Martin Scorsese: 'La última tentación de Cristo', hablando con Dios

Martin Scorsese: 'La última tentación de Cristo', hablando con Dios
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“Consideré que se trataba, en cierto modo, de una señal religiosa, que Dios había dicho que yo no estaba preparado para hacer la película y necesitaba sufrir más humillaciones. Es cierto, estoy convencido de ello’

- Martin Scorsese, 1994

Cuatro años después de la primera intentona de levantar este proyecto, Scorsese tenía pocas esperanzas de que algún día se hiciera realidad. Eso sí, seguía intentándolo con resignación y paciencia. Para un hombre como él, proveniente de una tradición tan católica, que incluso se había planteado hacerse cura en su juventud, esta película era algo así como un desafío personal. Más aún cuando la novela de Nikos Kazantzakis le proveía de un punto de vista muy afín a su idiosincrasia artística, con el que podía elaborar un discurso sobre Jesús mucho más personal y alejado, en cierta forma, de lo que se podría esperar de un relato de estas características. Pero las mejores opciones no daban frutos debido a las presiones de los grupos católicos más integristas, que lograban complicar las cosas todavía más. Todo cambió para él cuando, a comienzos de 1987, Michael Ovitz (que por entonces gozaba de un considerable poder en la industria) se convierte en su representante y le presenta a Garth Drabinsky, propietario de la más importante franquicia de cines en Norteamérica y Canadá, que le asegura la distribución en esos países a pesar de la amenaza de boicot, y al que le gusta tanto el proyecto que pone sobre la mesa la mitad del dinero necesario para hacerla realidad.

De tal modo que Scorsese, de una vez por todas, se lanza decidido a por la película. Eso sí, debe afrontar una drástica reducción de la producción inicial, pues de las necesidades y el presupuesto previsto cuatro años atrás, apenas puede contar con aproximadamente la mitad. Pero procura soslayar estas limitaciones con profesionalidad y pasión, llevando a cabo la que puede calificarse, sin lugar a dudas, como una de sus películas más arriesgadas, sinceras y apasionadas. Personalmente, yo nunca la colocaría entre sus grandes obras maestras, pues está lejos de ello, pero sí entre sus obras notables, la mayoría de las cuales se encuentran en esa convulsa e intrincada década de los años ochenta, en la que este cineasta hizo un pulso apasionante a los imperativos de una industria cada vez más intratable, saliendo victorioso de esa pugna.

El actor que iba a interpretar a Cristo, inicialmente, era Aidan Quinn, pero en el último momento se echó atrás, aduciendo que le habían aconsejado, debido a la enorme presión integrista, que no participara en la película. Scorsese no se amilanó y enseguida se puso a considerar otras opciones como Christopher Walken, Eric Roberts o Willem Dafoe, que finalmente se quedó con el papel. Ahora, resulta inimaginable cualquiera de ellos como Cristo, porque Dafoe lleva a cabo una de las interpretaciones más desgarradas y fascinantes de toda su carrera. Respecto a las presiones de los grupos católicos más intolerantes, huelga decir que en la mayoría de los casos no se habían leído el libro de Kazantzakis, ni sabían absolutamente nada del proyecto, y toda la controversia que montaron con el motivo del rodaje y estreno de esta película resulta, a día de hoy, bastante absurda, tal como suele pasar con estas cosas. Algunos años antes había tenido lugar otra enorme polémica con ‘La vida de Brian’ (‘Life of Brian’, Terry Jones, 1979) y todo se repitió con ‘La última tentación de Cristo’ (‘The Last Temptation of Christ’, 1988).

