirado con su libro ‘Wiseguys’ la obra maestra ‘Goodfellas’, se había interesado por la mafia de Las Vegas cuando había leído en un periódico la enorme bronca que Geri McGee y Frank Rosenthal habían mantenido en la puerta de su mansión de esa ciudad. Investigando un poco, se había encontrado con una historia apasionante que tenía la intención de convertir en un gran volumen que documentaría casi dos décadas de la vida de estas personas. Pero cuando Scorsese le trasladó su interés por llevar esa historia a la pantalla, él y Pileggi se pusieron con la redacción del guión al mismo tiempo que Pileggi seguía escribiendo su volumen, en un trabajo frenético. De hecho, cuando el rodaje tomó comienzo en septiembre de 1994, ambos continuaban recopilando documentación para la película y el libro, que saldría prácticamente a la vez. Con esta forma tan particular de preparar el guión, estaba claro que ‘Casino’ no iba a ser una historia convencional, ni en la trama ni en los personajes, cuyos nombres serían alterados: de Frank Lefty Rosenthal a Sam Ace Rothstein, de Tony Spilotro a Nicky Santoro y de Geri McGee a Ginger McKenna.

Cine-música

“Creo que tienes una impresión equivocada de mí. Creo, francamente, que debería explicarte bien qué es lo que hago. Mañana por la mañana me levantaré pronto, daré un paseo hasta el banco, entraré, y si no tienes mi dinero preparado, te abriré la puta cabeza delante de todo el mundo. Y para cuando salga de la cárcel, con un poco de suerte, estarás saliendo del coma. ¿Y sabes qué? Volveré a abrírtela.”

- Nicky Santoro (Joe Pesci)

Aunque parezca increíble, el verdadero Frank Rosenthal vestía de una forma mucho más extravagante y chillona que el Sam Rothstein de la película interpretado por un sobrio y perfecto Robert De Niro, en un rol muy diferente del Jimmy Conway de ‘Goodfellas’. En cuanto a Joe Pesci, su Nicky Santoro es una suerte de prolongación y de ampliación del Tommy DeVito que le había hecho ganar un Oscar al mejor actor de reparto. Pero aquí goza de un mayor protagonismo, y no se puede hablar de un personaje secundario, sino de un co-protagonista. El sublime trío se cierra con una portentosa Sharon Stone, que es la Ginger McKenna ideal. No venía la actriz de una buena racha, precisamente, tras su fascinante trabajo en ‘Instinto Básico’ (‘Basic Instinct’, Paul Verhoeven, 1992), y estaba deseosa de demostrar lo buena actriz que era, más allá de etiquetas de ‘sex-symbol’. Para contar la compleja y descarnada historia de estos tres personajes, de forma prolija y apasionada, era imposible tomarse menos de las casi tres horas que dura el filme, que además se pasan literalmente volando. El montaje, eso sí, fue arduo, largo y físicamente demoledor para Schoonmaker y Scorsese.

Pero de ese montaje se deduce una de las creaciones audiovisuales más impetuosas e impredecibles, en todos los sentidos, de los últimos quince años. Resulta muy difícil, y quizá poco recomendable, escribir una crítica convencional sobre ella, porque cualquier acercamiento analítico corre el peligro de simplificar un esfuerzo narrativo tan radical, tan en constante peligro de derrumbarse por la multiplicidad de niveles narrativos que contiene, pero que por algún mágico milagro (llamemos talento excepcional a ese milagro) no solamente se sostiene, sino que se eleva más y más hasta un climax final demoledor, definitivo. En realidad ‘Casino’ puede definirse como una sinfonía en la que tres fuerzas opuestas colisionan, creando un coro. Pido perdón si suena exagerado, pero no veo otra forma de describirlo. A la ambición, la vanidad y la codicia de Sam se opone la autodestrucción, la belleza y la melancolía innata de Ginger. Y entre ambos se cruza la bestialidad, la furiosa energía, la ira incontenible de Nicky. Sólo un gigante en la dirección como Scorsese podía manejar este drama sin temblarle la cámara.

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Por algo Scorsese es uno de los más eminentes directores norteamericanos de las últimas décadas, muy superior incluso a grandes cineastas como Eastwood, Allen, De Palma o Spielberg, porque ninguno de ellos se arriesga tanto y alcanza tantos triunfos estéticos. Su cámara se vuelve más audaz y más compulsiva que nunca. Su percutante montaje trocea y desmenuza cada suceso. Así, sólo se puede constatar la inimaginable vehemencia y valentía por el medio cinematográfico que emanan de momentos como estos:

1. La narración de la personalidad de Ginger que lleva a cabo Sam con su voz en off, una vez la ha conquistado y después de un beso salvaje le da dinero antes de que vaya al baño. Aprovecha ese momento Scorsese para aprovechar el movimiento de salida de cuadro de Stone, que engancha con otro movimiento de la actriz en otra escena, que corta a un primer plano suyo de otra escena más, y saliendo de esa escena aprovecha de nuevo el movimiento de ella para regresar a la escena inicial. A continuación explica con imágenes su talento para el dinero y la supervivencia, y termina mostrando su debilidad con Lester Diamond (un soberbio James Woods).

2. La descripción del subrepticio modo en que los grandes capos mafiosos, muy lejos de Las Vegas obtienen su dinero, con una puesta en escena cerca a lo documental, en el que la cámara sigue a un personaje (olvidando a Sam, que pasa por allí como por casualidad…) y observa cómo coge grandes cantidades de dinero de las arcas del casino, sale del mismo, coge un avión y llega a Kansas City. No se puede mostrar con mayor nitidez la forma en que los capos “vampirizaban” los casinos de Las Vegas.

3. Los muy diferentes enfoques de la actividad de Sam como director del Casino, todos ellos vinculados por su condición de neurótico perfeccionista. Asistimos a su control absoluto de los jugadores, de los timadores, de los ricachones y los políticos, con la cámara como una impertinente capaz de captar cada pequeño detalle, por ínfimo que sea, con giros, acercamientos, iris, barridos, panorámicas…lo que haga falta.

4. La discusión de Nicky y Sam en el desierto, en la que Scorsese intercala y termina mezclando dos temas musicales distintos, algo que yo no he visto en ninguna película hasta la fecha. Y es muy coherente con una película tan sinfónica, temática y narrativamente.

El trenzado de dramas personales y colectivos, la escalada de violencia y de destrucción psicológica, que va contando Scorsese, alcanza su cénit en la media hora final, en la que esta sinfonía llega al paroxismo relatando la pérdida de lo que Rothstein llama “el paraíso en la tierra”. La demolición de los antiguos casinos se pone en paralelo con la destrucción de una forma de vida y de unos sueños demasiado grandes y fugaces. Muere el amor, la amistad y la libertad. Asistimos con un nuedo en la garganta a esta perfecta conclusión a tres horas de drama sin fisuras.

Conclusión y escena favorita

Obra mayor de un cineasta mayor, singular y trágica versión de los wiseguys de su ‘Uno de los nuestros’, con la que Scorsese reincide en su maestría absoluta, pues los años noventa serán su época dorada. Mi escena favorita es aquella en la que Sam descubre a dos timadores enriqueciéndose en las mesas, ya que se comunican por morse. El control espacial de Scorsese es absoluto, y no teme destacar por medio de un iris al timador. La posterior sesión de martillazos a la mano con la que juega el pobre buscavidas duele verla, y es asombroso lo bien hecha que está.

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