'La tormenta perfecta', el hombre contra los dioses del mar

'La tormenta perfecta', el hombre contra los dioses del mar
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El alemán Wolfgang Petersen (Emden, 1941), después del éxito internacional de la estupenda ‘El submarino’ (‘Das Boot’, 1981), supo encontrar su hueco en la industria hollywoodiense, primero con la coproducción alemano-americana ‘La historia interminable’ (‘Die unendliche Geschichte’, 1984), y luego con una serie de proyectos que han certificado a un buen artesano y mejor técnico, en la línea de los grandes profesionales europeos que siempre han nutrido la industria audiovisual norteamericana de hábiles y mercenarios talentos. Por supuesto que ha conocido fracasos y películas menos logradas, pero nadie puede negarle a este hombre su potencia narrativa y su versatilidad. Si con ‘En la línea de fuego’ (‘In the Line of Fire’, 1993), una película en la que la personalidad de Eastwood se imponía con tanta facilidad, hizo un buen thriller, con ‘La tormenta perfecta’ (‘The Perfect Storm’, 2000), lidiando con algunas de las estrellas más comerciales de Hollywood, pudo hacer quizá su mejor película, la más emocionante e inolvidable de todas.

La pasaron el otro día por televisión (asesinada por varios centenares de anuncios…) y pude volver a comprobar que, pese a sus lógicas limitaciones de producto de major hollywoodiense, y pese a su encorsetamiento en los terrenos de una historia basada en acontecimientos reales, Petersen supo imprimir en este relato una profunda y sincera emoción, basada por un lado en su intenso afecto por el mar, y por otro en un hondo acercamiento a sus trágicas y mezquinas criaturas, que habrán de enfrentarse a uno de esos bestiales milagros de la naturaleza que convierten al hombre, tan pagado de su supuesta superioridad, en menos que una mota infinitesimal, al vaivén de los caprichosos dictados del océano, fuente de vida y de muerte. Esta lírica aventura nos demuestra lo pequeños, pero también lo valientes, que podemos llegar a ser cuando nos enfrentamos cara a cara con la muerte.

En 1991, el Andrea Gail, con seis almas a bordo, conoció uno de los mayores desastres épicos de las últimas décadas cuando se adentró en el océano atlántico para conseguir las capturas necesarias de pez espada, y al volver con las arcas llenas de pescado congelado, se encontró de frente con tres ciclones convertidos en lo que se llama una “tormenta perfecta”. Sólo el poderío de Hollywood y la pericia técnica de Petersen al frente de un formidable equipo de entregados artistas podía hacer esta historia tan impresionante, pero en ningún momento nos olvidamos de la frágil condición humana, ni de los ruines motivos de este grupo de pescadores para jugarse la vida por un poco de dinero. Es decir, el idealismo acerca de esta forma de vida queda completamente desterrado, pero aún conservamos una aureola de nobleza por el oscuro y arriesgado oficio que obliga a un grupo de hombres a viajar hasta altamar para ganarse la vida.

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Ya me gustaría a mí ver una película española en la que se tratara de una forma tan real y tan verosímil la vida de los pescadores. Por ejemplo, una historia de pescadores gallegos que nos demuestren lo duro de la vida en el mar, pero supongo que eso nunca ocurrirá. Aquí todo está cuidado hasta el mínimo detalle, y olemos y palpamos, casi, la atmósfera marina de Gloucester, Massachussets. Y aún más, conocemos hasta el más mínimo rasgo de la vida en el pequeño barco pesquero, como un microcosmos con sus reglas, jerarquías y rituales. En realidad, se trata de indagar en las particulares formas que el hombre tiene de enfrentarse a la naturaleza y también al destino. Seis marineros, además, cuya vida en tierra o bien deja mucho que desear, o bien les exije enfrentarse de nuevo a la dureza de su oficio para pagar sus deudas, o quizá para huir de una existencia precaria que nada tiene ya que ofrecerles. Seis caracteres muy diferentes entre sí, perfectamente dibujados, e interpretados con gran convicción por William Fichtner, Mark Wahlberg, John C. Reilly, Allen Payne, John Hawkes y George Clooney.

Principalmente George Clooney, que creo que aquí lleva a cabo el mejor papel dramático de toda su carrera. Un papel muy alejado de lo que quizá podría esperarse de él, en el que ni siquiera tiene oportunidades destacadas de lucimiento, pero que nos muestra a un intérprete en plenitud y totalmente consciente de sus habilidades. Su Billy Tine es un personaje muchas veces patético y muy pocas heróico, cuya vida personal es un verdadero infierno (hasta el punto de que ha terminado por ser inexistente), y que combate consigo mismo en una pelea para vencer a la mala suerte. Lo arriesga todo, guerrea contra los elementos de la naturaleza, y pierde. En los oscuros ojos de Clooney, en su perseverancia y desesperación, se exprimen algunas gotas de genio interpretativo pocas veces considerado como tal, que además mejora el trabajo de sus compañeros de reparto, y es la perfecta contradicción de los dos luminosos personajes femeninos, interpretados por las maravillosas Mary Elizabeth Mastrantonio y Diane Lane. Con Mastrantonio y Clooney obtenemos el bello diálogo sobre el oficio de capitán de barco, y con Lane el cariño y la fraternidad enfrentados a la necesidad y a la codicia.

Todo queda perfectamente integrado en una aventura en la que los efectos especiales digitales poseen, como no podía ser de otra manera, una importancia capital. Pero las enormes olas y los planos acuáticos quedan muy creíbles, y la pantalla se ve inundada (nunca mejor dicho) por un vendaval de buen cine, de dolor, de emoción. La soberbia fotografía de John Seale, que ya había ganado el Oscar por su portentoso trabajo en la portentosa ‘El paciente inglés’ (‘The English Patient’, Anthony Minguella, 1996), se integra a la perfección con el diseño de producción de William Sanders. Todo ello montado por uno de los mejores profesionales de la disciplina en los últimos veinte años en Estados Unidos, el gran Richard Francis-Bruce. Además, James Horner se olvida por una vez de plagiarse a sí mismo, y entrega una de sus mejores y más evocadoras músicas en varios años de cine. Con todo ello, sólo podía salir algo bueno y noble: el último plano, desolador, de Clooney; el escalofriante rescate, increíblemente bien hecho, del personaje de Reilly; el encontronazo, como con un dios gigante, con la ola final…

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Conclusión

Notable película de aventuras, de muerte, de desesperación…pero también de valor y de amor. Una película de final amargo que se queda en la retina por la sinceridad y la honestidad con la que narra acontecimientos tan extremos, que en manos de otro director igual hubiera quedado mucho más inocua y superficial. Un gran éxito de público, además, que tiene aún más mérito por su cercanía histórica con otra película de hundimientos, también con música de Horner. Aún sigo a la espera, para terminar, de que un director español tenga los redaños de coger una cámara y un grupo de marineros (reales o no, es lo de menos) le acompañe para contar a nuestro modo esa dura forma de vida.

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