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Entre lo humano y lo divino

La excelente novela de Kazantzakis, que murió en 1957, no era precisamente un material de fácil condensación para un guión cinematográfico, pero el gran Paul Schrader, que colaboraba con Scorsese por tercera vez, entregó un libreto que sintetizaba de manera admirable el corazón de la historia: la intensa dualidad de un Cristo al que se le ofrecía la posibilidad de vivir una vida muy alejada de su lado divino, en una existencia casi paralela. Una vez más, por supuesto, Scorsese llevó a cabo una serie de reescrituras con ayuda de su amigo Jay Cocks, aunque finalmente ninguno de los dos figurara en los créditos como guionistas, ya que Schrader se negó rotundamente a ello. Sea como fuere, se rodó un material puramente scorsesiano, en el que el protagonista lucha aparentemente con todo el mundo, cuando su mayor y más feroz lucha es contra sí mismo. Un Cristo que advierte en su interior una debilidad, una fragilidad, que le hace indigno de convertirse en el mesías y en el portador de un mensaje de esperanza, y que por ello renuncia a esa vida y tiene la oportunidad de experimentar otra.

Es precisamente la confrontación entre lo humano y lo divino, la lucha interna entre lo que vive en nuestro interior de espiritual y de material, la esencia misma del cine de Scorsese, un cine profundamente existencialista y atormentado. Su Cristo mira en su interior con un salvajismo inusitado, y las heridas de su cuerpo, su sufrimiento físico, es al mismo tiempo espejo y representación de su aflicción y angustia interior. Cristo como parábola y metáfora del sufrimiento del mundo, más que como vehículo de fe. Y en esa metáfora, se une lo abstracto y lo carnal. No caben, por tanto, aquí las quimeras integristas y simplificadoras de otros acercamientos a la mítica figura de Jesús. En primer lugar, para Scorsese, Jesús era humano, atrozmente humano, y esto otorga una nueva dimensión, más real y más poderosa, a su condición divina o celestial. Narra los episodios de Jesús de manera incluso ortodoxa, pero la dimensión humana que Dafoe y Scorsese impregnan al personaje convierten a esos episodios tan conocidos en algo mucho más sincero y auténtico, como si nunca los hubiéramos visto antes. El tercio final, realmente magnífico, hace por fin pedazos la figura y la mitología del personaje, para deconstruirla y hacerla más verdadera, más dolorosa, más bella.

Contando por tercera vez consecutiva con el operador Michael Ballhaus, él y Scorsese trabajaron a destajo en un rodaje lleno de tensiones y con poco tiempo para imprevistos o nuevas tomas. El ambiente de la película, seco, áspero, sencillo, creo que es el adecuado para transmitir este torrente sensorial y emocional, esta angustia incontenible de Jesús. En ese sentido, el formidable trabajo musical de Peter Gabriel, no podía ser más pertinente no solo como acompañamiento a las imágenes, también como catalizador de emociones cuando la imagen ya no llega más allá, cuando los actores (todos estupendos, no solamente Dafoe, también Keitel, Verna Bloom, Barbara Hershey...) no pueden exprimirse más. Todo ello para ofrecer al espectador una experiencia que transita por lo místico sin perder nunca pie en lo terrenal, construida para darle la oportunidad a Cristo de ser una persona capaz de elegir, de sufrir, de dudar… y de triunfar muriendo.

Escena predilecta y conclusión

Posiblemente, cuando Jesús le pide a Dios que le perdone. Creo que jamás vi a Dafoe tan arrasado y desgarrado. Tachada de blasfema por el mismísimo Juan Pablo II, ‘La última tentación de Cristo’ es un compromiso de su autor consigo mismo, y una cita obligada para todos sus incondicionales. Lo que los fanáticos que se manifestaron contra ella (sin verla) no sabían, es que la polémica que montaron sirvió para que la película consiguiese un notable éxito, dentro de los límites de una producción de este tipo. Scorsese, a sus cuarenta y seis años, había filmado uno de sus más grandes sueños, y estaba preparado para pasar a una nueva etapa. No sin antes filmar un notable mediometraje, dentro de un filme de episodios en compañía de un par de amigos. Mediometraje del que hablaremos en unos días.

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